Hernán Brienza
Dirige la colección Historia de los intelectuales en América Latina, de la cual salió el primer tomo. Dice que “el gran paradigma de la región es la Teoría de la Dependencia”, aunque hoy sea inaplicable políticamente.
Desde la periferia. Según Altamirano, los movimientos populistas son antielites pero no son antiintelectuales. Atacan a los pensadores más reputados del liberalismo, pero generan su propia intelectualidad.
Carlos Altamirano, sentado a una mesa de madera gastada, con un muro de libros a su espalda y mirando la avenida Coronel Díaz a través de los cristales del ventanal, resume en cuatro líneas los distintos roles de los intelectuales: “¿Qué hacen los intelectuales en su relación con el poder? Una parte de ellos reivindica los derechos de la cultura frente al poder; otros, como es el caso de Carta Abierta ponen su saber al servicio de un régimen, en este caso el kirchnerismo, pero puede ser el gobierno de Evo Morales, Hugo Chávez, como ocurre en la actualidad, o de distinto signo ideológico; otros tratan de mediar entre la sociedad y el poder y, por último, también están los que son críticos”.
Profesor regular de la Universidad de Buenos Aires, codirector del Programa de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes, Altamirano es profesor en Letras, y sus trabajos se han ordenado en torno de dos centros de interés: la sociología de la literatura, primero; la historia del pensamiento de las elites, tanto políticas como intelectuales de la Argentina, después. En 1978 contribuyó a fundar, con Beatriz Sarlo y Ricardo Piglia, la revista Punto de Vista. Ha publicado los libros: Frondizi, el hombre de ideas como político (1998), Peronismo y cultura de izquierda (2001) y, en colaboración con Beatriz Sarlo, Conceptos de sociología literaria (1980), Literatura/sociedad (1983) y Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia (1997).
Leer todo el artículoAltamirano es investigador del Conicet y en 2004 recibió el Premio Konex. Recientemente, dirigió y compiló para la editorial Katz el primer tomo de Historia de los intelectuales en América Latina.
–¿Dónde se pone el punto de partido para una historia de la intelectualidad latinoamericana?
–Nuestra hipótesis es que el intelectual desciende del letrado colonial, que se desmorona como consecuencia de la independencia y sus guerras. A partir de allí, comienza esa búsqueda de las personas de saber, de los doctos, de juristas, abogados, letrados, y que se cristaliza, finalmente, como intelectuales en las repúblicas más o menos liberales, más o menos oligárquicas, más o menos autoritarias que caracterizaron la segunda mitad del siglo XIX en América Latina. En la primera mitad del siglo XIX, el letrado se convierte en una figura de transición.
–¿Esa metamorfosis incluye la figura del escritor público?
–El escritor público tiene que ver con la existencia de la prensa y de una esfera pública que permitió el debate. Pero esto no era incompatible con la existencia de un orden político autoritario. El papel de los hombres de letras en política, la idea de que estos individuos tienen un papel legislador, que trazan el camino para el establecimiento de la política como formaciones nacionales se gesta en el siglo XIX.
–¿Cuál es el rol del intelectual en esas repúblicas?
–Es un rol muy activo, en algunos casos incluso de ejercicio directo de poder, el caso que se impone como ejemplar a los ojos no sólo de ellos mismos sino a los ojos del resto de Hispanoamérica va a ser el caso de la Argentina. El país fue finalmente organizado por una elite culta, fue la visión de la Argentina que dominó al resto de Hispanoamérica, e incluso a los ojos de observadores europeos. Las presidencias de Bartolomé Mitre, Domingo Sarmiento, Nicolás Avellaneda ejemplifican esto. Y si bien para ellos el advenimiento de Roca y del roquismo significó la llegada de una serie de arribistas que no tenían las calidades sociales e intelectuales del núcleo patricio original, también en el orden de ese ciclo que va desde 1880 a 1910, hay un lugar para estas elites culturales, hay mucha comunicación entre el campo del poder y el campo cultural.
–Con el surgimiento del radicalismo y del peronismo aparece lo popular como forma de estudio y generador de ideas, ¿qué ocurre con los intelectuales?
