domingo, 17 de agosto de 2008

“Soy una socióloga atípica”

Viajera. Graciela Cousinet en un afluente del Amazonas.

Verónica Oyanart

Graciela Cousinet, la vicedecana de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo, dice relativizar los títulos y los honores académicos.

Ya sea de travesía por el Amazonas boliviano; bailando cuecas junto a los herederos aborígenes en Guanacache, haciendo firuletes en una milonga porteña; indagando en la movida del rock mendocino; trabajando en los barrios marginales o en la casilla metálica que sirve de escuela a los presos, la socióloga Graciela Cousinet (59), actual vicedecana de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional del Cuyo, se “desmarca” de las solemnidades académicas, relativiza los títulos, dice que lo suyo es ir en busca de la gente y que para aprender hay que “meter los pies en el barro”.

La profesional, quien asiduamente es consultada por los medios masivos, asevera que el saldo positivo que dejó el conflicto por las retenciones “fue que la gente se interesara nuevamente en la política”; que los argentinos estamos cada vez más “fragmentados y polarizados”, y que como sociedad adolecemos de autocrítica y nos falta el ejercicio de la reflexión.

–En la calle se advierten sentimientos de indignación, vulnerabilidad e impotencia ante hechos atroces, como el asesinato de la joven embarazada o la nena de 10 años que tuvo relaciones sexuales y se filmó con un celular…
–Sí, pero me parece que siempre miramos los efectos y nunca atacamos las causas, que son históricas. Nada surge de un día para el otro. Son años de construir relaciones sociales que ahora nos estallan. Hay un reclamo constante al Estado, tratamos de sacarnos las responsabilidades de encima y falta hacer una reflexión. Por ejemplo, en el último año se ha triplicado la cantidad de internos de entre 18 y 25 años que hay en Boulogne Sur Mer. Son jóvenes que la sociedad no supo contener ni educar ni dar valores ni socializar. ¿De quién es la culpa?, ¿del Estado?, ¿de las familias de estos jóvenes? Yo creo que es una culpa de la que debemos hacernos cargo como sociedad y revisar los valores con los que nos manejamos. Ante la inseguridad pedimos más policías, pero eso implica policías que no están bien seleccionados ni capacitados y conforman otro problema. Pasa lo de esta chiquita de 10 años y me parece increíble que antes no hayamos salido a protestar, a pedir por favor que dejen de ofendernos con ciertos programas de televisión que los chicos ven sin ningún filtro. Yo no soy puritana ni mojigata, pero son ofensivos, grotescos. En otros países la gente se organiza y no le compra a ninguna empresa que publicite en estos programas. Así le cortan el chorro de la publicidad, que es lo que los mantiene. En medio del caos necesitamos hacer una reflexión profunda sobre qué nos conviene como país.
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– ¿Qué la impulsó a interesarse por la temática social?
– A veces son cosas mínimas las que te llevan en una dirección. Estaba en el secundario y leí un libro sobre la sociedad norteamericana, Los escaladores de la pirámide, sobre cómo los diferentes estratos buscan prestigio a través de sus comportamientos sociales. Dije “me gusta esto, quiero ser socióloga”. Iba a una escuela católica, en San Luis, porque mi padre trabajó allí algunos años. A los 17 me vine sola a estudiar a Mendoza y se me abrió un mundo nuevo. A través de la Sociología empecé a entender los problemas de la Humanidad, a buscar las causas y a tratar de cambiar, de mejorar este mundo que nos toca.

– ¿De qué manera?
–A través de la docencia, que es mi vocación, y participando políticamente en movimientos sociales, lo que me trajo consecuencias. En la época de la dictadura fui cesanteada y expulsada de la universidad. Estaba en las listas negras. Yo era muy joven y trabajaba como jefa de trabajos prácticos. Hacía poco que me había casado. Mi hijo nació justo un día antes del golpe. Decidimos quedarnos en Mendoza y me dediqué a ser madre y ama de casa. En el ’83 recuperé mi trabajo en la facultad. Me he dedicado bastante a la investigación, he publicado algunos libros.

