domingo, 10 de mayo de 2009

Escribir a fuego lento

Fernando Lorenzo

Mariana Guzzante

Autor de culto, dramaturgo, poeta y narrador, el escritor de la Cuarta Sección reaparece como un lúcido relámpago en la escena literaria actual.
Figura del stand de Mendoza en la Feria Internacional del Libro, mañana será el motivo de un homenaje. Aunque gran parte de su obra todavía permanece en la oscuridad.

La cosa es así: una violinista ciega, que intenta partir a Canadá en busca de fama, muere tristemente frente a una sociedad hipócrita, acaso semejante a la mendocina. El hecho de que esta obra (que se llama, escuchen, “El concierto a fuego lento de la Sra. Decroly”) haya sido escrita por Fernando Lorenzo es, acaso, un síntoma.

Como todo escritor (como todo buen escritor), Lorenzo se autoimpuso un tour de force, una lectura, cruda y simbólica a la vez, de su contexto.

Así hablaba: “Todo artista tiene que ser fiel a su tiempo”. Lo decía con el corazón irritado de los creadores del ‘50, pero quizá también con un recelo futuro. “Poeta, cuídate”, advirtió en verso libre, “Cuida también la antorcha si vas a la batalla...Cuida al fin tus palabras. Porque has venido al mundo a soplar al oído de los hombres la tempestad y su cortejo de cristales partidos”. Quiso, eso sí, legar esa conciencia áspera, capaz de avanzar por el mundo “horizontal dando portazos”. Un poeta, supo, es un meteoro terrestre.

No es extraño que su obra haya nacido así, estrangulada en mínimas tiradas y pocas antologías. Cargando un imaginario de asfixia en el que, sin embargo, cada palabra entregaba su oxígeno. “Estoy de pie en el aire./ Dulcifico mis ojos./Huelen aún mis manos a fogata...”, presintió en su “Segundo Diluvio”.

Será que él, como todo poeta, entendió una de las leyes mágicas – lo que se repite nunca es igual – y escribió sobre la ‘pena metafísica’ (esa pena medular) en versiones que eran otras y las mismas. Lo suyo, claro, fue ese ir y venir por la poesía y la prosa, por la dramaturgia, la plástica y la escena. Todo en una misma cabeza: sin descartar la belleza narcótica de la metáfora ni la acidez de lo satírico. Como lo que corroe en las líneas del monólogo “Un lunes”, que es la verba de un hombre gris, bajo un shock de lucidez.
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La suerte de su obra ha sido casi absurda: el drama “El concierto...”, por ejemplo, sólo conoció una puesta escénica, que Walter Neira dirigió en los ‘90. De hecho, podemos sospechar que fue una feliz representación – por exitosa y por única – descontando el acierto de José Kemelmajer al interpretar “Un lunes”.

Que su poesía (hablamos en especial de “Tránsito”, libro debut del ‘48) sea prácticamente inconseguible en las librerías locales, lo arroja a esa suerte de ‘margen’ fatal que ha signado a la literatura mendocina del XX – ediciones ínfimas, cero difusión – y a la vez lo instala, como revancha, en el centro de nuestro patrimonio íntimo. Claro que fue un agitador cultural de su época, par de Santángelo, Cúneo, Levy y José González.

Que su obra dramática – poco numerosa pero impresionante – casi no sea conocida en la escena local (a pesar de estudiarse en la academia), deja una fisura y unos elencos huérfanos.

Extraño: porque las palabras de Fernando Lorenzo se introducen por la pupila, se instalan en el cerebro y allí se quedan. Porque sus textos sostienen la evidencia de que la literatura no es la logorrea del que quiere demostrar una destreza sino, justamente, el autofusilamiento, medido y tenaz, del que nunca deja de buscar nuevos atajos, precisamente para ir más lejos. ¿El escritor? Un pasajero en tránsito.

Lo cierto es que el fantasma de Lorenzo reaparece, por estos días, sobre una ruta que quizá le parezca extraña: la alfombra de los homenajes. De hecho, es la figura central del stand de Mendoza en la Feria Internacional del Libro 2009. De ese mega-stand con el que este año somos, al menos ornamentalmente, visibles para la gran farándula libresca.

Por lo pronto: allí brillará una placa y habrá libros y seremos representados por una literatura vigorosa, más allá de la muerte.

Escrito en el cuerpo
Una tarde, whisky en mano, descubrió que la ciudad era una total desconocida. Un tic en un párpado que se transfiere a la comisura de la boca. A la manera de los maestros del nonsense, se levanta de la silla del bar y deja una servilleta incomprensible (una escritura) en las manos de la fan. Siempre, nos consta, fue generoso con los jóvenes.

Había nacido en 1924, en la casa de los abuelos de la Cuarta Sección. Murió en 1997, de un cáncer óseo.

Así habló Fernando Lorenzo: “La poesía es un acto orgánico, como comer, defecar, caminar...un hecho natural (no simplemente mental, no simplemente emocional) que compromete, en lo profundo, el saber del cuerpo”.

Historias inéditas
Si hay algo extraño y poderoso en la idea de conectar con un autor, ese algo se hace todavía más poderoso y extraño si aparece, de pronto, un hallazgo: un material desconocido que aguarda el rescate.

Fernando Lorenzo no vivió para ver editada gran parte de su obra. Lo que se conoce – “Tránsito”, “Arriba pasa el viento”, “Nahueiquintún” y poco más de su teatro – es apenas un iceberg .

A pesar de su prestigio (casi de autor de culto), nunca se editó, por ejemplo, su novela “Subsuelo” (una entre tantas cajoneadas) ni su “Cantata Latinoamericana”, un perfil popular que parece no encajar en el identikit, siempre básico, de autor existencialista y surreal.

Algo de ese plus inédito, sin embargo, vamos a poder oír en “Canciones y poemas de doble filo”, un CD reeditado hace años que hoy, gracias al ‘ruido’ de la feria del libro, vuelve a sonar junto al nombre de Lorenzo.

“Con Fernando, en principio, grabamos un casette de textos y canciones”, refiere su hijo Ramiro. “Era una suerte de registro de los recitales que hicimos hace 15 años en el Café de la Universidad”. Reencontrados, padre e hijo decidieron grabar juntos una serie de poemas recitados y algunos temas de cantautor, en clave popular. ¿Qué hay en la grabación? Pues parte de la “Cantata Latinoamericana”, que es un homenaje a Bolívar y San Martín, desglosada en dos poemas: “Yo conozco la piedra” e “Indio”.

Nadie, aún, conoce estos textos. Esa faceta es la que intenta rescatar Ramiro Lorenzo (que va a colgarse mañana la guitarra en la feria del libro): la del Fernando popular, el escritor de cuartetas que, a ritmo de guajira, dialogaba con Martí, mientras inauguraba con frescura la biografía imaginada del hijo que poco vivió con él.

Allí hay un tesoro, aunque la edición de este CD sea, a juicio de Ramiro, “extremadamente precaria”. “Igual”, insiste, “busco la manera de llevar este homenaje a Mendoza”.

Los Andes, 10 – 05 – 09

La Quinta Pata

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