viernes, 29 de febrero de 2008

Año 1 Nro. 7 - Lecturas: El Ciro y el Che

El Che quiere verte

El Che quiere verte

Ciro Bustos
Vergara, 2007
509 páginas


Los recuentos bibliográficos sobre la campaña del Che – especialmente la fase de Ñancahuazú – funcionan como imanes irresistibles para estudiosos, discípulos, admiradores, imitadores y público en general. Es que la aventura libertaria de un puñado de seres humanos conducidos por un hombre extraordinario y pese a mil obstáculos en la consecución de un fin – cuando menos difuso o inalcanzable para los mortales de hoy en día – mantiene en vigencia la fascinación de lo formidable y las revelaciones de lo secreto. Además, hay mercado.
En primera instancia aparecieron las versiones de quienes derrotaron al Che; luego vino el Diario boliviano, las versiones de los sobrevivientes, la de los compañeros no presentes en la selva, la de los captores, la de los asesinos y hasta la de algún creativo contemporáneo que solo era un niño cuando ocurrían los acontecimientos (1). Ahora, el aporte del Ciro se edifica luego de un largo y penoso – para él – periodo de marginamiento y auto-impuesto silencio.
Leer todo el artículo - CerrarCasi todo lo que se ha escrito, la historia reaccionaria, la revolucionaria y esa variante que se proclama como objetiva o neutral han demostrado escasa inclinación hacia la simpatía por las ordalías a las que se vio sometido el comprovinciano Bustos. Injusticia que recién en los últimos años tiende a mitigarse, pero solo en módicas dosis: hay quienes todavía le atribuyen que el haber trajinado mapas y dibujado a los compañeros que permanecían en el monte precipitó el final de la guerrilla. Muy pocos, en cambio, han reparado en el rol de chivo expiatorio de Bustos, su resuelto mutismo protector y absoluto, según su versión, de las ramas argentinas del proyecto del Che y su inocencia en el asunto de los bosquejos de los guerrilleros. Pocos fueron capaces de visualizar su tipo especial de gallardía, tan diferente de las poses y mezquindades del francés Regis Debray – discípulo aventajado y selvático-pragmático de su mentor, el malogrado filósofo estructuralista Louis Althusser – y de otros varios héroes o meros sobrevivientes, o apesadumbrados, o revestidos, o vendidos, o pusilánimes que juzgan de acuerdo a un sistema de evaluación demasiado torpe y, cuando no, decididamente oportunista. En verdad, ni el mismo Comandante le otorgó al Pelao (Bustos) un lugar limpio de ripios en sus escritos. Y si el mismo jefe lo trató – si somos benignos – con distancia crítica en las entradas referidas a él en el Diario, cae de maduro que las voces dentro y fuera del monte, sin más, debieron emplear el mismo tono (2).

Ciro se reivindica con modestia en su trabajo. Lo que vendría a ser, reivindicar el papel ingrato del enlace, del hombre de inteligencia, el de las tareas especiales, por lo general grises, solitarias, sin reconocimientos. Por los objetivos de la causa, se vio obligado a confrontar claroscuros éticos, casi desconocidos para la propia tropa que apenas los imaginó. A la luz de nuestra actualidad sería difícil que alguien esté en condiciones o sienta ganas de disputar las intimidades que Bustos decidió descubrir en sus memorias. Pero sí se pueden debatir las interpretaciones que develan errores fatídicos de la izquierda regional (tanto la tradicional como la llamada nueva-radicalizada) y de secciones de la revolución cubana (sobre todo las del área de inteligencia latinoamericana), entre otros de más grueso calibre. Sería necio encubrir aquellas faltas, más individuales que colectivas, pero se necesita invocar el contexto especial en que se libraron aquellas batallas (3). Discriminar, aunque resulte doloroso, lo micro de lo macrohistórico, es decir, ver qué quedó de positivo de aquella intentona fallida y revisar el halo pesimista de que la mayoría de lo actuado – y de los que actuaron – huela tenuemente a podrido. Sin descalificarlo, es probable que no sea Ciro la persona mejor posicionada para llevar a cabo un examen de esta naturaleza.

