domingo, 8 de junio de 2014

Futbol mundial: la pelota no se ensucia (-II-)

Ramón Ábalo

Para los muchachos de la Calle Larga y la Media Luna, el mundo eran esos espacios donde la vida cotidiana tenía sus límites geográficos a partir del canal zanjón Guaymallén, nombre de cacique huarpe. Para el Oeste, pasando la frontera acuática, el área fundacional que entonces era la feria de la zona y comienzo de la Cuarta de Fierro, zona roja con entrevero entre cafishos por la tenencia de las esclavas blancas, la mayoría provenientes de la Europa violenta. Para el Sur, la Calle Larga y más abajo del zanjón, los viñedos y los frutales, el pobrerío que paulatinamente iba transformando el rancherío en modestas viviendas de barro y paja, ampliando hacia el Este una urbanización incipiente.

El Agustín y el Armando habían despertado apenas a ese mundo. Al mundo. Mejor dicho, no habían entrado con la totalidad de su ser, de sus emociones, de sus timideces, temores de adolescentes sin infancia casi, o cuando más una infancia de cortas vituallas y largas estrecheces, suficientes para marcarles los disfrutes inalcanzables. Marginados e ingenios, se regodeaban de lo mejor a conquistar: "el futuro será nuestro" decía el Armando, y los vagos, que no entendían muy bien eso del futuro, aplaudían a rabiar, que se extendía cuando el Armando, ya casi poeta decía sus versos de alto vuelo, rumores de las aguas cantarinas en cauces y acequias, las brisas de los álamos y el dolor de los humanos.

Para los muchachos de la Calle Larga, entre la infancia y la juventud, los dioses habían decretado la omisión de la pubertad y la adolescencia, por no decir también de la infancia. En todo caso cada etapa marcada por el grado o intensidad de las necesidades no satisfechas y el correspondiente grado o intensidad de la imaginación colectiva para paliarlos. Como cuando se juntaban para jugar un partido de fútbol, y entonces la pelota, actora principal en los desafíos, era de trapo y cada jugador mostraba sus habilidades sin que la alpargata desflecada fuera un impedimento. Todo era cuestión de imaginar que la pelota y alpargatas eran el fútbol y los zapatos de cuero. Y entonces uno era Pedernera, Peucelle o Erico, nombres mitológicos aprendidos de oídas de padres, tíos o hermanos mayores. Era el deporte favorito, pasión colectiva, el único al que podían acceder los marginados del trabajo, el salario, el alimento, la vivienda, la educación, la cultura.

Pero en esos potreros suburbanos, la imaginación era el poder para trascender la marginalidad que les deparaba la realidad a los changos, a los miles y miles de muchachitos y muchachones, como los de la Calle Larga. Por eso la pelota de trapo y la alpargata alcanzaban un rango social mayúsculo. Lo decía el Armando¨ "...la pelota aunque se embarre, se mezcle con la bosta de los perros y de los caballos, no se ensucia. Y la alpargata no es un calzado para cualquiera, para melindrosos o shushetas. Hay que tener un rango también para la alpargata, como eso de ayudar al músculo a transitar lo surcos de la viña, o de los maizales, o los de los trigales, y meterse con ellas, -las alpargatas- hasta el ombligo en las acequias para domar el agua y mandarla allí donde la sed se convierte en fruto, mientras las heladas es el poncho en los hombros derruidos de tener las suficientes pelotas como para meterse a la zanja y con pico y pala darle duro hasta que el trazo fertilice el pan para que sea más pan y la uva se transforme en la bebida de los pueblos fuertes. Y esto de ser carnadura de pies y canillas para que la pelota se convierta en gol, en fervor y pasión"..

Y entonces, viva la alpargata porque ella era esta forma de ganarse la vida como también el fervor de un triunfo que sabía a gloria los pocos minutos que duraban las algarabías. Los pesares se olvidaban cuando en los surcos los frutos esparcían sus aromas y con esas mínimas cuotas de pasión futbolera. Y entonces, vivan las pelotas de trapo y las alpargatas!!! ESO NO SE ENSUCIA.

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La Quinta Pata

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