Parados sobre la ruta que domina Matadi, la capital del Bajo Congo, You Jian y Jeng, dos jóvenes ingenieros chinos, no manifiestan ninguna emoción. A pesar de sus sombreros de paja, el sol los enrojece. A veces encuentran por la mañana serpientes apretujadas en la profunda zanja que corre a lo largo de la ruta. Con frecuencia deben esquivar rocas, cruzar cursos de agua y, sobre todo, vencer los obstáculos de la burocracia local. Pero nada impedirá su misión, consistente en tender a través de la República Democrática del Congo (RDC) un cable de fibra óptica que viene de Sudáfrica (West Africa Cable System) y que se extenderá desde Moanda, sobre el Océano Atlántico, hasta Kinshasa, donde se hundirá en el río hasta Kisangani antes de unirse, en el este del país, a otro cable que viene del Océano Índico; unos 5.650 km en total. Su jefe, Xie “Hunter”, responsable local de la China Intertelecom Constructions, una filial de China Telecom, manifiesta la obstinación de una topadora: instalado en la RDC por tres años, se tomará en total siete días de licencia. Con sus 1.500 dólares (1.000 euros) de salario mensual, piensa pagar los estudios de su único hijo, que ha quedado en China.
En este país vasto como Europa Occidental, desprovisto de rutas y de medios de comunicación, pero que las empresas de telefonía privadas han cubierto de antenas, la instalación de la fibra óptica, que transmite sonido e imagen a la velocidad de la luz, representará un salto tecnológico importante: no solamente el costo de las llamadas de los teléfonos móviles disminuirá notablemente, sino que el cable, unido a las computadoras, hará posibles las transacciones financieras, la transmisión de imágenes médicas, la enseñanza a distancia, etc.
Esperando poder circular por las autopistas de la información, los habitantes de los pueblos se contentan con reclamar el acceso al agua potable y esperan ya no tener que iluminarse con velas por la noche, mientras la energía producida por la represa de Inga es comprada por los países vecinos.
Este proyecto, implementado por la Oficina Congoleña de Correos y Telecomunicaciones (OCPT), se deriva de una inversión de 60 millones de euros efectuada por Kinshasa; el primer tramo de 22 millones proviene de un crédito otorgado por el gobierno chino en función de la cooperación para el desarrollo. Obligará a las empresas de telefonía privadas a pagar regalías al Estado por su conexión al cable (los ingresos podrían llegar a 71 millones de euros anuales), marcando así el fortalecimiento de un servicio público con frecuencia desprestigiado. Esto se hace no sin dificultades, ya que la empresa Vodaphone (de capitales sudafricanos y británicos) reclama insistentemente el derecho a tener un pie en el lugar, es decir, a tener el control del punto de entrada del cable en Moanda, arguyendo que fue la primera en invertir en el sector de telefonía móvil y que ya cuenta con cuatro millones de abonados. La empresa teme que los congoleños no puedan gestionar por sí solos las perspectivas que el cable óptico les abre.
Un punto de vista que Hunter contradice porque, si bien es cierto que el contrato pone a trabajar a 2.500 obreros congoleños supervisados por 80 chinos, los veinte ingenieros congoleños enviados a formarse a China serán capaces de tomar la posta a partir de la segunda fase de los trabajos.
El “contrato del siglo” Mientras unos cavan en Matadi, otros, en Kinshasa, manejan trituradoras gigantes que escupen piedras destinadas al basamento de las arterias de la capital; mientras tanto, centenas de máquinas constructoras esperan para entrar en acción. Por mandato del gobernador, los chinos transformaron el bulevar 30 de junio, en el centro de la ciudad, en una autopista de cuatro vías, un billar que los peatones lo atraviesan arriesgando su vida. Mientras los occidentales todavía debaten las cláusulas de los contratos que ahora ligan a la RDC con China, los trabajos en el terreno ya han comenzado. Cada semana, el presidente Joseph Kabila inaugura una obra nueva.
Durante el verano boreal de 2007 el ministro de Infraestructura Pierre Lumbi –fundador en los años 80 de la Asociación Solidaridad Campesina, pilar del movimiento social congoleño– viajó a Pekín de manera muy discreta. El balance de su viaje tuvo el efecto de una bomba: el convenio firmado con China prevé 6.300 millones de euros de inversiones, de los cuales 4.200 están destinados al desarrollo de las infraestructuras y 2.100 a la reactivación del sector minero. La conducción de la obra estará a cargo de una sociedad mixta, la Sicomines, en la cual la RDC tendrá el 32% del capital. Las obras serán confiadas a dos empresas gigantes, la China Railway Engineering Corporation (CREC) y Synohydro Corporation, que se han comprometido a rehabilitar o a construir 3.000 km de rutas y de ferrocarriles, 31 hospitales de 150 camas distribuidos en todo el país, 145 centros de salud, 4 universidades y 50.000 viviendas sociales. Además, estos préstamos comerciales darán acceso al financiamiento de la cooperación china propiamente dicha, reembolsables a muy largo plazo y a tasas muy bajas.
Como contrapartida de esos trabajos, que deberán contribuir a relanzar la economía en ese país arruinado por tres décadas de dictadura y diez años de guerras y pillajes, los chinos han conseguido la promesa de acceder a 10 millones de toneladas de cobre, lo que corresponde a 6,5 millones de toneladas de cobre refinado, 200.000 toneladas de cobalto y 372 toneladas de oro.
Lumbi insiste: este acuerdo de trueque moderno es provechoso para todas las partes. Salvo que los chinos van a “cobrar directamente” por una parte importante de los trabajos, ya que los beneficios de la vertiente minera son los que van a financiar los trabajos de infraestructura; y la tasa de rentabilidad de los proyectos fue fijada audazmente en el 19%, y está sometida sólo a la apreciación de la parte china… Si esa tasa no se consigue, pedirán concesiones suplementarias.
No sin malicia, algunos congoleños hacen notar que estos acuerdos de trueque, de minerales por trabajos de infraestructura, hacen más difícil la corrupción, la evaporación del contenido de los presupuestos… En vísperas de la crisis financiera, el aumento de la cotización del cobre provocó una verdadera avalancha de las más grandes sociedades mineras del mundo hacia Katanga. Sin embargo, la contribución de esas “grandes empresas” al presupuesto del Estado no superaba el 6%, mientras que sumas importantes, debidamente pagadas, eran desviadas de su ruta por administraciones mal pagadas y, por lo tanto, corrompidas. La producción no había comenzado realmente todavía, ya que la mayoría de las empresas están todavía en una fase de inversión.
Decepcionado por el escaso rendimiento de las empresas occidentales, Kinshasa decidió revisar los contratos mineros, al mismo tiempo que se inclinaba hacia China (1). “Hay lugar para todo el mundo”, proclamaban los congoleños. Pero los “amigos” tradicionales de la RDC –que, como Bélgica y Francia, se habían comprometido fuertemente a poner fin a la guerra y convencer a la “comunidad internacional” de apoyar financieramente las elecciones– experimentaron el muy claro sentimiento, teñido de amargura, de que las reservas de materias primas congoleñas iban a cambiar de manos para servir al desarrollo económico de China y de otros países emergentes como India, Corea del Sur e incluso Brasil, comprometido en la exploración petrolera. Entre los recursos en juego se encuentran minerales raros o estratégicos como el uranio, el niobio, el coltan (o colombo-tantalite), y el cobalto, sin olvidar el petróleo recientemente descubierto.
La “revisión” de los contratos mineros fue interpretada como una maniobra dirigida a dar lugar a los recién llegados. La empresa estadounidense Tenke Fungurume, que invirtió 1.200 millones de euros en Katanga, se vio particularmente afectada, ya que Kinshasa desea que la participación del Estado en el capital de la empresa pase del 17% al 45%.
De esta manera, es difícil no establecer un vínculo entre la renegociación de los contratos y los conflictos que, desde hace años, enfrentan a Kinshasa con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Desde su llegada al poder, en 2002, el presidente Kabila trató se sanear una situación catastrófica: Kinshasa había dejado de pagar los intereses de una deuda que iba creciendo desde hacía años, y la RDC le debía al Club de París 7.000 millones de euros, de los cuales cerca del 90% eran atrasos acumulados desde el último acuerdo firmado con Zaire (nombre que llevaba entonces la RDC) en 1989. Los programas se fueron sucediendo, las visitas de los expertos del FMI también, y Kinshasa esperaba, ya en 2006, alcanzar el entonces mítico “punto de culminación” de la Iniciativa para los Países Pobres Muy Endeudados (PPME), que les permite a los acreedores anular cerca del 80% de la deuda.
El desafío es importante, ya que mientras el presupuesto del gobierno no supere los 3.500 millones de euros, de los cuales menos de 1.000 millones son recursos propios, las autoridades deben dedicar cada mes entre 28,4 y 35,5 millones de euros (o sea unos 400 millones de euros anuales) para el reembolso de la deuda. Si las negociaciones fracasan, toda la deuda seguirá vigente, aun cuando los salarios de los docentes no se pagan, los pacientes deben abonar los servicios de salud –cuando existen– y cuando falta dinero para pagar los sueldos de los militares encargados de restablecer la paz en el este del país, o para retribuir a funcionarios y magistrados; en resumen, para reconstruir el Estado.
