domingo, 23 de febrero de 2014

Nuestro Alberto Hidalgo

Eduardo Paganini

Con toda la apariencia de una cuidada edición artesanal, El Baúl descubre una tarde de la pasada primavera este volumen, en un recóndito anaquel casi subterráneo de una de las tantas librerías de ocasión que —afortunadamente— pueblan Mendoza. El autor, don Alberto Hidalgo (homónimo del escritor peruano) que parece inserto en esa corriente lírica con contenido entre telúrico y existencial, le canta tanto a nuestra región como al NOA, al NEA, al Sur y a la gran ciudad. De ese amplio panorama nos quedamos con tres poemas cuyanos (se ha respetado la ortografía original y solo se han salvado las evidentes erratas).

Los duendes del envero

Luce verde el trabajo de los hombres
que podaron las viñas con esmero
y aparece el rubor en los racimos
cuando llega el tiempo del Envero[i]

Cada grano le ofrece sus mejillas
que pinte el color de los Eneros
sol terminará con su trabajo
que lleguen por fin los cosecheros.

Habrá canto y trajín en las hileras
esperando un Cogollo en la Tonada
que agradecen con vino los compadres
para hacer un respiro en la acarreada.

Otra vez se ha cumplido ese milagro
que alimenta la fe del contratista
porque vive la suerte de la hilera
y del mosto que fermenta en las vasijas.

Así comienza el color del vino nuevo
que ha nacido del hombre y de las cepas
con la ayuda del Duende del Envero
que es motivo de un Aro en esta Cueca.



Origen de Cuyo

Los Huarpes de Guanacache
decían que a sus riberas
llegaba sediento el Cuyum
cuando temblaba la tierra.

Que solo Jarilla y Jume[ii]
crecían entre las piedras
y atreverse a la distancia..
¡Era dejar la osamenta!

Solo el Zonda recorría
la Región de las Arenas
aullando con voz caliente
remolino y polvaredas.

Hasta que un día abrieron su piel
con los golpes de las zapas[iii]
y por acequias llegaron
frescos sonidos del agua
y el desierto agradecido
vistió de verde esmeralda.


En silencio y sin relámpagos

Cuando Armando se hizo memoria
se fue de golpe y sin llantos
y el ojo claro del día
lo cubrió un oscuro manto
porque asombrado y de luto
necesitaba de un párpado.

Tal vez el sol que ambula y alumbra
a sus anchas el suelo Americano
advirtió que nunca más regresaría
con una sonrisa por saludo
y un poema bajo el brazo.
Por eso lloró sobre la tierra
en silencio y sin relámpagos
y cada lágrima cristalina
se hizo savia en su nombre
en las Vides y en el Tártago
con que se viste América Morena
de la que Tejada fue voz y canto.

Una impotencia de sollozos
fue el responso a ese hermano
que se marchó a derramar poemas
por el azul de cielos anchos
mientras un adiós sin respuesta.
ensombrecía los Geranios.


Alberto Hidalgo, El rostro y el paisaje, Godoy Cruz, 2004, Ediciones Culturales Oeste.

[i] Época del año en que los frutos empiezan a tomar color.
[ii] Arbusto cuya ceniza se usa para preparar la aceituna.
[iii] Azadón.

La Quinta Pata

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