domingo, 10 de agosto de 2014

Conversando

Foto: José Comblin
Rolando Lazarte

A partir del momento en que empecé a escribir y a colaborar en medios digitales, allá por el año de 2001, me empecé a dar cuenta del enorme efecto terapéutico de este acto tan simple y tan significativo, el acto de comunicarse, el acto de compartir lo que vamos viendo y percibiendo.

Las lecciones que pude ir aprendiendo en este quehacer, continúan apareciendo, y continúo creyendo que es una tarea provechosa, la de seguir compartiendo en este cara a cara a veces distante, a veces presencial con las lectoras y lectores, lo que voy aprendiendo.

El efecto más benéfico de este acto de escribir y compartir, es el de ir trayendo a mi propia conciencia, la vida tal como la experimento. No la vida pensada, sino la vida vivida. El ejercicio de escribir y compartir, trae como consecuencia el surgimiento de un vivir más auténtico y verdadero, el retorno a un estado infantil y puro de existir.

Esto es muy placentero, porque aunque hayan pasado los años, es como si estuviéramos yendo en la contramano de la cronología, cada vez más jóvenes por dentro. Puedo decir con toda franqueza, que esta actividad que estoy practicando de manera continua desde el año de 2001, me fue trayendo frutos tan agradables, que mi propia vida fue llegando a un estado de integración en el que me encuentro hoy.

Es como si el mundo en el que vivo, mi diario vivir, hubiera sido modelado con mis propias manos. Cada vez vivo más en mi propio mundo, un mundo que tiene mi cara. Pero esto solamente es posible porque he practicado el diálogo con un número incontable de personas con las cuales pude ir conversando sobre lo que escribo.

Si hoy vivo en un mundo más humanizado, es porque me fui haciendo más permeable a lo que las demás personas piensan y sienten acerca de lo que escribo. Así, esta actividad que es muy solitaria en algunos sentidos, se fue haciendo cada vez más social, cada vez más colectiva, más comunitaria. Siento que el mundo en el que vivo hoy es más integrado, o yo me integré más al mundo.

Esto es muy bueno porque es como si progresivamente estuviera llegando o a veces hubiera llegado plenamente a una realidad que las palabras difícilmente consiguen describir, y sobre la cual solamente puedo decir que es como si fuera la tierra prometida.

Me acuerdo entonces muchas veces de las palabras del padre José Comblin, con quien tuve el privilegio de convivir por un corto tiempo: “la tierra prometida estaba en su propio corazón.” Las últimas palabras que escuché de él, dirigidas a mí, fueron éstas: “sea fecundo en su literatura”. Era en João Pessoa, Paraíba, Brasil.

Hoy me encuentro en Mendoza, Argentina, el lugar donde nací. Y siento como si el tiempo a mi alrededor se hubiera compactado. Nada de esto habría sido posible en soledad. Es el fruto del crecimiento posibilitado por el diálogo. El diálogo nos humaniza, nos hace gente.

La Quinta Pata

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