sábado, 4 de octubre de 2008

Los pibes del potrero

Los pibes del potrero

Matías Soria
El fútbol argentino no se muere. Nace y se reproduce en cada potrero en donde exista una canchita que albergue a los pibes que comienzan a darle a la pelota. Y es en los barrios más carenciados de nuestra provincia (allí donde día a día se sobrevive a las injusticias, la pobreza, los miedos y a la desesperación) en el que proliferan estos entrañables potreros que cobijan a miles de niños que encuentran en el fútbol un espacio de contención social, divertimento y esperanza de un futuro mejor.

El siguiente texto es una breve descripción como conclusión de un fugaz recorrido por diferentes barriadas provinciales.

La primera conclusión del viaje: “Donde se eche a rodar una pelota, allí siempre habrá un niño corriendo detrás de ella”. Una imagen que se repite diariamente -como en tantísimos lugares- en las canchitas del Club Social y Deportivo Ciudad Oeste, en el barrio La Favorita de Ciudad, espacio de contención para más de 700 chicos que desempeñan diversas actividades recreativas, siendo el fútbol el integrador social.

“Nuestro objetivo es mostrarle un camino a los chicos a través del deporte para que puedan progresar como personas, ya sea en el estudio, en la vida familiar y siendo solidarios con los demás”, sostiene Juan Carrasco, uno de los muchos padres que colaboran en el club. Ciudad Oeste participa con las inferiores y la primera división en los torneos de Limfi y la Liga Mendocina de Fútbol, como también en las inferiores femeninas de hóckey sobre césped.

“Los mismos chicos que juegan en el club son los encargados de hacer la comida para los demás en el comedor, donde también se hacen juegos recreativos y educativos”, dice el profe Jorge Moa, que también destaca que “en los equipos no solo juega el que la rompe en los partidos, sino también el que se esfuerza por mejorar y ser mejor persona”.
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Por calle Paso se puede llegar a los barrios más humildes del departamento de Maipú. Y en los potreros que abundan por aquella zona, cada fin de semana compiten cientos de chicos entusiastas que participan en los campeonatos infantiles que organiza la Liga Deportiva Barrios Unidos. En el barrio Flores Oeste se encuentra una de las tantas canchas en donde se disputa el torneo, ubicada en lo que antes era el predio de una de esas fábricas que hoy están abandonadas. Hasta que los vecinos decidieron limpiar el basural, colocaron los arcos soldados a mano, tejieron las redes, pintaron las áreas y que ahora tienen como objetivo pelear por ganar ese espacio recuperado para la comunidad.

Ariel Coletti, educador de Campo Flores (una asociación integrante del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo), cuenta cómo surgió la iniciativa de ayudar a los chicos maipucinos a través del fútbol. “Al principio se juntaban los chicos a pelotear en la calle, y de allí se nos ocurrió sistematizar los partidos con un referente de cada barrio. Son los mismos padres los que dirigen los campeonatos, pintan la cancha, entrenan a los equipos, planillan los partidos y organizan todo. La idea es crear un club social pensando en el deporte como una herramienta educativa, facilitadora de organización comunitaria, y al fútbol como una expresión cultural. Queremos elevar al fútbol al mismo status que tiene la murga, el teatro, la danza, la pintura o la escultura. Y así fue que a través del fútbol los padres comenzaron a juntarse por otros temas, como el basural en el barrio, la nutrición de sus chicos y el tema de la alfabetización”.

Para el profe Coletti, “lo importante de todo esto es que se puede transformar la realidad de un niño a través del fútbol. El sector donde estamos es señalado como ‘zona roja’ por la inseguridad, y su gente como la que no puede con nada, pero acá se demostró que esto no es así”.

Conduciendo por el Acceso Este se ingresa al barrio de La Gloria, asentamiento bravo y difícil en el que el esfuerzo y el trabajo a destajo de muchos lamentablemente se mezcla con el vicio y la delincuencia de algunos. Pero contra todos esos prejuicios, en la barriada sobresale la solidaridad de muchos vecinos por intentar progresar en una sociedad excluyente y poder ayudar a los más indefensos: los niños. En ese sentido era común verlo al padre Contreras caminando por las callejuelas junto a los pequeños chicos cartoneros, que transitan tirando de sus carros entre la basura. Como así también a Los Gloriosos Intocables (el grupo de murga más famoso de la provincia) que suelen pasar practicando sus bailes por el boulevard central.