–Como Extramuros, donde aborda la historia del rock and roll en Mendoza, ¿cómo surge su inquietud por este tema?
–Cuando vuelve la democracia se descubre ese velo que había cubierto a la sociedad. Y el rock, como movimiento social, a pesar de haber sido perseguido por la dictadura, había logrado mantenerse e incluso salir fortalecido. La Guerra de Malvinas mostró que el movimiento del rock era muy poderoso. A mí me interesó estudiarlo como socióloga, ver qué le había permitido esa supervivencia.

–Eso supuso un trabajo arduo de campo, no había teorizaciones, ni siquiera registros discográficos…
–Yo empecé a ir a los recitales, a acercarme a través de gente que fui conociendo. Me fascinó todo ese submundo, fue algo totalmente nuevo para mí que había estado dedicada al estudio y a la militancia política. Me fascinaron los personajes, el estilo, las fiestas, el ritual del rock and roll. Hubiera sido una lástima que todo eso tan interesante se perdiera. Lo que más me atrajo fue el carácter subversivo, contracultural del rock, de gente que vive al límite, que está dispuesta a “poner el cuerpo”, a arriesgarlo para aprender, para vivir.

–¿Qué figuras la cautivaron más de ese submundo?
–Algunos son todavía mis amigos, personajes que no son conocidos por todo el mundo. Por ejemplo Funes –lo llamamos por el apellido– que fue músico de los primeros grupos de Mendoza; y muchos más. Otros que ya no están, como El Loco Rivero. Me llamó la atención la lucidez de muchos de ellos, que sin haber estudiado sistemáticamente podían decir verdades que yo a veces tenía que leer muchos libros para descubrir. Además cada entrevista era una fiesta, como un recital, y por supuesto era con cerveza o vino. Todo esto me cambió mucho la cabeza, me sacó de los ámbitos intelectuales, encerrados. En esa época las bandas más emblemáticas eran Alcohol Etílico, Los Salvages Unitarios, que eran muy amigos míos y, como su nombre, eran muy salvajes (ríe). Estaba La Bóveda, que ha quedado en la memoria colectiva como “el” lugar del rock en Mendoza.

–¿Cómo marcha su gestión en la Facultad de Ciencias Políticas?
–Para mí fue bastante sorpresivo, no lo tenía en los planes, pero a veces la vida te sorprende. El actual decano (Juan Carlos Aguiló) me pidió que lo acompañara y acepté. Pensé que era más una cuestión testimonial de mi compromiso político, pero a los pocos días estaba asumiendo como vicedecana.

–No esperaban ganar…
–Creo que nadie lo esperaba. Yo iba a pedir el año sabático para hacer el doctorado. En la gestión lo que más me interesa es armar proyectos para que los estudiantes vayan afuera a aprender y a su vez transferir lo que saben. Implica un enriquecimiento mutuo, se encuentran con el mundo real. A través de la “escuela de deberes” trabajan con los padres en barrios muy pobres, para que puedan ayudar a sus hijos a hacer los deberes de la escuela. Vamos a la cárcel a colaborar con la escuela primaria, que funciona en una casilla metálica, para los internos que no terminaron la primaria. No hace tanto tuvimos una reunión con el ministro de Gobierno para solicitarle 15 horas de una psicopedagoga, que la escuela necesita con urgencia. Fuimos en comisión con la directora y el capellán. Nos dijeron que sí pero nunca la pusieron.

–Es importante salir a la realidad para desbrozar los fenómenos sociales...
– Exacto, yo soy una socióloga atípica, porque en general el sociólogo es más intelectual, se dedica más a la investigación de escritorio. Yo entiendo que uno conoce metiendo los pies en el barro, estando con la gente, ya sea en el barrio marginal, en la cárcel, en el ambiente del rock and roll. En ese sentido soy un poco iconoclasta, me río de ciertas posturas que son más una imagen que una realidad. Relativizo bastante los títulos y los honores académicos. He encontrado gente que sabe mucho y no se recibió en una universidad, y otra que lo hizo y sin embargo no sabe nada.

Diario Uno, 17 – 08 – 08

La Quinta Pata

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