Penélope Moro
En Argentina cada tres días una mujer muere por el sólo hecho de ser mujer. La tremenda estadística, que se estima mayor aún no proviene de organismos oficiales sino que surge de investigaciones realizadas por organizaciones verdaderamente involucradas en la lucha contra la violencia de género. El Estado nacional solo cuenta con un puñado de cifras dispersas que no permiten ni dimensionar ni tratar el problema como es debido. Fiel reflejo éste de una sociedad machista que da vuelta la cara ante el dolor de cientos de mujeres asesinadas, violadas, maltratadas, humilladas, discriminadas diariamente.
De todos modos las cifras no son imprescindibles para entender que la violencia física y psicológica que daña y mata a mujeres y niñas en todas partes es la peor expresión del mundo homocéntrico que habitamos, basado en el dominio y el control que los hombres, históricamente, ejercen sobre las mujeres. La desigualdad en las relaciones de poder entre géneros ha construido un mundo sumamente peligroso para la integridad de ellas, cualquiera sea su etnia, clase social o religión.
La arraigada cultura misógina que subyace a nuestra estructura social es evidente si se tiene en cuenta que en la mayor parte de los crímenes cometidos contra mujeres el perpetrador es un varón de su propio entorno. Pues, desde siempre y en todos los ámbitos (familia, escuela, trabajo, etc.) la mujer ha quedado relegada a una condición de inferioridad respecto al hombre. Configurada para satisfacer las demandas de un “mundo macho” (ser madre, señora, amante, hembra) no tendrá argumentos para defenderse de la violencia ejercida por su propia pareja si no cumple con su “mandato social”.
La educación y los medios masivos de comunicación se encargan de que la dominación masculina y el sometimiento femenino se legitimen socialmente. Naturalizan las desigualdades, vuelven vulnerables a las mujeres al alienarlas simbólicamente. Las palabras y las imágenes las excluyen. De ninguna manera son representadas por aquellos estereotipos de la “mujer objeto”. Lo que es peor, como un intento de justificación, los crímenes contra ellas aparecen construidos en los medios como “pasionales”. Mentira, el amor no mata. Todos son intentos por esconder la principal causa de la agresión contra las mujeres: la soberanía de una cultura netamente machista.
El reconocimiento oficial de que la violencia de género constituye una violación a los derechos humanos pierde valor si no se crean y aplican políticas públicas de prevención y sanción. Mientras las muertes de mujeres se apoyen en la complicidad simbólica y continúen sin ser condenadas ni investigadas, el femicidio continuará siendo, como se dice, “el crimen más encubierto del mundo”.
Río de Palabras, 22 – 11 – 09
1 comentario :
volvamos a cantar junto a nuestros niños: febo asoma, ya sus rayos iluminan el histórico convento...!.
Alta en el cielo, un águila guerrera, audaz se eleva el vuelo triunfal....!
difundamos y enseñemos a chicos y grandes la historia de nuestros indios.
algo por favor que nos recuerde que si tenemos un imaginario conformado de inumerables valores.
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