domingo, 16 de noviembre de 2008

Por el camino del poniente

El camino del poniente

Mary Ruiz de Zárate

“Yo siempre leí que el mundo, tierra e agua era esférica e las autoridades e experiencias de Tolomeo y todos los otros escribieron de este sitio . . .” Esta frase de Cristóbal Colón en una carta a los reyes de España, historiando el tercero de sus viajes al Nuevo Mundo, revela cuan firmemente tenía enraizada la idea de la esfericidad de la Tierra, idea que afinca en las lecturas de las obras del cardenal Pedro de Aivylly – Omago Mundi – que a su vez había recepcionado las teorías de los sabios egipcios de la antigüedad.

El primer propósito del marino genovés al servicio de la corona de Castilla, fue llegar al Oriente por el “camino del Poniente” contando con la ayuda de los financieros más importantes de la época como el judío converso Luis de Santangel, tesorero de los reyes y poderoso banquero. Además de la ayuda irrestricta de la banca genovesa a través de sus filiales en la península ibérica, y sus representativos: Francisco de Rivarol, Francesco Doria, Francisco Cataño y Gaspar de Spindola, muy interesados en el tráfico comercial con el Oriente sin “intermediarios”.

La participación de altos intereses financieros dan a la empresa de navegación castellana un carácter netamente económico: y Colón, que espera sacar participación jugosa de ella y probar sus teorías, por ende cree que habría de encontrar la séptima parte de la tierra “anunciada en El Libro de Esdrás”.

¡Tierra!
Cuando el 12 de octubre de 1492, el marino Rodrigo de Triana avistó tierra y pronunció su conocido grito, los españoles no sospechaban que en aquellas regiones hubiera restos de antiguas civilizaciones como en Europa. Creían hallar solo poblados primitivos de “indios” más o menos atrasados y similares a los habitantes de las islas de los mares orientales y de los territorios asiáticos.
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No cupo a Colón llegar a vislumbrar siquiera el mundo soñado por él. Los mismos que le habían aportado los medios para atravesar el mar se deshacen de su persona y toman directamente parte en la prospección de las riquezas descubiertas.

La conquista
Comienza la conquista, que no fue una mera empresa de simples buscadores de oro, sino el más grande intento transculturador de orden político en la historia de la humanidad.

Con el conquistador llegó el misionero y luego el colono, es decir, todos los que se veían poseídos de afán de lucro, con el ansia de alcanzar honores individuales, tierras, dominio, poder. Así se estructura y organiza una sociedad en un panorama nuevo y se trata de implantar las viejas instituciones europeas: el derecho histórico de Castilla, que hundía sus raíces en el Digesto romano.

Pero sucede que los pueblos vencidos se funden con el conquistador y por medio de la simbiosis cultural y la mezcla étnica, va surgiendo un hombre tan nuevo como la tierra virgen recién descubierta. Y ese hombre que resulta bien distinto a sus progenitores, padre español y madre india o negra, transforma a su vez al hombre europeo para crear una cultura, que ya no será la de las civilizaciones precolombinas ni la del invasor, sino la creada por una sociedad que en el seno de la colonia, con las contradicciones inherentes al régimen, desarrolla sus valores y adquiere una vigorosa personalidad que finalmente impone en sentido total.

La cultura americana
Se ha planteado el problema de la cultura americana, de la cultura latinoamericana, tratando de explicarla como “la vuelta al cauce” de las antiguas culturas líticas precolombinas, ya superadas, sin savia vital ni formas aceptables para nuestro tiempo. El nativismo como tal, inerte por la dialéctica de los acontecimientos, yace medularmente en los huesos del primer criollo engendrado en nuestras tierras. Desde entonces para acá, todo ha sido obra indubitable del llamado genius loci, o sea, la influencia local, plástica, de la ecología, la geografía, la etnia.

Y si el español puso la fuerza del primer choque: el conquistador, no debe olvidarse que esta corriente continuó fluyendo durante cuatro siglos, primando en el proceso transculturador un esfuerzo por mantener el vínculo cultural, el vínculo económico con el antiguo continente y por tanto el vínculo político.

Pero así como el español da esa fuerza primaria, su connubio con la india y con la negra produce, con el intercambio de sangre, un fenómeno que no esperaban ellos mismos inicialmente y que solo aperciben cuando sedimentada la conquista, consolidado el poder gubernativo por castilla en el Nuevo Mundo, se precisa defender a las clases oligárquicas para asegurar ese predominio de casta dentro de una sociedad prolíferamente estratificada. Y entonces se prohíben los matrimonios de colores distintos, porque ¿a qué hablar de razas, cuando la propia España era un mosaico moro, judío, vascongado, romano, cartaginés, fenicio, celtíbero y visigótico?

El español se transformó, el indio sometido aceptó por fuerza y el negro, aclimatado, subsistió. Del entronque de todos ellos y no de ellos en sentido individual, específico, viene el mestizo y es en este, en el criollo, en el que vive la nacionalidad nueva, el mundo nuevo, porque de Rodrigo de Triana hasta nuestros días [n. del E.: 1973] solo él es verdaderamente americano.

Junín y Ayacucho presagiaron su futuro. Y siglo y medio después la alborada del asalto al cuartel Moncada, un 26 de julio, anunció el universo que la América nuestra, la América de cobre, se había puesto de pie y había echado a andar a cuestas con su cultura, con su fuerza nueva, incontenible, con su historia, con sus sangres maduras . . .*

Juventud Rebelde, 07 – 09 – 73

La Quinta Pata

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