Miguel Títiro
Fue permanente la renovación de visitantes en la parroquia Virgen Peregrina.
El velatorio de los restos del padre Jorge Contreras, realizado en su parroquia del barrio La Gloria, fue clara demostración de cómo una frágil persona caló hondo en los sentimientos y la espiritualidad de personas de todas las extracciones sociales. Desde la mañana fue permanente la renovación de visitantes al velorio, que se realizó en el verdadero hogar del religioso, la parroquia Virgen Peregrina.
Al mediodía llegó al templo el vicepresidente de la Nación, Julio César Cobos, quien viajó especialmente desde Buenos Aires para despedir al religioso.
Los humildes que lo siguieron toda la vida, la gente del barrio y de otras zonas del gran Mendoza, las personas que trabajaron con él en las obras misionales y los amigos de siempre se fueron despidiendo con tristeza, pero también con resignación “porque no queríamos verlo sufrir más”, dijo Juan Guzmán (69), seglar del monasterio El Carmelo, de Mayor Drummond.
Los saludos de pésame eran recibidos por el médico Juan Ramón Contreras (81), único hermano del sacerdote -dos años menor- y sus sobrinas.
También recibió palabras de reconocimiento el padre Rubén Laporte, a quien le toca la enorme responsabilidad de continuar la tarea de Contreras, como párroco de Virgen Peregrina.
El doctor Contreras tuvo ánimo para recordar las incursiones deportivas del clérigo, en sus años mozos y cuando no vestía sotana. “Como nuestro papá fue maestro alfabetizador en el regimiento de Campo Los Andes, en los años ’30, fue allí donde aprendió a cabalgar. En los tiempos de la casa paterna de la calle Francisco de la Reta, incursionó en el básquetbol, llegando a jugar en el club San José y hasta colaboró en la fundación de Atenas”.
Leer todo el artículoUn jugador de aquella época, Humberto Carbonari (89), tal vez la persona que más lo conoció entre los presentes, aportó que “el elenco de jugadores de aquellos años, alrededor de 1945, era conocido como el de los “petisos”, en atención a que tanto Jorge como sus circunstanciales compañeros eran de estatura baja.
Los diálogos multiplicaron las anécdotas y cada uno aportó su experiencia de vida junto al antiguo maestro. Un gran amigo Roberto Chediack (73) recordó horas de compromiso y labor compartida en La Gloria.
Carmen Cairo (63) y su esposo, Irineo Olguera (70), se mantenían en silencio, sentados y mirando hacia el ataúd. Venían de Cañadita Alegre y su manera de rendir homenaje era recordar “cuando todos éramos jóvenes, él y nosotros, y su mensaje daba sentido a nuestras vidas”.
En el féretro, el religioso no lucía el atuendo de su investidura religiosa, sino con las prendas que le gustaban tanto, las del hombre de campo: bombacha de gaucho, una sencilla camisa y un poncho que le habían regalado en Lavalle.
Frecuentemente durante la mañana se escuchaban Avemarías y rezos del Rosario, pero inesperadamente, a la hora del mediodía, sonaron guitarras y las voces de Juanita Vera, Andrés Iacopini, Mariela Contreras, Daniel Talquenca y Pocho Sosa. Entonaron un gato y tonadas, entre otras “La estrella encendida”, que el propio padre había escrito para la Virgen del Rosario.
Y también las populares “Cochero 'e plaza” y “Virgen de la Carrodilla”, con aplausos de cierre para la figura que todos empezaban a extrañar.
Rolando Concatti recordó los años compartidos en los seminarios de Lunlunta y Córdoba, y las enseñanzas recibidas del aquél obispo riojano, muerto en circunstancias extrañas en 1997, Enrique Angelelli. “Juntos descubrimos el servicio de estar cerca de las clases más golpeadas”, comentó.
Los Andes, 26 – 08 – 08
La Quinta Pata
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