Alberto Atienza
Existen solo dos formas de hacer política: ejercerla o convertirse en rehén de ella. La primera de las formas es la más óptima, si uno desea enriquecerse rápidamente o que, por lo menos antes del primer millón de dólares, el más costoso, tener siempre buenos trabajos. ¿Cuándo los ciudadanos comunes somos importantes para los políticos? En un solo momento, en la proximidad de las elecciones. Ahí nos consideran. Halagan. Abrazan a viejitas desdentadas en barrios lejanos, ancianitas que todavía sufragan (algo es algo) besan a todos los niños habidos y por haber en su afán de caer simpáticos. Y en esa parafernalia, en ese reparto de ósculos hasta les estampan un jetazo (en criollo) a algún enano de jardín.
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Barcelona se ve forzada a importar agua por la sequía. No hay dudas que en algún tiempo más, recalentamiento global mediante, faltará agua en otros lugares tanto o más bellos que Barcelona. Ciudades enteras, poderosas en arte y orgullo como la capital catalana, hasta naciones repletas de oro pero carentes de fuentes del vital elemento. Eso lo sabe hasta un lustrador de la Peatonal. Es más, dicen los lustres y altos especialistas en sociología, geógrafos atentos al presente y el devenir de la raza humana, que las próximas guerras se librarán por el agua, como bien y no por petróleo, tierras, ideologías o simple extensión de poderes de dominación. ¿Y qué hicieron nuestros políticos en contraposición al pensamiento de los estudiosos y de los lustrabotas? Permitieron la enajenación de miles y miles de hectáreas en el sur argentino y en Malargüe, Mendoza, con sus corrientes fluviales, con sus napas acuíferas. Eso ahora está en manos de extranjeros, ricos en oro, pero sedientos. Hasta Obras Sanitarias Mendoza, proveedora de agua de la ciudad, fue transferida a manos francesas y ahora que los galos amenazan con irse esta OSM queda disponible para el mejor postor.
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El campo y el gobierno opuestos. Como si fueran dos bandos. Enemigos. Más de una semana de paro agropecuario. Carencia de aceite y harina en los supermercados. Precios desmesurados para todos los productos, básicos para la canasta familiar, racionamiento de la leche. Huevos hay, eso sí, pero a más del 100% de su valor real. Tres millones de nuevos pobres en la Argentina según cifras emergentes más allá de las desodorizadas y asépticas estadísticas oficiales, lejos, ellos, de los productos faltantes y también de los que retornaron a las góndolas: carne vacuna, azúcar, pollos.
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Los mullidos calabozos de las comisarías mendocinas, con sus saunas anexos, pantallas de plasma, yacuzzi, bar interno al estilo del hotel Le Meridienne de Paris, internet inalámbrica, alfombras persas, cristalería polaca, tienen un no sé qué: los presos se escapan. La suntuosidad anida únicamente en la imaginación de rateros y escruchantes allí alojados. Y bueno, se escapan como ocurrió en la seccional Tercera el pasado martes (13) mufa para los guardianes y no para don Luis Antonio Losada, salteño, poseedor de más de cinco nombres y apellidos falsos, imputado por robo simple. Pidió permiso para ir al baño. Se lo dieron y enfiló derecho para la calle. Las mazmorras menducas no tienen water closets, mingitorios ni algo parecido. Muchos ni puertas, sólo rejas atravesadas por el viento. Alguien que lo vio salir por la puerta central de la comisaría dijo que le escuchó murmurar: Voy al baño pero al baño de mi casa, al ladito de lo de Valderrama.
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Toda la noche caminando los chorros. Ida y vuelta. Desvalijaron la casa de un vecino de Junín ausente de su morada. Juego de sillones, electrodomésticos, sillas, televisor, una cama, máquina de coser. Llevaban todo hasta un aguantadero situado a más de un kilómetro. Iban y venían, esforzados, como si trabajaran. Lo último que portaron en esa maratón, una pesada salamandra de hierro fundido. Y fue esa estufa, de hierro fundido, casi imposible de trasladar, la que los mandó en cana. El reguero de ceniza que iba dejando mientras los integrantes del Club de los Cacos sudaban la gota gorda les permitió a los policías seguirles el rastro. Algo así como las piedritas que dejaban Hansel y Gretel en el cuento para niños o el hilo de Ariadna en el mitológico laberinto. Y el señor Víctor Hugo Ranzuglia, vecino de Ruta 60, al este de Molino, molino Viejo, Junín, recuperó sus cosas. La reflexión final de uno de los apresados: Mejor hubiéramos dejado la cédula de identidad.
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