
Ramón Ábalo
"El mundo es y será una porquería..." exaltaba en una letra de tango el gran filósofo existencialista popular argentino Discepolín y la realidad universal parece seguir dándole la razón. Aun los más optimistas y esperanzados por un mundo mejor reculamos ante el largo listado de los demonios terrenales que nos atosigan con males y augurios de lo peor.
Crisis global que nos jode "sin comerla ni beberla", nos meten en el agujero de la angustia y apenas si nos dejan – a los argentinachos – la visión de un horizonte sojero, bosques arrasados y el asado criollo en extinción. Y ahora esto de la pandemia de la gripe porcina, sin olvidarnos de la vaca loca, la gripe aviar y el dengue, con las que ganan solamente las farmacias – apenas – y los laboratorios monopólicos. Si hasta mal pensado que se pone uno: es como para sospechar que el gran negocio lo están haciendo la CIA, el FMI, el Banco Mundial y los paraísos fiscales, vaya a saber por qué.
Y esto viene a cuento porque la pandemia, al fin y al cabo apenas si se ha cobrado unas doscientas víctimas fatales en todo el orbe – hasta el presente – provocando el terror de millones de habitantes – los occidentales y cristianos, al menos – y los Estados están destinando también miles de millones pero de dólares para la prevención. En tanto el turismo se ha venido a pique, nadie come porcino, las bolsas también al precipicio, la gente se saluda por señas y el amor se convierte en un gesto platónico.
Pero en esta parafernalia dramática, nadie se acuerda que por segundos mueren decenas de niños famélicos que nacen en el mundo de los desposeídos que en términos de cifras no son menos de un par de millones de seres humanos que apenas sobreviven en el África, en algunas zonas de Asia y de nuestra Latinoamérica. Ya pesar de las cumbres de todo tenor que se sienten obligadas a lanzar metas contra el hambre, la mortalidad infantil y materna, la educación, la lucha contra el sida, el paludismo y otras enfermedades, no pasa nada. Tales son los objetivos fijados por la ONU para el 20l5 de tan solo paliar esos males. Sin embargo, los expertos ya señalan que no se llegará a ninguna meta.
Leer todo el artículoY tal como lo señala el filósofo Peter Singer, las metas de desarrollo del milenio, medidas contra nuestra capacidad de cumplirlas, son "indecentemente modestas". Y el filósofo tiene razón, pues el hambre está en aumento en todos los rincones del planeta, y seguro que la crisis actual financiera va a hacer que esa pandemia – real y de toda la historia de la humanidad – se acreciente. Y aquí surge, entonces, el dato diabólico: así como nuestro país está en condiciones de dar de comer a trescientos millones de personas por año, padece una buena parte de su población – de apenas unos 40 millones de habitantes – de dicho mal, el hambre. Igual ocurre con los recursos alimenticios mundiales, que alcanzan para que la pandemia no existiera en ningún rincón. Pero el alimento hay que pagarlo, aunque los silos de granos estén saturados y los mayores países productores, como EEUU y algunos europeos destinen miles de millones de dólares para sufragar a sus campesinos cuya producción no tiene mercados porque los pobres del mundo, los hambrientos, sobreviven con lo que encuentran revolviendo los basurales. Ahí están los alimentos petrificados, esperando en sus bolsas que se decida su destino, que nunca serán los basurales del mundo. La canallada mayor es que, de acuerdo a cálculos bastantes certeros, con apenas 30.000 millones de dólares anuales se acabaría con esa pandemia, como lo afirma el ex-secretario de la ONU, Kofi Annan: "Mi posición es que la crisis financiera es muy seria y merece la atención, pero también la merece el problema del hambre y millones probablemente van a morir. ¿Es esto menos urgente?" Si no me falla la memoria, con una décima parte del presupuesto anual que apenas unos pocos países poderosos destinan al armamentismo y a la guerra, no habría un solo habitante del planeta que no tuviera en su dieta aquello que inventó el menemismo: pizza y champán.
Pero no seamos utópicos: el capitalismo no es salvaje ni serio ni piadoso como una carmelita descalza. Es simplemente capitalismo, que lleva en su esencialidad ser lo peor. Y la mayor perversión es que para ilusionar convierte a la zanahoria en pan y circo.
Redacción
La Quinta Pata, 04 – 05 – 09
La Quinta Pata
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