Liliana Heer
“Nunca sabré cómo contar esto…” —es la primera frase de “Las babas del diablo”— a la que adhiero afirmando: Nunca sabré cómo contar la experiencia de lectura siendo jurado del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar.
Si pudiera, enunciaría un pronombre que contenga todos los nombres y a la vez fragmente las sílabas hasta construir un sonido familiar e inaudito, absolutamente nuevo, tan cercano a la música como al furor de la trama. Transmitir la experiencia de lectura es cruzar el funcionamiento de un cuerpo y el de una usina; nervios, músculos, poleas, cintas avanzan entre pigmentos videntes de imaginación superlativa.
Por qué acepté con alegría esta invitación y por qué los buenos cuentos piden ser recontados, leídos, galardonados, no tiene respuesta, es un hecho de facto, mejor dejar afuera los interrogantes. Mejor contar la acción de la piedra o la araña en el zapato, contar para que el estómago —ese órgano que Flaubert en Bouvard et Pecuchet describía como causante del aburrimiento— nos contente.
Voy a poner cierto orden. Soy quien soy y simultáneamente soy el espíritu mismo de Cortázar —a quien leí y releí con entusiasmo creciente desde mi juventud. Bajo esa condición, pasando por algún estado o por varios a la vez, recorrimos juntos las páginas de todos los cuentos escritos para este certamen de La Habana 2008. ¿Será solamente mi verdad? No, estoy segura, somos varios los que compartimos esta pasión. Sin embargo, mientras cuento la experiencia, estoy / estamos solos.
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