Ricardo Ragendorfer y Gabriela Juvenal
La nave de la Iglesia Catedral Nuestra Señora del Rosario, el principal templo católico de la ciudad bonaerense de Azul, estaba colmada. Y con las manos apoyadas sobre el altar mayor, a espaldas de una imagen de la virgen homónima, el cura iniciaba la celebración de la santa misa con un rezo. Desde el primer asiento, un feligrés repetía sus palabras con un fervor tal vez exagerado, al igual que su esposa; esa familia se completaba con dos niños. Al rato, todos ellos se pusieron de pie para tomar el sacramento de la eucaristía. El tipo tenía un inequívoco aire marcial; era el mayor Pedro Durán Sáenz. Tal vez en aquel instante cavilara sobre la conveniencia de confesarse. Razones no le faltaban.
Cinco días antes, exactamente durante el amanecer del martes 14 de marzo de 1978, fueron hallados cinco cadáveres en un descampado de la localidad de Lomas de Zamora. Eran tres hombres y dos mujeres de entre 17 y 23 años. La causa de muerte fue “shock traumático agudo por heridas de bala”, diría el acta de defunción. Horas después, esos cuerpos fueron enterrados en una fosa común del cementerio local.
Durán Sáenz no era ajeno al episodio
Ahora en su paladar se disolvía esa oblea redonda que simboliza el cuerpo de Cristo. Y al caer la tarde, como lo hace cada domingo, se despedirá de los suyos con una pizca de pesar, antes de partir al volante de un Ford Falcon gris hacia su lugar de trabajo, situado a casi 300 kilómetros de allí.
Ya de madrugada, el militar ingresó por la autopista Ricchieri al Camino de Cintura, en La Matanza. Allí, detrás de una frondosa arboleda, había un predio con pileta de natación y tres casas de estilo colonial con tejas rojas. Se trataba de El Vesubio, uno de los centros clandestinos de detención controlado por el Primer Cuerpo del Ejército. Y él era su máxima autoridad.
Allí habían estado las cinco personas ejecutadas en Lomas de Zamora.
El 24 de agosto de 2004, el Equipo Argentino de Antropología Forense (Eaaf) comenzó a trabajar en la fosa 31 K del mencionado cementerio. Y no tardaría en exhumar a las víctimas de esa añeja masacre. Entre ellas se encontraba Laura Isabel Feldman, de apenas 18 años, a quien todos llamaban Penny.
Su historia merece ser contada.
Leer todo el artículoLa primavera. Héctor Cámpora acababa de ganar las elecciones de 1973 y la dictadura de Lanusse asistía a su tiempo de descuento. En la noche del 18 de abril, la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) celebraba su acto fundacional en el Sindicato de Calzado. Era la rama estudiantil del peronismo revolucionario. Y en el amplio local de la calle Yatay no cabía un alfiler. Las palabras de los oradores se veían desbordadas por los bombos, redoblantes y cantitos. “¡Aquí están/estos son/ los pendejos de Perón!”, coreaban miles de gargantas. Primero habló Cristian Caretti, conocido como el Gringo. Era el flamante jefe de la UES, un pibe con un carisma arrollador. Luego fue el turno de Juan Manuel Abal Medina. En su rostro todos veían los rasgos de su hermano Fernando, el jefe montonero caído en combate. “El 25 de mayo van a estar en libertad todos los compañeros presos”, fue su remate. Y las gargantas volvieron a estallar. El plato fuerte estuvo a cargo de Rodolfo Galimberti. Con su campera de cuero y los brazos en jarra, enloqueció a los presentes. Fue entonces cuando lanzó su idea de organizar milicias populares. “¡Aquí están/ estos son/ los fusiles de Perón!”, replicó la multitud.
En el fondo, parada sobre una silla, Penny no daba crédito a sus ojos.
Era su despertar político. En ello, por cierto, fue precoz. Con sólo 12 años había asistido a sus primeras marchas. Y desde el invierno anterior, mientras cursaba primer año en la Escuela Carlos Pellegrini, había comenzado a militar en la Fede, como se le decía a la Federación Juvenil Comunista; fue un noviecito quien la llevó por tal camino. Pero ahora, invitada al acto de la UES por una compañera del colegio, su deslumbramiento por la liturgia peronista auguraba en ella un giro. La mutación se cristalizaría por completo el 25 de mayo de 1973. A la mañana, en esa Plaza de Mayo tomada por la gente, Penny vibraría al ver el repliegue en helicóptero de la junta militar, al ritmo de un atronador: “¡Se van/ se van/ y nunca volverán!”. Y la noche la sorprendería con esa misma multitud frente a la cárcel de Devoto, mientras los presos políticos –tal como lo vaticinara Abal Medina– ganaban la libertad. En ese instante quizás sintiera que la Revolución era sólo una cuestión de horas. Y que ella era parte del asunto. Fue imposible quedarse en la Fede. Al otro día se metió a la UES.