Bustos vivió una buena parte de su vida olvidado y despechado por el juicio sumario que le endilgó esta historia. El Che quiere verte se presenta como su ocasión de resarcimiento y él la ha aprovechado con la rectitud que le permiten sus circunstancias. ¿Acaso no todos aquellos que se empeñan en emborronar cuartillas no operan de modo similar? Resulta obvio que quienes debieron auxiliarlo no lo hicieron, otros le colocaron de inmediato el sambenito de Judas del Che y los demás lo condenaron quizá al peor de los castigos: la indiferencia. He ahí la justificación nodal de su recuento.

Pero quedan innumerables elementos sabrosos en este libro, de valor incalculable para los que se esmeran en querer saber y aprender, que pueden conducir a la inauguración de discusiones necesarias y productivas para el campo popular: por ejemplo, las detalladas vicisitudes y entretelones que acuciaron al Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), a su temperamental líder, Jorge Ricardo Masetti, y las causas e incidentes que precipitaron al fracaso de ese temprano ensayo guerrillero en el monte salteño. O la devoción de un hombre que se cree común (Ciro) por otros excepcionales (el Che, Masetti, Fidel); llama la atención que Bustos al recrear sus diálogos con Guevara lo trate de usted y éste lo tutee, pese a ser casi coetáneos; y que aún en los pasajes más acerbos y doloridos de las memorias no se atreva a cuestionar su figura. También la impugnación más o menos reciente a los que alegan que si bien el objetivo de Guevara era la Argentina y no Bolivia (esto lo confirma Fidel en su entrevista con Ignacio Ramonet en Biografía a dos voces), su intención era aguardar la adición a la lucha del peronismo proscripto y radicalizado. Para Bustos, nada más lejos de la realidad: Guevara desconfiaba a raudales de los peronistas, incluido el Gordo John William Cooke, y no deseaba sumarlos porque aducía que estaban muy infiltrados.

A pesar de que cuestiona no haberse dejado morir cuando le correspondió – antes de ser aprehendido –, Bustos es un hombre valiente y nada común: hay que serlo para reconocer lo que le tocó en suerte, en Salta, cuando la errónea ejecución de un compañero cuyo delito fue no estar a la altura de lo requerido por los esfuerzos de la guerrilla (4). Asimismo, para mediar humilde y leal, entre individuos descomunales en su importancia, arrojo, carácter, arbitrariedad y poder de mando.

De igual modo es sustancioso el capítulo mendocino, en los aprontes del EGP en los que participaron y discutieron unos cuantos veteranos, conocidos de nuestro medio. Entre ellos, el director de esta revista, Ramón Ábalo quien, según pregona, contribuirá con ratificaciones, aclaraciones y discusiones al recuento de su buen amigo el Ciro, en un libro que se anuncia para el corriente año. Estas son solo algunas, entre muchas más, de las puntas a desmadejar en el largo recorrido por las suculentas 509 páginas de El Che quiere verte, que se leen con la intensidad que solo devuelven los libros que enseñan, que valen la pena.

Gratos tiempos bibliográficos los nuestros, en que testigos y memoriosos, de cualquier tamaño e importancia histórica, tienen y dan la oportunidad de introducirse en los intersticios de acontecimientos trascendentes que siempre traen algo nuevo y no terminan nunca de cerrar. Como debe ser.

Hugo De Marinis

(1) Por ejemplo el libro Los últimos días del Che del boliviano Juan Ignacio Siles del Valle, versión novelada de diversos y múltiples testimonios, diarios y ensayos de y sobre participantes fundamentales, medios y marginales en la guerrilla boliviana del Che.
(2) Recién un documental de 2001, Sacrificio ¿Quién traicionó al Che Guevara? de los jóvenes Eric Gandini y Tarik Saleh, repone la justicia sin ambages que la trayectoria de Bustos reclama y merece. El film se exhibió con éxito en varios lugares del mundo, entre ellos La Habana, donde se le brindó una calurosa recepción.
(3) Aunque no se debiera abusar de la invocación continua del contexto para justificar aberraciones, ignorarlo resulta también intelectualmente ocioso. Lo deseable para el pensador, sería aproximarse al siempre esquivo y equívoco balance.
(4) En el asunto de las ejecuciones a dos miembros del EGP, más de cuarenta años después se sigue dando una áspera discusión entre importantísimos referentes teóricos argentinos, la mayoría proveniente del área de filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba, algunos de ellos participantes y / o adherentes al proyecto del EGP. Producto de este debate, ha aparecido en 2007 una colección de artículos en un libro titulado No matar. La revista Lucha armada, en varios de sus números, también aporta datos a este debate.


La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario