Las caras de Menem y De la Rúa, convertidas en grotescas máscaras, son usadas por una activa banda de asaltantes que opera en Mendoza, una de las provincias con más alto índice de delitos en la Argentina.
Esa simple puesta en escena le confiere a esa gavilla un rol de operatividad superior al de sus colegas que todavía usan medias de dama, generalmente las de una tía vieja, que sospecha poco o mal: “¿Y para qué quiere medias de mujer mijito? ¿No se me estará volviendo medio raro?” O los otros que recurren al pasamontañas para ocultar el rostro y que sufren mucho el calor.
La ventaja está dada por el factor sorpresa. Las víctimas (dueños de empresas, empleados) al ver aparecer al propio Menem, arma en mano, diciéndoles: “esto es un asalto” creen escuchar “esto es otro asalto” y, presas del terror, se les llena el alma de acuciantes preguntas: “¿Que nos llevará ahora, si nos dejó sin ferrocarriles, sin empresas públicas, sin bancos de la gente?”
Detrás, también artillados con armas superiores a las que usa la policía, surgen amenazantes dos de La Rúa: ”¡Por Santa Sandunga, ahora vienen de a par! ¡Escondan las Banelco, los helicópteros!”
Leer todo el artículo - CerrarEs que los ladrones cunden. Cada vez son más. Con caretas. A rostro descubierto. Atacan a ancianas solas (las golpean malamente) a empresas, casas de familia. Quién sale de un banco con algunos pesitos casi inexorablemente es asaltado por motochorros. Se ha llegado a pensar que esos cacos duermen en el interior de las prestigiosas entidades crediticias. En rincones, arrebujados en algunos trapitos como dulces perros callejeros, para no llamar la atención. En la mañana observan las ventanillas de pago. Si alguien demora más de 30 segundos recibiendo dinero, esa es la víctima. Deducen con lógica que los antiquísimos billetes de baja denominación que usamos pasaron a manos del candidato al atraco en una cantidad que justifique el esfuerzo. Bueno, de esfuerzo poco, un simple “dame la plata o te mato” y la exhibición de una “Bersa” calibre 40, arma predilecta de los ladrones mendocinos.
A veces el que “marca” al “candidato” no es el que lo roba. Simplemente pasa el dato a dos que esperan en moto en las inmediaciones, les cursa la descripción del “nominado” vía celular y quedó la transacción concluida. El comerciante, ahorrista o jubilado de magra paga inexorablemente deberá entregar su dinero a esos representantes de la Sociedad Mendocina de Dedos Largos.
¿Y los policías? Bien, gracias, por ahí andan. Se los suele ver lavando un auto en la puerta de la seccional Primera. O amontonándose, en el lugar del hecho, luego de abandonar sus recorridos de prevención porque un bicipolicía fue atropellado por una camioneta. Está bien que se solidaricen con el compañero accidentado. Pero nada pueden hacer con sus presencias, excepto lograr que la vigilancia se resienta en otros puntos de la ciudad.
Falta control de gestión. Cuando en una empresa privada eso ocurre, suele desmejorarse el producto. Si así pasa es porque el gerente no sirve. En la policía la situación es más compleja y grave. La carencia de chequeo de las órdenes, el incumplimiento de las mismas: uniformados que abandonan puestos fijos o recorridas para converger en un accidente de un colega, dos patrulleros con sus tripulaciones al pie inmovilizados (sin patrullar) y sus dotaciones intercambiando chismes, el policía Cuerpo Comando, entrenado para la lucha contra los delincuentes, meta lavar un coche particular, reflejan un relajamiento de la autoridad.
¿Cómo se soluciona esto? Alguna vez se hizo. Cursos. Entrenamiento del personal por parte de experimentados oficiales retirados que seguramente no se negarán a colaborar. Explicar, por ejemplo, que dos sujetos en una scooter, en una alta 250 cc pueden ser muchachos estudiantes, empleados, etc. y también un par de feroces motochorros. Detalles a tener en cuenta: las remeras sueltas, las camperas cuando no hace frío, suelen esconder debajo la calibre 40. A veces la llevan adosada a una pierna. Pero el mejor sitio, para desenfundar rápido, es la parte trasera de la cintura, oculta el arma por una camisa, chomba, etc.