Penny había nacido en Buenos Aires el 11 de agosto de 1959. Era hija del cineasta Simón Feldman y la periodista Mabel Itzcovich. Su única hermana, Ana Nora, le llevaba dos años. En su infancia vivió en un departamento de Villa Crespo y cursó estudios en una escuela pública situada en la esquina de Aráoz y Güemes. A los 10 años, tras la separación de sus padres, residió unos meses, con Ana y Mabel, en París, ya que ésta había conseguido un empleo en la agencia France Press. Sería la insistencia de Penny por regresar al país lo que, al cabo de unos meses, precipitó el final de la estadía en Francia. Desde entonces, ella alternó la escuela con el Icuf, una organización judía de orientación progresista, en la que los chicos efectuaban los sábados algunas actividades recreativas.
Y tras ingresar al Pellegrini, incursionaría –ya se sabe– en la política estudiantil, sin desatender al Icuf. Ni la lectura de novelas. Ni su afición por los culebrones televisivos, lo cual era duramente cuestionado por su hermana, quien también estaba estaba en la Fede. Después –al igual que Penny– pasaría al peronismo. Mabel asimiló con naturalidad la nueva causa de sus hijas. En parte, porque en ese hogar –las tres ahora vivían en un departamento situado en Uriarte y Güemes– se respiraba a política y, además, desfilaban personajes como Paco Urondo, Juan Gelman y Horacio Verbitsky.
Por entonces –corría el otoño de 1973– se produjo la toma del Pellegrini. Penny participó activamente. Y la convivencia con sus compañeros –la toma duró casi tres semanas– forjaría lazos de amistad indisolubles. Por entonces, Penny comenzó a ser muy apreciada entre sus pares; aquella piba menuda, con pecas y mirada luminosa no pasaba desapercibida.
Noche y niebla. En 1974 el clima político comenzó a enrarecerse. El 22 de agosto de ese año, la UES recibiría su primer golpe mortal: el Roña –un dirigente del colegio Buenos Aires, cuyo nombre era Eduardo Bekerman– fue asesinado por la Triple A.
En 1975, como parte de la estrategia de la UES, Penny se pasó al Normal 5, de Barracas, para fortalecer ese frente. Al tiempo sería designada responsable de la UES en ese colegio. Y conoció a Eduardo Garuti, un militante barrial de 17 años apodado Angelito, quien se convirtió en su pareja hasta el fin de sus días. Penny conjugaría después su militancia estudiantil con la preparación de un semanario –junto a un equipo encabezado por el periodista Enrique Jarito Walker– que nunca llegó a publicarse. Su lanzamiento estaba previsto para el 24 de marzo de 1976.
Ya bajo la noche de la dictadura, la existencia de Penny se tornó riesgosa. Pero no renunció a su actividad política. Ni se mudó. A comienzos de 1977, llegó a casa. En el segundo piso, una patota militar rompía su puerta. “¿Adónde vas?”, le preguntaron. “Al tercer piso”, dijo ella. Y puso los pies en polvorosa con Angelito, que estaba en la calle. La patota, al irrumpir en el departamento, vio una foto suya. Entonces los tipos reventaron el único departamento del tercero. Y secuestraron a sus ocupantes; entre ellos, a Mirta Montero, de 15 años, que aún sigue desaparecida.
Tras el episodio, Mabel y Ana se exiliaron en Italia. Penny, en cambio, se mostró obstinada en quedarse para proseguir con su militancia, pese a los esfuerzos de su entorno familiar por disuadirla. Y con Angelito pasaría a la clandestinidad. Desde entonces, sus pasos serían difíciles de reconstruir; al respecto sólo se sabe que la pareja continuó su actividad política en el sur bonaerense.
Al menos eso le dijo Penny a su padre, durante unas vacaciones en Necochea que ambos se tomaron en febrero de 1978. No imaginaban que estas en realidad serían una despedida.
El 18 de ese mes, Penny y Angelito fueron secuestrados en una pensión del barrio de Once.
El corazón de las tinieblas. Testimonios de sobrevivientes de El Vesubio aseguran que la pareja pasó por allí. Sus apodos fueron tallados sobre el tablón de un camastro. Se cree que Angelito fue asesinado poco después.
En tanto, mientras Mabel y Ana realizaban en Europa desesperadas gestiones ante gobiernos, embajadas y organismos internacionales, Simón llegó a presentar unos ocho habeas corpus. Y sería hasta asaltado por represores que prometían sacarla del país.
Como ya se dijo, Penny fue asesinada con cinco balazos el 14 de marzo. Sus 18 años, al parecer, representaban un peligro para la seguridad nacional.
Entre los responsables de su muerte resalta Durán Sáenz, el ex general Héctor Gamen, el ex coronel Hugo Pascarelli, un capitán apellidado Astiglia (alias El Francés) y siete ex agentes penitenciarios. Todos ellos serán juzgados a fin de año.
En abril de 2009, el Eaaf logró identificar los restos de Laura Feldman.
El jueves 10, a partir del mediodía, sus amigos, familiares y compañeros se despedirán de ella en el Carlos Pellegrini.
Con 32 años de retraso, será el duelo que sus asesinos quisieron evitar.
El Argentino, 06 – 09 – 09
La Quinta Pata
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