domingo, 3 de agosto de 2014

La Difunta Correa

Ilustracion original para la publicación del libro. Autor: Miguel Biazzi
Eduardo Paganini (Baulero)

A casi 30 años de editado, el libro del folklorólogo Félix Coluccio mantiene intacta su vigencia informativa en la tarea de la divulgación científica acerca los cultos populares. Y el primer caso que abre el texto, como el de mayor devoción, es el de Deolinda Correa, la Difunta Correa, rito que nace en el siglo XIX en la provincia de San Juan.

Hoy su primacía se nos ocurre que debe probablemente estar disputada por la atención que ha merecido en los últimos años el culto al Gauchito Gil, de quien han proliferado multiplicadamente sus oratorios no solo en el país sino en nuestro Cuyo también.

Cuenta la tradición de San Juan que antes del año 1840 era gobernador D. Plácido Fernández Maradona, quien tenía un amigo cordial en Pedro Correa, viejo guerrero de la Independencia, hombre leal, valiente, sin tacha, respetuoso y respetado por todos. Muerto el gobernador Maradona, los azares de la política hicieron de Correa un perseguido de la policía, pese a las inmunidades que como guerrero de Chacabuco le habían sido acordadas.

Estos hechos hicieron que varios de sus perseguidores fijaran interesados sus miradas en Deolinda, hija de Correa, de excepcional belleza, quien pese a todo supo resistir y, más aún, casarse con el elegido de su corazón.

Pronto le llevaron, sin embargo, las montoneras de Quiroga al padre y al desposado.

Sola quedaba Deolinda, ante una jauría de miserables que sin cesar la acosaban. Por fin, para librarse de ellos, emprendió una madrugada con su hijo de meses la marcha a La Rioja.

Anduvo por valles y quebradas, cruzó arenales ardientes que llagaban sus pies, se estremeció en la penumbra de sus montes, hasta que sus fuerzas la abandonaron.

Sedienta y extenuada se dejó caer en la cima de un pequeño cerro. Sintiéndose morir —dice la tradición— pidió al cielo que diera vitalidad a sus pechos para que su hijo no muriese como ella de hambre y de sed.

Por ello, cuando unos arrieros se acercaron al cerro sobre el que revoloteaban los caranchos, hallaron al niño aún con vida, bebiendo de los pechos de su madre muerta.

Lo recogieron, y a ella le dieron sepultura en las proximidades del Vallecito, en la cuesta de la sierra Pie de Palo, profundamente impresionados por la tragedia.

Poco tardó en conocerse la desdichada suerte de la joven, y hasta su humilde tumba comenzaron a acudir hombres y mujeres del llano y de las sierras.

Y con estas peregrinaciones comenzó la devoción a la “Difunta Correa”.

Se levantó un oratorio que hoy se ve lleno de ofrendas, llamando la atención —dice Pichetto— la elevada profusión de coronas, todas ellas muy humildes, hechas de papeles de diferentes colores, que puede decirse, cubren todas las paredes del recinto.

Es esta, indudablemente, la ofrenda del pobre, del que carece de medios suficientes para donarle algo que iguale a la importancia del íntimo agradecimiento a que se siente obligado hacia la benefactora; porque a ella recurren los que sufren, los que lloran, los que carecen de los halagos que brinda la vida y los que en sus labios llevan una mueca de dolor, como muestra de su abatimiento; los que han perdido las fuerzas, los que no tienen ánimo para seguir adelante, los vencidos... Es a ellos a quienes la “Difunta Correa” sabe infundirles consuelo y mitigarles milagrosamente las penas del alma y del cuerpo.

Agrega Pichetto que:

“La difusión de sus milagros ya tradicionales se ha extendido por todo San Juan: los poetas y cantores populares le dedican sus coplas y canciones; los hombres de campo le piden protección para sus ganados y cosechas; los arrieros, con quienes tiene una deuda, la consideran su protectora, hacen sus peligrosos viajes a través de las serranías y quebradas bajo su amparo; las madres que por su debilidad carecen del necesario alimento para sus pequeñuelos, elevan sus oraciones fervientes a ella para que nutra sus pechos escuálidos. Además une a los esposos desavenidos, a los novios contrariados y protege la felicidad de todos los seres dignos que a ella recurren a exponerle sus luchas, sus sufrimientos, sus pesares…”

En ocasión de comentarse el trágico terremoto que destruyó a Caucete en la mañana de un 23 de noviembre, el diario La Nación del 24 del mismo mes [i] comentó la semidestrucción del santuario de la Difunta Correa de la siguiente manera:

“Estado del Santuario de la Difunta Correa: Según informaciones que no han podido confirmarse hasta el cierre de esta edición, el santuario dedicado a la Difunta Correa en el cementerio de la localidad de Vallecitos, en el Departamento de Caucete, a unos treinta kilómetros de la cabecera de éste, habría sido destruido o seriamente dañado por el temblor de tierra.

