Ariel Búmbalo
Con “Cuentos para matar... te” recientemente publicado, su autor se afirma como uno de los escritores más interesantes y prolíficos del panorama literario local. En la charla habla sobre su trayectoria, sobre el oficio de escribir, sus influencias y la literatura mendocina.
- ¿Podés contar algo sobre tu libro más reciente?-Mi último libro, que como el anterior fue publicado por Eco Ediciones de Buenos Aires, sigue una especie de saga en el título. El de 2006 se llamaba "Cuentos para matar... el tiempo", y el nuevo "Cuentos para matar... te".
Sin intención de matar a alguien físicamente, por supuesto, sino con la idea de que alguna palabra, alguna idea, algún conflicto, algún final, algo, deje pensando al lector, por un instante apenas. O le acerque algún recuerdo extraviado. Algún sentimiento dormido. Algún estremecimiento bonito. De ahí ese propósito de "Matar..." con alguna emocional caricia-puñalada del pasado. O del porvenir. Y no de aburrimiento, claro.
El libro anterior tenía 36 cuentos, el nuevo contiene 88, una abusiva cantidad para un libro. Pero son cuentos breves, no más de página y media, y algunos se encuadran en lo que hoy se denomina microrrelatos o nanoficción.
La mayoría fue escrita para el programa "Dos Puntos de Vista" que se emite los domingos por Radio Universidad, y unos pocos para el antiguo programa "Hecho a Medida" de la misma radio; son cuentos escritos para oídos. El resto lo fue para ojos. Varios tuvieron impensada fortuna y fueron publicados en revistas y diarios locales y del extranjero.
-¿Cómo fue que empezaste en el oficio?- Nací en una familia adicta a la lectura, en casa se leía mucho y de todo. Mi padre era un gran lector de novelas policiales -tenía unas 2.000 que leí antes de los 10 años-. Mi madre leía biografías, novelas históricas y teatro español y mi abuela las Selecciones del Reader’s Digest. Me crié entre cientos de libros y revistas como Leoplan, El Hogar, Sur, los culturales de La Nación, etcétera.
Sin mencionar el Pato Donald, el Patoruzito, El Gorrión y tantas otras. Mi abuela Serita fue también fundamental: me sentaba a su vera y me contaba historias de la familia vasca, de la Guerra Civil Española, fábulas, mitos y leyendas, y anécdotas seguro inventadas. Entre las historias de mi abuela, y el ámbito en que fui educado, está el origen de mi sueño por escribir.
Podría afirmar que ya desde antes de aprender a leer quería escribir.
Recuerdo haberme dicho, con frecuencia: "Algún día, yo también. Algún día, yo también". Sin embargo, tuvieron que pasar muchos puentes sobre los ríos de mi vida hasta que tomé la bendita decisión y me largué. En plena mitad de mi adolescencia, apenas pasados los cuarenta, dejé la profesión y entré en mi verdadera vocación. Una profunda necesidad de expresarme, de comunicarme, de decir, me guía desde entonces.
-¿Qué otros escritores y lecturas te influenciaron?Leer todo el artículo-Tal vez sea necesario aclarar que jamás hice estudios de Letras ni de Literatura, soy perito mercantil y luego abogado, nada hubo allí que me atrajera o influenciara. Mi puro y único taller literario fueron los libros. Y siempre leí muy desordenadamente. Todo lo que me caía, entre las manos y los ojos, lo fui devorando con fruición, con mucho placer.
Mi libro favorito, por ahora, es "El corazón de las tinieblas" de Joseph Conrad, pero sería injusto nombrar sólo uno. Podría aventurar que en mis cuentos hay indicios de los maestros Poe, Quiroga, Cortázar, Rulfo, Faulkner, pero no podría asegurarlo.
Uno escribe con todo su ser, con su historia, su infancia, sus sueños y sus pesadillas, sus éxitos y sus fracasos, sus utopías y sus luchas, su cultura y su memoria. Sobre todo, uno escribe con su inconsciente. O el inconsciente escribe por uno. Quién lo sabe. Son misterios que no se manejan.
-¿Cómo te definirías como escritor? Y si tuvieras que definir tu obra, ¿cómo lo harías?
-En realidad, es imposible definirse como escritor, es un tema para los críticos y, ojalá, para los lectores. Uno escribe, no se define. Desde afuera, quizá, podría decir que en lo mío hay lenguaje coloquial y mucha ironía.
En los, a la fecha, 5 novelas y más de 420 cuentos hay de todo: realismo, humor negro y blanco, crítica social, ciencia ficción, asuntos fantásticos, cotidianos, amor, muerte. La vida real y la vida soñada, en síntesis.
