domingo, 1 de febrero de 2009

Santa María de los Buenos Hambres

Primera fundación de Buenos Aires

Felipe Pigna

El 2 de febrero de 1536, don Pedro de Mendoza encabezaba la primera fundación de Buenos Aires la expedición terminaría en un rotundo fracaso; fue derrotada por la resistencia indígena.

Eran los días en que el "todopoderoso" emperador Carlos V estaba seriamente preocupado por frenar a los portugueses en el Atlántico Sur que, en 1532 de la mano del almirante Martín Alfonso de Sousa, habían colocado en las orillas del Río de la Plata monolitos con símbolos representativos de la corona lusitana. Decidió enviar a una persona de su absoluta confianza en carácter de adelantado, para tomar posesión de la región, conquistarla y fundar allí fortalezas y pueblos. La elección recayó en don Pedro de Mendoza, un noble granadino emparentado con el arzobispo de Toledo, la diócesis más importante y rica de España. Educado en la corte, primero como paje del heredero del trono de España y luego como "gentilhombre del emperador", había participado en las campañas de Italia, Alemania y Austria.

Don Pedro firmó en 1534 la capitulación en la que el emperador lo llamaba "mi criado y gentilhombre de mi casa [...] que os ofrecéis de ir a conquistar y poblar las tierras y provincias que hay en el río de Solís que algunos llaman de la Plata". En ella también, como era usual, se alentaba el secuestro extorsivo: "Si en vuestra conquista o gobernación se cautivara o prendiere algún cacique o señor, que de todos los tesoros, oro y plata, piedras y perlas que se hubieren de él por vía de rescate, se nos dé la sexta parte de ello y lo demás se reparta entre los conquistadores".

Todo estaba listo, pero don Pedro estaba casi listo en más de un sentido. Una sífilis mortal, que había adquirido durante el saqueo de Roma, lo tenía postrado y así estaría por más de un año. Las llagas de Mendoza se multiplicaban al ritmo de las ansiedades de los inscriptos para el viaje y los apuros del emperador, que ya estaba buscando un reemplazante cuando don Pedro decidió hacerse a la mar a pesar de todo.
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El 24 de agosto de 1535 zarpaba de San Lúcar de Barrameda la expedición de conquista más poderosa que se había visto hasta esos días. Eran dieciséis barcos que transportaban a 1.500 hombres y unas quince mujeres. Venían con Mendoza su hermano Diego y su sobrino Gonzalo, Juan de Ayolas, Domingo Martínez de Irala, varios clérigos y su maestre, Juan de Osorio. Fernández de Oviedo atestigua que al partir todos pensaban que el adelantado "había de hallar una sepultura en la mar". Las llagas y los dolores, que enloquecían a Mendoza, le hicieron delegar el mando en Osorio quien al llegar a las costas de Río de Janeiro montó una conspiración contra don Pedro para hacerse cargo del mando de la expedición. La conspiración fue denunciada por Juan de Ayolas, encargado de cumplir la sentencia firmada por Mendoza: "Que doquiera y en cualquier parte sea tomado el dicho Juan de Osorio, mi maestre de campo, sea muerto a puñaladas o estocadas o en otra cualquier manera que lo pudiera ser, las cuales le sean dadas hasta que el alma le salga de las carnes".

A principios de 1536 llegó la flota a lo que sería Buenos Aires. El comienzo no fue muy alentador. Cuenta Antonio Rodríguez, marino de la expedición, que los primeros seis españoles que desembarcaron fueron devorados por los "tigres", es decir, yaguaretés. Tal vez, cuando los felinos comenzaron a hacer la digestión, don Pedro de Mendoza se atrevió a bajar de la Magdalena, la nave capitana, y cumplió con las formalidades de la fundación de Santa María de los Buenos Aires, probablemente en la zona del actual parque Lezama. El calendario marcaba el 2 de febrero del año de nuestro señor de 1536. Allí se construyeron cuatro iglesias, una casa para el adelantado y numerosas chozas de barro y paja, y desembarcaron los 72 caballos y yeguas sobrevivientes de los 100 que habían embarcado en España.