–Si bien uno puede pensar en familias de fenómenos por elementos en común, lo que diferencia al peronismo de otros movimientos de ancha base popular es la presencia de la clase obrera industrial, un proletariado organizado sindicalmente, muy activo. Uno puede reconocer en él la importancia del nacionalismo indoamericano, la definición del pueblo como aquel que es portador de una verdad y una integridad mayor que la de los importantes, entendiendo por esto a los ricos, los hombres de poder y los de cultura. Los movimientos populistas son antielites.
–¿Son antiintelectuales?
–En el caso del APRA peruano para nada, uno podría decir que tiene muchos rasgos del partido leninista de cuadros que va a construir una amplia base popular y donde por lo tanto la formación doctrinaria, ideológica, el debate, la obra escrita, los panfletos, son muy importantes. No es así en otros movimientos populistas como el peronismo, que está muy ligado a la personalidad del jefe, del caudillo. Contra la afirmación de que los intelectuales estuvieron contra el peronismo uno podría decir que esa afirmación vale sólo si se piensa que se está haciendo referencia a quienes tenían el rol hegemónico dentro del mundo intelectual, aquellos que eran los intelectuales más reputados, por así decir, del mundo liberal progresista. Hay un contingente importante de intelectuales de origen católico que tiene un papel muy grande en la constitución del tejido cultural del peronismo. Los nacionalistas se acercaron a Perón en 1943 y él no les deja un lugar, pero ellos buscaron crear un inteligencia de este nuevo fenómeno con Carlos Astrada, Arturo Jauretche.
–A mitad del siglo XX hay otra irrupción, la del intelectual marxista, ¿es un nuevo modelo intelectual?
–Sí, así es. Es un intelectual que vuelve a ligar reflexión y trabajo intelectual con la acción política. Desde el punto de vista de su capacidad para generar ideas en todo el continente el mayor referente es el peruano Víctor Haya de la Torre, que es uno de los ejemplos más logrados de alguien que sale de la Universidad, de origen radical, influido por la Revolución Rusa y a partir de ese repertorio de ideas construye un vasto movimiento popular en América Latina. El núcleo forjista de los años 30 está influido por el aprismo, y allí aparecen nuevos tipo de intelectuales radicales que ligan reflexión y prácticas intelectuales con acción política.
–¿La Universidad se convierte en una fuente de legitimación de la intelectualidad?
–Es el experimento de la Universidad reformista que va de 1956 a 1966 porque allí se convierte en la sede de la irrupción de nuevas disciplinas como la sociología y la psicología, con nuevos modos de prácticas como la historia social. La aparición de la licenciatura en economía. Estos modelos tienen verificación en Buenos Aires, en Brasil, México, Chile. Hay patrones de saber generalizados y son característicos del mundo de la segunda posguerra.
–¿Hay un pensamiento latinoamericano propio? ¿Cuál es?
–Uno puede captar la peculiaridad del pensamiento latinoamericano, pero no hay una originalidad desligada de la cultura occidental. Ahora que los movimientos indígenas ya reclaman no incorporarse a la sociedad nacional y no ser parte de ella y de su cultura como proclamaba el indigenismo en los años 20, 30, 40, habrá que ver qué relación establece con el patrón cultural dominante del carácter occidental. La problemática de la dependencia para pensarla en nuestra cultura es una temática forjada en el ámbito latinoamericano independientemente del hecho de que está construida con economistas occidentales pero aquí ha dado lugar a una reelaboración y unas claves de lectura del vínculo que tienen estas sociedades con Occidente. La Teoría de la Dependencia es el gran paradigma de las sociedades latinoamericanas del siglo XX, la reflexión sobre el vínculo con la metrópoli y la dependencia de la condición periférica.
–Fue forjada en los años sesenta, ¿sigue vigente?
–Es que no es una sola teoría, son varias. Hay algunos proyectos, datos o hechos que han sido detectados por la perspectiva dependentista que conservan validez. Si uno quiere contar la incorporación de las tierras al mercado mundial se dice que ha sido hecho bajo la teoría de la dependencia. Pero, hoy, a la hora de pensar políticas sobre cómo insertar estos países en el mundo la globalización, ¿debo inspirarme en esas teorías? Ésa sería otra pregunta y la respuesta tendría otro precio.
Crítica Digital, 28 – 08 – 08
La Quinta Pata
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