Y con relación al deporte en el barrio, además del polideportivo municipal, se encuentra la escuelita de fútbol Eladio Oropel, un pequeño terreno de tierra en donde más de 200 pibes despuntan la pasión por jugar al fútbol. Dicen que por acá vino alguna vez a jugar Nery Cardozo, el joven mendocino jugador de Boca Juniors. “El potrero es la patria del deporte argentino, es la esencia de este juego en nuestro país. Y con este espacio le damos una oportunidad a todos los niños del barrio para que se diviertan y comiencen a soñar con un futuro deportivo, tomando al deporte como escuela de vida”, explican casi a dúo los profes Luis Oropel y Orlando Zabala, quienes como tantos otros entrenadores tienen un común denominador: sacrificio, humildad y el amor al fútbol para hacer todo a pulmón y sin esperar nada a cambio, siempre en beneficio de los más pibes.

Hay una situación que es real, los tiempos han cambiado y en las zonas urbanas ya no quedan muchos espacios físicos como para armar esos espontáneos y añorados picados de antaño en calles y veredas (ya no existe la pulpo ni se juega con pelotas de trapo como antes). Pero ¿quien dijo que desaparecieron los potreros? Esto bien puede comprobarse principalmente en las tristemente célebres Villas Miserias (tan dramáticamente reales) que son los afincamientos más prolíficos en la fecundación de fútbol, en donde los pibes juegan que te juegan en los potreros.

Como así ocurre en uno de los tantos asentamientos recostados sobre el flanco del Acceso Norte, en el lejano distrito lasherino del Borbollón, en donde se han levantado precarias casas de adobe, techos de chapa y pisos de tierra (algunas, las más lujosas, ostentan algunos ladrillos y están numeradas). Y escondido detrás de la barriada, está el baldío en el que los pibes del potrero entrenan y se ejercitan, trotando entre charcos y escombros malolientes. Es que el equipo infantil de la Villa se prepara para competir en los famosos torneo Evita que desde hace años se desarrollan en Las Heras.

“En los potreros se aprende a manejar la pelota en lugares difíciles, se aprende la viveza, la picardía y la chispa de querer ganar”, explica un ex jugador de Gimnasia y Esgrima que prefiere reservar su nombre (“me dediqué al chupe y a la joda y dejé de jugar”, confiesa). Pero actualmente, casado y con dos hijos, el ex goleador del Lobo se dedica a transmitir el fútbol tratando de ayudar a los más pibes en el Barrio Lihué de Guaymallén. Tras pasar la calle Pedro Molina, los pasillos angostos conducen en forma laberíntica a la única canchita del barrio que es una verdadera alfombra…de tierra y piedras. En la mayoría de las viviendas no hay agua corriente, ni electricidad, ni cloacas y tienen que colgarse clandestinamente de los postes de luz para sobrevivir. La realidad es dura y difícil de sobrellevar en un ambiente hostil en donde se cocinan a fuego lento las injusticias que son caldo de cultivo para la violencia, la droga y la prostitución.

Y como ocurre en muchísimas barriadas pobres de nuestra provincia (aunque se pretenda esconder la realidad), las principales problemáticas de los niños giran en torno a la imposibilidad de acceso a derechos esenciales como una buena alimentación, la educación y la salud. Sin embargo, pese a todo, en nuestro país el fútbol sigue siendo una herramienta de contención para muchos de esos chicos marginados del sistema. Porque cuando hay fútbol, cuando hay pasión, cuando hay una pelota, para miles de niños eso es suficiente motivo para ser feliz.

Detrás del barrio Campo Pappa en Godoy Cruz –última trayecto del recorrido- también se ven potreros. Y aunque el sol ya comienza a desaparecer y la gélida villa se apresta para otra noche de frío imposible, todavía quedan un par de pibes que persiguen una gastada número cinco entre los perros y la basura. En ese rincón del universo, un pequeño gurrumín de no más de un metro de altura se acerca y declama sonriente con la carita manchada de barro: “El fútbol es lo más lindo que hay ¿no?...”. ¿Quién se atreve a negarlo?

La Quinta Pata, 04 – 10 – 08

La Quinta Pata

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