Y así, como todo adelantado, Mendoza creó el Cabildo de la nueva población en uno de sus primeros actos de gobierno. Designó a los alcaldes y regidores que formaron el primer cuerpo, elegidos entre los vecinos más respetados o de mejor posición económica, que no era lo mismo; y siguiendo con la mala costumbre castellana, empezó a repartir lo que no era de él, cosa que en este caso no pasaría inadvertida para los verdaderos propietarios.

Efectivamente, la tierra tenía dueños. Eran los que más tarde serían conocidos como pampas, a los que los guaraníes llamaban querandíes, "gente con grasa", porque se alimentaban con grasa de pescado y de guanaco. Lejos de pasar hambre, los habitantes originarios de las tierras que pretendía Mendoza comían carne de venados, guanacos, ñandúes o nutrias. Complementaban su dieta con cardos, vainas de algarrobo, mucho pescado y maíz que obtenían a través del intercambio con otros pueblos. Inicialmente, los querandíes se mostraron curiosos y amigables con los recién llegados y los alimentaron durante catorce días. Pero entre las pocas virtudes de don Pedro y su gente no estaban la paciencia ni la tolerancia.

Bastó que los querandíes suspendieran por un día el delivery para 1.200 personas para que el "noble" don Pedro los mandara masacrar. Pero los querandíes no eran de amilanarse y perdieron ellos también la paciencia: convocaron al gran consejo de las tribus confederadas y reunieron unos 4.000 hombres con sus mejores armas. La batalla de Corpus Christi fue imponente y con graves consecuencias para ambos bandos.

La cosa no terminó ahí. La resistencia indígena se armó con refuerzos que llegaban de todas partes apenas se conocían los mensajes enviados por los diferentes caciques, que habían tomado la decisión de poner sitio al conjunto de ranchos que hacía las veces de Santa María de los Buenos Aires.

El ataque incluyó una lluvia de flechas incendiarias que terminaron con los techos de las precarias viviendas de la gente de Mendoza. Un pequeño grupo de querandíes en canoas logró incendiar por completo un tercio de la flota. El sostenido asedio les trajo gravísimas consecuencias a los invasores. Entonces fue cuando tres españoles se comieron secretamente un caballo que habían hurtado, y habiéndose sabido confesaron atormentados el hurto, y fueron ahorcados, y por la noche fueron otros tres españoles y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne, por no morir de hambre. Así de desastrosa era la vida en aquella aldea donde los buenos aires brillaban por su ausencia. En todo el día el adelantado Don Pedro no salía de su habitación de la nave Magdalena, encallada en la orilla del río. Se le habían formado hondas ulceraciones que le roían las manos, la espalda y la cabeza. Tenía miedo a la oscuridad y enloquecía a su compañera María Dávila, a la que no dejaba moverse de su lado.

La falta de recursos, el hambre, las disputas internas y la hostilidad de los querandíes corrieron a los españoles. Algunos se dirigieron hacia la recientemente fundada ciudad de Asunción y otros, como el propio Mendoza, regresaron a España. Antes de irse, don Pedro dejó un pliego de mortaja fechado el 20 de abril de 1537 en el que decía: "Me voy con seis o siete llagas en el cuerpo, cuatro en la cabeza y otra en la mano que no me deja escribir ni aun firmar. [...] Y si Dios os diera alguna joya o alguna piedra no dejéis de enviármela por que tenga algún remedio de mis trabajos y mis llagas". Pero nada de esto recibió y murió en alta mar, a bordo de la Magdalena, el 23 de junio de 1537.

La expedición de Mendoza, había terminado en un rotundo fracaso. Buenos Aires fue completamente despoblada en 1541. Era la más notable derrota sufrida por el "Imperio Universal" de Carlos V en las Indias y había sido infligida, como decía un cronista, por "unos salvajes que no reconocían las más mínimas normas de la propiedad privada por no tener costumbre de apropiarse de las cosas propias ni ajenas".

Clarín, 01 – 02 – 09

La Quinta Pata

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