Como se sabe, al lugar del culto a la Difunta Correa —funciona allí la Fundación Cementerio de Vallecitos, organismo oficial encargado de administrar con fin social las donaciones que se dejan—, van grandes cantidades de promesantes, en número que, durante los días de Semana Santa, superaron los 350.000. Tal afluencia de peregrinos, originó que Vallecitos se transformase en un activísimo centro de turismo popular.

La Difunta Correa —cuyo culto fue formalmente desautorizado por la Conferencia Episcopal Argentina— es un personaje (sea real o ficticio) unido de modo entrañable a la población de Caucete, a sus tradiciones y leyendas. En ella habría vivido con Baudillo Bustos, su esposo, y habría muerto de sed en la travesía cercana al río Jáchal, al intentar seguir a su compañero enganchado a la fuerza en uno de los ejércitos de la guerra civil”.


Y en el diario La Razón del 1° de abril de 1970 se comentaba así el culto rendido a la Difunta Correa durante el Viernes Santo:

“Descalzos y hasta de rodillas miles de promesantes fueron hasta la tumba de la Difunta Correa a rendirle tributo. San Juan: A pesar de las múltiples dificultades de una larga marcha bajo una temperatura superior a la normal, miles de promesantes volvieron a rendir este año veneración a la memoria de Deolinda Correa, a quien se atribuyen poderes milagrosos, justificados en la creencia popular por las penosas características de su muerte. Tal como sucede todos los años, los veneradores de la Difunta Correa, como se la identifica espontáneamente, se dieron cita, en nutrido número, en el sitio donde descansan sus restos mortales. Allí, los que fueron a cumplir con la promesa a que se obligaron como retribución por el supuesto milagro efectuado y los que lo impetran, exteriorizaron con actos de humildad y sacrificio el reconocimiento que los anima hacia la Difunta. En la larga caravana que transitó la ruta hasta Vallecito, integrada por caminantes y motorizados, también, como ya es habitual, se pudieron observar formas de inenarrables sacrificios. Entre los peregrinos, obviamente los caminantes, hubo una gran cantidad de ellos que transitaban descalzos, como ofrenda en procura del bien pedido. La nota de consternación estuvo a cargo de una joven que hizo el trayecto de rodillas, dando muestras de una decisión inquebrantable para cumplir con la Difunta Correa. El túmulo de la sepultura quedó literalmente cubierto por las velas encendidas en señal de presencia y veneración. En ese lugar, las muestras de los promesantes llegaron a su culminación. Sus plegarias, interrumpidas para besar la losa que cubre la tumba o los objetos depositados sobre ella, enmudecían a quienes, tras paciente espera, podían llegar hasta la meta de la peregrinación. Cumplidas las pías obligaciones, los fieles hicieron el acostumbrado alto en la zona para repasar energías, estacionándose en una amplia extensión de ese lugar. Esta circunstancia, como también es costumbre, fue aprovechada por improvisados comerciantes que ofrecían comida y bebida a precios exorbitantes, tratando de captar la mayor cantidad de clientes posibles antes de que éstos decidieran el regreso”.

Desde hace un tiempo, la Difunta Correa ha sido incorporada a las cadenas de la felicidad, circulando con bastante asiduidad en el país, La que hemos recibido últimamente dice:

“Señor ten piedad de nosotros:

Esta carta la escribió el padre Bonifacio. Era para que dé la vuelta al mundo porque en ella está la Difunta Correa. El que la encuentre tiene que escribir tres copias diarias durante treinta días y en la mitad recibirá una sorpresa: mejorará su porvenir y el de los suyos. Pero si no hace la cadena de la Difunta Correa, vivirá en la miseria, perderá un ser querido.

Un señor hizo tres copias y ganó la lotería; no continuó y perdió su fortuna, enfermó, perdió su hijo y su trabajo.

Haga la cadena de la Difunta Correa, es muy milagrosa. Sus restos se hallan en San Juan.

Compasión y fe.
Difunta Correa”


Hoy se hace la cadena en billetes de uno, cinco o diez australes [ii].

Lugares del culto

Fuera del monumental complejo de Vallecito, la Difunta Correa tiene numerosos lugares donde se le rinde culto. Algunas veces autoridades municipales ridículamente celosas han hecho desaparecer con el auxilio de topadoras —caso, por ejemplo, acontecido en las afueras de la ciudad de Tucumán hace ya unos años— el “altar”, apoyadas en un discutible sentido religioso por un lado, y por otro atendiendo a que el crecimiento caótico de cubiertas de automotores, botellas y otros ex votos de ofrenda, afean el aspecto edilicio de la comuna.