Esta deuda externa que pesa sobre la recuperación del Congo merece el calificativo de “odiosa” (2), porque no solamente explotó a causa del juego de intereses, sino, sobre todo, por los créditos internacionales que fueron otorgados al Zaire de Joseph Mobutu para sostener, sin mostrarse muy cuidadosos, un régimen “amigo de Occidente”.
En varias oportunidades las autoridades congoleñas creyeron ver el fin del túnel. Pero, con la mala gestión de las finanzas públicas, el FMI se refiere actualmente a los acuerdos firmados con China como un obstáculo. Tras la firma del “contrato del siglo” con Pekín (3), el Fondo afirmó inmediatamente su oposición a la anulación de las deudas si el país contraía nuevos préstamos por un monto equivalente y acordaba la garantía estatal a los acuerdos comerciales realizados con empresas chinas. Además, la institución dirigida por Dominique Strauss-Kahn parece no apreciar el trueque, algo poco ortodoxo para sus ojos.
“Si las minas no son suficientes…”El embajador de Pekín en Kinshasa, Wu Zexian, ex alumno de la Escuela Nacional de Administración francesa (ENA), no duda en lanzarse a la pelea: “Nosotros pedimos sólo una garantía: que el Estado, en caso de que los yacimientos existentes no permitieran mantener los compromisos, nos autorice a realizar nuevas prospecciones –explica en un francés perfecto. Los riesgos los tomaría el Banco del Estado chino, el Eximbank, y sólo él…”. Y agregó, dejando tal vez entrever su juego: “De todas maneras, aun cuando las minas no alcancen, el Congo tiene otros recursos para ofrecer en estos acuerdos de trueque, como la tierra, por ejemplo…”. En su opinión, la garantía del Estado, presentada como un nuevo endeudamiento, sólo intervendría en tercera instancia. “El FMI tiene mala fe. Sus representantes incluso se desplazaron hasta Pekín para disuadirnos de llegar a un acuerdo con la RDC. ¡Y esto cuando se le solicita a China comprometer miles de millones de dólares en el refinanciamiento del propio FMI! (4)”.
Durante la visita de Strauss-Kahn a Kinshasa, en mayo pasado, se sugirieron fórmulas de compromiso: que el Congo esperara, durante algunos años en todo caso, 2.000 de los 6.000 millones de euros de créditos que le habían sido prometidos para financiar el segundo tramo de las infraestructuras y que debían ser pagados con los beneficios del proyecto minero. De ahora en adelante, los chinos retrocederán y las empresas francesas se han lanzado a la pelea: Aeropuertos de París va a renovar el aeropuerto de N’Djili, cercano a Kinshasa, mientras los chinos se contentarán con rehacer la pista; a Areva se le ha confiado la prospección, y luego la explotación, de todas las minas de uranio…
Para la RDC, la reconciliación con el FMI y con los acreedores miembros del “Club de París” representa un desafío vital, porque en 2009 el crecimiento sólo ha sido del 2,7%, mientras había llegado al 8,2% en 2008, y las inversiones extranjeras sólo llegaron a los 570 millones de euros en lugar de los 1.700 millones esperados. Strauss-Kahn reconoció que el país era uno de los más afectados en África por la crisis financiera y recordó que en marzo el FMI había aprobado un pago urgente de 138,5 millones de euros con el fin de hacer frente a las necesidades de liquidez.
Como la disminución de la deuda se ha convertido en algo más político que económico, muchos dudan de que se encuentre una solución inmediata. Más aun puesto que Estados Unidos, preocupado por la renegociación del contrato firmado con la empresa minera Tenke Fungurume, disimula su intransigencia detrás de los ucases del FMI…
1 Véase Raf Custers, “África revisa los contratos mineros”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, agosto de 2008.
2 Se emplea la expresión “deuda odiosa” cuando una deuda ha sido contraída por una dictadura y, después del retorno de la democracia, debe ser pagada por los ciudadanos.
3 Véase Colette Braeckman “Saqueo de riquezas en el Congo”, Le Monde Diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, agosto de 2008.
4 Señalemos, sin embargo, que como los derechos de voto están calculados sobre la base del capital depositado, Estados Unidos representa el 17% de los votos y China el 2%, como Brasil… o Bélgica.
*Periodista, Le Soir, Bruselas
Le Monde Diplomatique, 21 – 09 – 09
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