Cosas sabidas, recordadas por los Hermanos Ganzúa y olvidadas por comisarios. En cada jurisdicción, correspondiente a una seccional, existen puntos clave, de riesgo. Los bancos, empresas, algún barrio en particular. Son lugares que tarde o temprano serán asaltados. Los jefes a cargo de esas zonas tienen que instruir a su dotación para estar atentos a esas tentaciones que desvelan a los ladrones. No digo pararles una consigna en las puertas, sino estar despiertos ante los movimientos de producción del Club de los Cacos. Siempre, previo a un robo, hay un análisis en vivo del sitio elegido: horarios, cantidad de personal, movimiento de caja, pago de sueldos, alarmas. En ese estudio (hasta los chorros alguna vez tienen que estudiar) quedan en evidencia. Ocurre que los policías que deberían conocer íntimamente sus zonas están higienizando autos o inmersos en una discusión sobre la cuadratura del círculo o la muzzarella de la pizza.
Cursos, donde los más experimentados enseñen lo que no aprendieron en la academia y si en la cruda práctica. Ordenes que sean cumplidas. Para ello es válido crear un equipo itinerante de acción continua formado por oficiales de alta graduación (júbilados todavía aptos para trabajar sobran en la repartición) Imbuirlos con autoridad y que verifiquen si cada uno de los uniformados está en el cumplimiento de su misión o comiendo panchos en un descampado. O en la puerta de un hospital (cinco o seis móviles) donde asisten a un compañero lesionado.
Cada vez es más frecuente que sean particulares quienes atrapan a un malviviente y no la policía, especialmente en el centro (arrebatadores, motochorros) No debe ser así. Los muelen a golpes. Esa no es la forma de castigar a quien infringe la ley. Es peligroso que cunda el ejemplo de la justicia por mano propia ya que puede derivar en injusticia. Son los policías quienes deben neutralizar al sujeto que acaba de robar un bolso, un celular, un maletín y no los peatones. Si eso ocurre es porque hay una falla. Los chorros saben que en determinado perímetro podrán robar (peatonal, zona bancaria, pleno centro, calle San Juan) ¿Los policías no tienen ese dato? Bueno, a cualquiera se le pasa, acá se lo ofrecemos.
Por último señor ministro de Seguridad (todos los periodistas que publican algo, salvo los “chirolitas” esos que repiten lo que los policías les dictan y les gusta ser leídos por los mismos policías que los fecundan con su verbo) los periodistas formados en la calle y no adentro de una caja de vidrio, ambicionamos ser leídos. Que nuestros trabajos, aportes, lleguen no sólo al ciudadano común, el que sufre los delitos, sino también a quienes tienen la obligación de cuidar a toda la comunidad. Y que se modifiquen (a favor de la gente) algunas situaciones. Por eso señor ministro Aguinaga, excelente penalista, conocedor de las leyes específicas, si lee estas líneas, por favor haga algo. Hable con la gente. Con los vecinos del centro, de los barrios, que muchas veces conocen a los ladrones (de tanto sufrirlos y verlos) y sus clásicos “modus operandi” Largue a policías elegidos por su capacidad a la acción, pero de civil. Que espíen a los miembros de la Fundación Punga. Ellos, los Uñas Afiladas, nos vigilan y despojan de billetes ganados con el sudor de la frente, de bicicletas insustituibles, del autito que desapareció y lo seguimos pagando, del reproductor de DVD con que soñaba la nena, de las zapatillas del pibe que se caminó en medias diez cuadras, de un pluviómetro que me robaron a mí hace seis meses y que hasta hoy los chorros no pueden vender porque no saben qué es.
Y por último y sé que no le agradará, esto que más que recuerdos constituye un estigma para Mendoza. No se olvide ministro de la larga lista de seres útiles y queridos inmolados por la delincuencia en nuestra ciudad. Familias en la desesperación, porque les arrancaron a una madre, a un joven estudiante, a un pibe trabajador o a la abuela, divina, empecinada en vivir sola o al papá lleno de proyectos, de energía, de cariño.
Sálgale al cruce, ministro, a una ciudadanía armada para defenderse. Es una mala señal. Cuando un sector del pueblo se protege con revólveres, escopetas, rifles, cuchillos, de otro que lo agrede, despoja y mata, se sientan las bases de una guerra civil. Un bando contra otro. Y usted ha leído historia ministro. Y filosofía. Sabe. Si ocurre, si las situaciones sociales escapan a un control racional, eso se convierte en un síntoma de disolución del Estado (Heggel)
Usted se quedaría sin trabajo ministro. Y nosotros, sumidos en el caos.
Que Dios lo ilumine.
por Alberto Atienza

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