viernes, 31 de octubre de 2008

Mauricio Rosencof: “el olvido está lleno de memoria”

Mauricio Rosencof

Mora Cordeu

El libro Memorias del calabozo, de Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro reúne el testimonio de dos dirigentes de Tupamaros que junto a otros siete compañeros fueron trasladados de sus celdas en calidad de rehenes del régimen militar uruguayo y deambularon de cuartel en cuartel durante once años, seis meses y siete días entre 1973 y 1985.

“Un día nos enteramos el Ñato y yo, en el séptimo de caballería en Santa Clara de Olimar, en la frontera, que había un compañero entre los rehenes que estaba muy mal, con un cáncer, y otro había enloquecido. Y entonces nos juramentamos a través del muro que si alguno de los dos salía con vida y en condiciones iba a contar esta peripecia. Ahí nació el libro”, cuenta Mauricio Rosencof.

“No salimos libres por amnistía, pasamos a la justicia civil pero por una ley especial que establecía lo siguiente: de acuerdo a las condiciones de reclusión que tuvimos, cada día se computaba por tres. O sea que por simple cálculo tengo años a favor para la próxima vez (se ríe) y ahí decidimos aceptar por protección un ofrecimiento de los conventuales (los franciscanos) para estar unos días en su parroquia”, recuerda.

En ese tiempo, “conseguimos un grabador, nos fuimos a lo de mis viejos, un rancho en las Toscas, que ahora se llama La casita de mis viejos, y con el Ñato, de día a fuerza de mate y de noche con combustible, grabamos 47 casettes de una sentada. Y más te digo: corregimos nada más que las reiteraciones, un problema de sintaxis, pero no quisimos hacer ninguna manipulación literaria. Que nadie pensara que era algo elaborado. Nos dimos cuenta que hay una función en la sociedad, la del testimonio y que lo ponemos en el libro porque todo esto es memoria, y todo esto forma una gran barricada contra el olvido”, considera el uruguayo.
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Los primeros días de rehenes, evoca Rosencof, “no teníamos idea de nada, si había sido una sanción, hasta que de pronto nos dijeron: ‘ustedes a partir de este momento si pasa algo afuera simulamos una fuga y aquí se termino la historia’”.

“Don Quijote dice que hay oficios que el preso inventa en la cárcel que no existen en el mapa: no podés vivir a media ración, no te daban agua y reciclabas orina. En el calabozo bajo tierra, no podías caminar, ni respirar -describe-. Eso no era vivir. Entonces vivías en el mundo de la fantasía que tenía un riesgo: podías empantanarte en la imaginación como le pasó a dos compañeros”.

El haberse podido comunicarse entre los dos, mediante un rudimentario código a través de la pared, fue indispensable para la supervivencia. “El libro no lo leés como un diálogo teatral, lo podes leer de corrido porque hay una simbiosis tan grande. Es que durante diez años nos estuvimos contando la infancia, las novias, las enfermedades, los viajes, los acontecimientos y cuando se agotó eso las películas, los libros…”. Y después venía la imaginación, prosigue Rosencof, “yo escribí novelas y se las pasaba al Ñato golpeando la pared, organizamos revoluciones, Uruguay nos quedaba chico, socializábamos toda América Latina. Hasta hoy estoy pensando como conseguí el smoking para recibir el premio Nobel. Todas esas cosas me pasaban por la cabeza”.

¿Cómo el hombre puede ser hombre en las peores condiciones? “Y no se trata de un tema de ideología -aclara-, las reservas de integridad y de supervivencia y de prenderse a la vida como hiedra al muro que tiene el hombre sólo las conoce al enfrentar una situación límite”. “A mi hija la veía crecer de visita en visita, era una niña preescolar cuando caí y después ya una señorita, pero hubo un día que se me fijó”, dijo.

“Estaba en las catacumbas de Paso de los Toros bajo tierra, teníamos visita salteado y me llevan a verla. Había una doble reja y entra del otro lado una niña de 10 años delgadita y me produjo una gran confusión -menciona-. ¿Pero en qué año estamos? Era la hija del Ñato y me costó un rato darme cuenta. Le dije ‘pareces un pajarito con frío, ya viene tu padre’”.

Para Rosencof, “los límites entre la realidad y la fantasía son muy borrosos, los mismos que entre la locura y la cordura: entonces vos podes estar ahí y estar también bailando un tango en la adolescencia”.

“Así y todo uno se da cuenta con el tiempo que hay capítulos enteros que faltan y es que estuvimos presos nosotros y también la familia. Algunas cosas se cuentan de mis padres, de mi hija, de Gabrielita, la hija del Ñato; de la madre del Pepe (Mujica), todo es una epopeya de los familiares”, reflexiona.

Sobre Memorias del calabozo, recién publicado en la Argentina por Aguilar, el uruguayo considera que “una vez que uno se desprende de algo, es de los demás. Este libro tiene una intención que va más allá de la escritura”.

“Hay un poema de Mario (Benedetti) donde dice: ‘el olvido está lleno de memoria’. Pero en algunas charlas que doy largo una cosa en la que creo: el olvido no existe, todo es memoria, tarde o temprano se van a juntar todas las piezas del puzzle. Es cuestión de tiempo”, asegura Rosencof.

Télam, 30 – 10 – 08

La Quinta Pata

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