Desde luego han carecido y carecen estos funcionarios de la más elemental concepción antropológica para comprender a la cultura popular. Como hubo también autoridades gubernamentales que prohibieron por decreto la acupuntura y la homeopatía dentro de los límites de la provincia de Córdoba, o como ciertas autoridades de la provincia de Jujuy, que prohibieron por decreto el consumo de coca bajo amenaza de cárcel.

Volviendo al tema, diremos que los “altares” a la Difunta Correa se extienden por todo el país, y que los mismos (sean nichos, capillitas, casitas o simplemente promontorios producidos por acumulación de ofrendas) por lo común se hacen con la participación colectiva, contribuyendo cada cual con lo que puede. Esto culmina en una obra material que, si bien no se destaca en general por su belleza, a veces sobresale por su buen gusto, como es por ejemplo la capillita —de dimensiones comunes— que se levanta en el camino que por los Valles Calchaquíes va de Salta a Cafayate.

Sin entrar en detalles de ubicación, diremos que fácilmente los de alguna significación superan el centenar, y que una buena proporción de los mismos se encuentran en las provincias cuyanas.

Por otra parte, en Chile y Uruguay también se han levantado altares, integrados con cubiertas, botellas vacías o llenas de agua y velas que se encienden cuando se visita los mismos.

Al respecto queremos señalar que por el hecho de hallarse a la vera de los caminos, resulta fácil detenerse, ya sea para rendir homenaje a la Difunta, o para pedir salud, trabajo, felicidad, aprobación de exámenes, etc., o bien cumplir una promesa. En esto último la “Difunta Correa es muy exigente”, nos dice un informante. Y si alguien no cumple con la promesa, tendrá sin lugar a dudas muchos inconvenientes, los que serán superados cuando los desmemoriados recuerden lo prometido y den cumplimiento al mismo.

Por ello no es de extrañar que cuando ciertas personas se quejan muy seguido de dificultades en su vida, algún devoto les pregunte seriamente: “¿No será que se habrá olvidado de cumplir con la Difunta?” Si la respuesta es afirmativa, surge la otra frase: “Entonces es mejor que ya mismo la cumpla, porque sino sus problemas irán en aumento.”

Y hemos recogido también información sobre el complemento: Cumplida la promesa, la vida transcurre sin tropiezos y con felicidad.

Ex votos

En el caso de la Difunta Correa, los ex votos, tanto de ofrenda como de sacrificio, alcanzan un relieve casi único en el país.

Las distintas salas contienen increíble cantidad y variedad de ex votos, los que también están ubicados en recintos abiertos y hasta al aire libre. Así es posible observar colecciones de espadas, de aparatos de radio, de televisores, motocicletas, bicicletas, y en espacios amplios hasta camiones. Muchos de estos ex votos se venden, y lo obtenido se destina al mantenimiento del complejo y a favorecer a los muy necesitados. Todo ello se acrecienta con las donaciones en dinero, que son frecuentes.

Una de las salas exhibe un elevado número de trajes o vestidos de novia, así como los zapatos correspondientes. En su mayor parte están flamantes, como lo hemos podido comprobar en varias visitas que hemos realizado. El ajuar, vestido de novia, zapatos y otras prendas están destinados a jóvenes de pocos recursos, a quienes se les facilita con el solo compromiso de devolverlo todo en el mismo estado en que se les presta, al regreso de su luna de miel, pidiéndoseles que antes de entregar la ropa la misma sea desinfectada.

Hemos tenido ocasión de conversar con algunas novias en el momento en que se probaban zapatos y vestidos, quienes nos manifestaron que prácticamente todos los días solicitan este tipo de préstamos muchachas que están por contraer matrimonio.

Con todo este quehacer, la Fundación Cementerio Vallecito cumple una función social muy importante y reconocida en el lugar. Por otra parte queremos recordar que cuando en 1976 se produjo el golpe de estado, además de prohibir el nuevo gobierno el culto a la Difunta Correa, hizo intervenir la Fundación, sin que se pudiera comprobar ninguna irregularidad.

En lo que respecta a los ex votos de sacrificio, hemos sido testigos de la penosa ascensión hasta el túmulo mayor (donde se supone murió la Deolinda Correa) de hombres y mujeres de rodillas y en horas en que el calor asediaba violentamente el lugar. También vimos a algunos descender en las mismas condiciones, lo que se tornaba realmente difícil y doloroso.

Fuente: Félix Coluccio, Cultos y canonizaciones populares de Argentina, Ediciones del Sol, Buenos Aires, 1986. Colección Biblioteca de Cultura Popular.

[i] Se refiere al año 1977.
[ii] Recuérdese que el texto es del año 1986, cuando estaba vigente el Austral como moneda circulante, en la actualidad los billetes equivalentes serían los de dos, cinco y diez pesos (los de menor denominación en uso).

La Quinta Pata

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