domingo, 22 de febrero de 2009

La seducción del atajo personalista

América Latina

Emilio Cafassi
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Entre los cambios que vienen teniendo lugar en América Latina, algunos profundos y persistentes, emergen las reformas constitucionales o sus proyectos, de entre los nuevos cimientos económicos y sociales que parecen ir construyéndose, no sin dificultad. A las reformas constitucionales de Bolivia, Ecuador y Venezuela, a la recolección de firmas por el referéndum revocatorio de la Ley de Caducidad en Uruguay (que obviamente no es una transformación constitucional pero la naturaleza anticonstitucional de la ley vigente me aconseja incluirla dentro de esta informal agregación, junto, por ejemplo, con la futura inclusión del voto consular) probablemente le sucedan iniciativas equivalentes en otras latitudes regionales. Y las consecuencias no serán menores. De su particular arquitectura y resultado nacerán vientos que empujen o apacigüen las transformaciones embrionarias en curso.

A la vez estas reformas, las estrictamente constitucionales particularmente, a la par que perfectibles, se han impuesto o rechazado sin mayor debate en torno a las nociones de ciudadanía, poder colectivo, democratización, entre muchas otras concomitantes, pero sobre todo, sin bases teóricas y éticas que permitan encauzarlo. Al menos no en la magnitud y enjundia que el despliegue electoral permite y que la importancia temática y sus consecuencias políticas aconsejan. No debiera extrañarnos: en las izquierdas la esfera política nos ha merecido una debilísima atención tal vez en virtud de la asimilación acrítica de la consabida metáfora marxiana de la base y la superestructura. De forma tal que la valoración de los institutos políticos y de la institucionalidad en general ha quedado a merced de un campismo de clase o ideológico que se contenta con entusiastas apoyos o rechazos según quién aliente los cambios con total independencia de la naturaleza de los mismos, es decir, de su contenido político intrínseco, cuando no se vela en virtud de otras conquistas como las estrictamente materiales o la naturaleza siniestra del adversario.
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A esto debe sumarse la complejidad y diversidad de los muchos institutos que una reforma constitucional completa implican y el contexto histórico y nacional en el que tiene lugar. El derrotado proyecto venezolano de diciembre de 2007 incluía 68 reformas de artículos. El exitoso boliviano 411 artículos. Sin embargo, ello no justifica eludir debates teóricos navegando inermes en las tormentosas coyunturas electorales o sólo guiados por alguna estrella glamorosa. A la vez, aunque globalmente puedan considerarse en ciertos casos conquistas ciudadanas indiscutibles de conjunto, no necesariamente bloquean la totalidad de las desigualdades y discriminaciones existentes. Es dable constatarlos en el pormenorizado análisis crítico que la edición anterior de La República de las Mujeres realiza sobre los resabios patriarcales de la nueva constitución boliviana a pesar del maravilloso avance que supone la conformación del Estado plurinacional boliviano con su Ama Sua, Ama Llulla y Ama Qhilla. También en los análisis y movilizaciones de los movimientos indígenas críticos de Ecuador.

Mas en todos los casos, el instituto de la reelección (sea indefinida, como en el exitoso referéndum del domingo pasado en Venezuela, o no) se deslizó inevitablemente por el articulado de los proyectos e inclusive constituyó un factor fundamental de negociación (tal el caso de Bolivia), movilización y polarización electoral (en todos los casos). Hasta en Uruguay, cuya izquierda ha hecho un culto del respeto a las normas y procedimientos, algunos compañeros se vieron tentados por la perspectiva reeleccionista consumiendo esfuerzos militantes en tal impotente dirección. Si se reparara ligeramente en estas últimas experiencias, pareciera que el reeleccionismo le correspondiera naturalmente al progresismo ya que todos los ejemplos de cambios de este signo lo incluyen o proponen. Sin embargo, es el oportunismo exitista su fuente y con sólo reparar en las actuales pretensiones del Presidente Uribe de Colombia, o retrotraerse unos años al apogeo neoliberal, se encontrará idéntica pretensión continuista de signo contrario. Menem, Cardoso o Fujimori nos lo recuerdan. Cortoplacismo hipotecario, para llamarlo de algún modo.

