Mateo Sancho Cardiel
En ocasión del lanzamiento de su nueva película, Eden à l’Ouest, sobre el drama de la inmigración, el director de Desaparecido se mostró optimista con respecto al futuro de América latina, pero piensa que en Europa ya no vibra la esperanza.
El realizador franco-griego Costa-Gavras, que denunció en películas célebres como Estado de sitio (1972) y Desaparecido (1982) la mano invisible de Estados Unidos en la política latinoamericana, confiesa ahora su alegría porque “América latina se está por fin liberando de Estados Unidos. En mi generación hemos visto cómo Estados Unidos controlaba tanto dictaduras como democracias en Latinoamérica. El primero que tuvo la valentía de enfrentarse fue Fidel Castro y Cuba lo ha pagado y todavía lo está pagando muy caro”, explica en un entrevista con la prensa madrileña el director, que estrena este fin de semana en España Eden à l’Ouest. “Otros han encontrado otras maneras de hacerlo. Y a mí en concreto, el que más admiración me despierta es Lula da Silva. Hay países que, en cambio, parece que nunca saldrán de la situación, como México”, añade.
Ahora, el director que ofreciera un escalofriante análisis de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile o se acercara a la realidad de los guerrilleros tupamaros en Uruguay, vuelve a problemáticas europeas en Eden à l’Ouest, protagonizada por el actor italiano Riccardo Scamarcio. En Latinoamérica, según él, ya han creado su propia voz. “Sin duda, Argentina, Brasil y Perú están ofreciendo uno de los mejores cines sociales del momento” asegura quien dio el Oso de Oro a Tropa de élite, de José Padilha, cuando presidió el jurado del Festival de Cine de Berlín en 2007. A pesar de su optimismo respecto de la política latinoamericana, Costa-Gavras muestra en cambio su decepción por el adormilamiento social en el mundo en general. “La sociedad ha ido de mal en peor. Antes, al menos, había esperanza”, explica, y quizá por este sentimiento de desilusión ha decidido imprimir un tono de fábula mágica a su nueva película.
“Ha cambiado todo radicalmente y yo también he envejecido mucho –dice con más firmeza que melancolía–. En los sesenta y setenta podíamos tener posiciones claras. Había dos grandes bloques y elegir uno de ellos, filosóficamente, marcaba ya el camino –explica–. Hoy se habla de dos ideas bastante básicas como libertad y democracia como si pudieran resolver todos los problemas. Pero la democracia se ha banalizado absolutamente. El mundo está dirigido por las grandes empresas”, asegura.
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