Rodrigo Farías
Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio de la mujer.
(Manifiesto futurista. Italia. 1909)
Si por un lado el Imperio nos quita (recursos naturales), por el otro sabe compensarnos brindándonos los elementos más regulares de su sistema cultural: violencia, sexo, autos explotando, casas explotando, helicópteros explotando, personas explotando y cuanto elemento uno pueda imaginar…explotando.
La audiencia nacional es presa directa de una poética de la guerra y el genocidio encarnada por los Bruce Willis, los Stallone, los Schwarzenegger y tantos más. Las estrellas no sólo están impresas en la bandera estadounidense sino también en su programa de adoctrinamiento de masas, tanto interna como externamente. Internamente condicionan a la población para no dudar al momento de disparar(nos), externamente al resto de los pueblos para no resistirse al ser saqueados.
Cuánto tiempo y neuronas dispuestas en los televisores y cines argentinos funcionales a tamaño programa. Cuántas generaciones consumidas bajo la sombra de la imbecilidad hollywodense. No logramos abandonar el racismo y etnocentrismo europeo antes de pasar a ser hablados y pensados por la mueca brutal norteamericana. Si bien el primero es heredero de las academias, la segunda es hija directa de los medios de comunicación.
Desde hace unos pocos años San Valentín, recientemente Halloween. Un cúmulo de nuevas costumbres que en nada nos atañen se va filtrando en nuestra cultura no demasiado sutilmente año a año. Las palmarias consecuencias de esta alienación se observan desde hace varias décadas al momento en que nos vemos hospitalizados periódicamente, indigestos, fruto de consumir confituras invernales con 40 grados de temperatura, luego de haber adorado frente a un árbol de plástico a una deidad creada por una corporación multinacional de gaseosas.
Se difumina la identidad como argentinos, como latinoamericanos, como ciudadanos de un país que tiene la enorme tarea de recuperar la soberanía política, cuando se internalizan como propias las concepciones y tradiciones del emporio fagocitante. Porque una tradición no es más que la gesta de una concepción, se la realiza para que signifique y sostenga una memoria.
Sépanlo, nosotros somos el “mal”, el peligro potencial, la locura localista, dentro de los parámetros axiológicos de esta cultura que nos es endosada. Un pensamiento que provoca fruición sólo en proporción directa respecto a lo que consigue rasgar, corroer y reemplazar. Reflexione todo esto un momento antes de llevar a su hijito a ver la última de Disney y a comer en Mc donalds del Moll.
Río de Palabras, 18 – 11 – 09
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