Si bien el debate acompañó casi desde sus inicios la nueva ola progresista en el sur, se ha intensificado en los días previos y posteriores al último referéndum venezolano. Es que en este caso, de la complejidad del análisis de toda una constitución o de decenas de artículos se pasó directamente a uno. No he leído análisis desde la izquierda que se detengan a problematizar el instituto de la reelección, sea acotada o indefinida (dado el espacio restante en esta nota, tampoco lo haré yo, dejando esta tarea para otro domingo). Sí, por el contrario, aparecieron llamados al apoyo del reeleccionismo o luego celebratorios de la victoria. Y fundamentalmente, exaltaciones de los logros chavistas y comparaciones con sus adversarios, todas ellas ciertas y fundadas aunque inservibles a los fines dilucidatorios de la naturaleza del instituto en cuestión.

Sin ir más lejos, en esta misma contratapa del 10 de febrero, Heinz Dieterich llama a un ferviente apoyo por el sí, introduciendo su tesis con una correcta desarticulación del mecanismo propagandista maniqueo de la derecha venezolana. No es para el autor una elección entre democracia y autoritarismo. Sin embargo, sí lo es la igualmente maniquea oposición entre sentido común y ceguera ideológica. Claro que en este caso la expresión "sentido común" no se ciñe al uso académico por el que, luego de la profundización que Gramsci hace de la noción de ideología de Marx y de su función en la construcción de la hegemonía, los intelectuales no sólo evitamos sino que intentamos contribuir a su desarticulación.

En Dieterich sentido común es algo así como pulsión erótica en Freud, si mi querido amigo Heinz me permite la reinterpretación nominativa. Una suerte de instinto de supervivencia social combinado con la búsqueda de bienestar que estaría garantizada por una de las opciones en un sentido objetivo si la ideología no la obstaculiza. Este sentido común es resumido luego como una opción racional de "costo-beneficio" al modo en que Samuelson y la escuela neoclásica, por caso, conciben la racionalidad y el marginalismo.

Sin embargo, en la extensa polémica internacional, pueden encontrarse además de los señalamientos de Dieterich que es prácticamente el único que intenta teorizar aunque nos comparta sus premisas y conclusión, seis ejes argumentales que expondré a continuación a modo de punteo, dejando su desarrollo y análisis para otra oportunidad.
1) Los cambios progresistas del gobierno del Presidente Chávez.
2) La naturaleza golpista de la derecha venezolana.
3) Las pruebas de apego democrático del propio Presidente Chávez.
4) La naturaleza electoral del instituto que no garantiza a nadie su carácter vitalicio al estar sometido al proceso electoral.
5) El carácter más democrático del instituto reeleccionista respecto a su limitación en función del carácter popular de la decisión.
6) La naturaleza meramente contractual de las constituciones.

De ellos, los tres últimos efectivamente se refieren al instituto propiamente dicho. No casualmente los de menor despliegue -al menos cuantitativo- en la prensa internacional. Peor aún es el hecho de que brille por su ausencia la consideración de los costos del personalismo, de la concentración de poder y del reforzamiento del culto a la personalidad, que por cierto no son sólo patrimonio de la derecha, sino de un amplio espectro de variantes ideológicas que van desde el populismo latinoamericano de mediados de siglo pasado con Juan Perón, Velazco Alvarado o Getulio Vargas, hasta llegar a las opciones revolucionarias leninistas con potenciación exponencial en el stalinismo.

También en un plano muy esquemático y sucinto adelantaré que la hipótesis a desarrollar en adelante no será de oposición entre izquierda y derecha ni entre realismo e idealismo, sino entre concentración y distribución del poder, entre el poder de los dirigentes y de los dirigidos cualquiera sea el campo ideológico en el que se inscriba.

Lo que más necesita América Latina en esta etapa es autonomía y reforzamiento del papel de los movimientos sociales y civiles, organización y poder colectivo. Algo diametralmente opuesto a la delegación fiduciaria, al reforzamiento del caudillismo, del liderazgo carismático, al clientelismo y a la unción de reyezuelos.

*Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

La República, 22 – 02 – 09

La Quinta Pata

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