Uno nunca sabe qué fibras íntimas toca en el lector. Pero mi intención última -y primera- es ser lo más claro posible y, esencialmente, conmover.
Como narrador he sido estudiante, gay, lesbiana, policía, maestra, niño, profesor, asesino, sacerdote, fantasma, perro, pájaro, militar, subversivo, empleado público, periodista, investigador, extraterrestre, médico, enfermera, un tipo de las cavernas y uno del futuro, erudito y analfabeto, abuelo, padre, hijo, psicólogo, prisionero desaparecido, jefe mafioso, sociólogo, cornudo y ponedor de, feto en vientre materno, anciano por expirar, inmortal, he sido la muerte y he sido árbol. ¡Y después hablan de esquizofrenia!
Virginia Woolf describía: "Esta rara profesión de sentarse a escribir cosas que no le sucedieron nunca a gente que no existió jamás". Reflexión maravillosa que, me parece, resume acabadamente mi "sentir racional" sobre lo que pretendo hacer cuando pongo mis dedos sobre las teclas.
Como suelo decir, escribir me ha sido una estupenda forma de evitar el suicidio y la locura. Lo primero lo logré con éxito puesto que aún suspiro. Lo segundo, bueno, respecto a lo segundo, sigo tratando. La literatura es algo muy interno.
Cuando escribo siento el placer de saberme leal a mí mismo y a mi vocación más profunda, más auténtica. Es una apuesta personal, un compromiso conmigo mismo saber que peleo una batalla que yo elegí. A estas alturas, debo confesar que si no escribo sencillamente me muero, escribir es para mí tan necesario como respirar, comer, hacer el amor o dormir, tan vital, tan primordial como eso. Al fin de cuentas -ya que no un medio-, escribir es para mí un modo de vida.
-¿Es difícil ser un escritor en Mendoza?
-Escribir en Mendoza es igual que escribir en cualquier lugar del mundo. Aunque prefiero hacerlo frente al mar, cualquier mar. En Mendoza, si se tiene ganas, se escribe en la cocina, en el patio, en la cama, con lápiz, birome, Olivetti o computadora. Se escribe de noche, de día, a la siesta, bueno, a la siesta es más difícil.
Se escribe a toda hora y cuando se puede. Con sueño, con insomnio -sobre todo con insomnio-, con salud o enfermedad, saciado o con hambre, con Zonda y ojalá con lluvia, se escribe como en todos lados, siempre que uno quiera y sienta la pulsión de contar historias. En Mendoza se escribe como en todas partes, o más.
Lo difícil en Mendoza es publicar. Lo jodido en Mendoza es publicar. Es muy caro y no existe distribución en las librerías. Siempre y cuando las librerías acepten vender libros de autores mendocinos, que hay algunas que no.
En Mendoza existen imprentas, negocios de impresión, pero no editoriales. Las, dos o tres, que se ufanan de ello tampoco sirven porque no distribuyen las obras, no las difunden, no las publicitan, nadie se entera de que has publicado un libro si no es por que se lo contás.
Nadie compra un libro si no se lo ofrecés. Para colmo es carísimo, un 50% -y muchas veces un 100%- más caro que en Buenos Aires. Y bueno, hay quien tiene acceso a crédito y lo hace. Hay quien tiene plata y lo hace. Pero queda la gran mayoría, nosotros, los que no tenemos un mango y tenemos que apechugar para publicar un libro que luego tendremos que ofrecer y vender nosotros mismos.
En definitiva, el drama no es escribir en Mendoza, al contrario, es un gran gusto. El drama, a menos que uno posea fortuna o sea funcionario público, político, empresario o cualquier otro señor muy adinerado, es publicar.
La otra alternativa son los premios de concurso. Pero hay uno solo en la provincia que trae como regalo unos pocos libros -se quedan con la mayoría, los guardan en un sótano hasta que se pudran y te dan una cantidad miserable-. La otra, la única que queda, es participar en concursos de Buenos Aires y de Europa. Allí te dan una gran suma o te publican y difunden y distribuyen ellos.
Pero, claro, hay que ganar. Y se presentan miles y miles. Hay una posibilidad más, instalarse en Buenos Aires y recorrer editorial por editorial, dejar un manuscrito en cada una y ponerse a rezar. Costó años que me publicaran en los diarios, algunos premios y muchos amigos lo hicieron posible. En síntesis, en Mendoza se puede escribir. Solamente eso.
Los Andes, 05 – 09 – 09
La Quinta Pata
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