domingo, 1 de noviembre de 2009

No, no me tomé una tripa

Marcelo Padilla

Mirá, te la cuento así de simple. Hoy estoy feliz o algo parecido. Otra palabra habría que inventar y no seré justo yo quien lo haga. La cuestión es que me siento de la puta madre. No sé bien por qué, pero la euforia y una especie de transparencia me embargan. No, no me tomé una tripa ni me fumé un delgado. Tampoco estoy en pedo con el mejor vino del mundo - que no sé bien cuál es. No me cogí gratis a Luciana Salazar ni a Luli Fernández, no. Tampoco me gané la lotería ni el loto, ni el quini 6. No juego a ello, y al casino, no voy.

No me encontré un abultado fajo de euros en la vereda de un Hostel, eso tampoco. No me dijo el médico que voy a vivir hasta los 99 años, y, jamás, Aladino se hizo presente para concederme absolutamente nada; gordo pusilánime. El diablo no golpeó a mi puerta para ofrecerme lo que siempre te ofrece el diablo. Ojo, si apareciese, no tendría problemas en conversar un rato con él sorveteando dos frescas caipiriñas. No tuve una “revelación”, no se me apareció ningún dios para encargarme ser transmisor de vaya a saber qué carajo de mensajes. No llora la virgen de la esquina de mi barrio, no. Ni la virgen del foco me ha tenido en cuenta en esta.

No resucitó mi abuela madre ni mi perro manchote, ese que me envenenó una vieja malparida y dejó a mis niños llorando por días en el cruel invierno del 2008. No me llamaron los que me odian para decirme que han dejado de sentirlo. Tampoco me ha perdonado nadie de nada, “que la sigan mamando”. Mi correo dice “ningún mensaje nuevo” y no registro ansiedad por ello. No hay mensajes en el contestador con una de esas noticias que te dejan culo pa` arriba, saltando en una pata. Ninguna carta ha llegado a mi puerta. Solo las boletas de la luz, el teléfono, la tarjeta (la vez que me saco una tarjeta la dejo a tope), las expensas.

Me roza fino y pasa, sin pena ni gloria, lo que suceda en la política nacional, provincial, municipal. Hace calor, pues entonces, que todos se vayan al mismo infierno. No me convertí a nada, ni quiero ser travesti, ni homosexual, ni más macho que nadie. Tampoco sé si me podré ir de vacaciones con mi familia. Es más, no recibí ningún informe de herencia de una tía soltera que vivió en Rosario y murió en soledad ahogada en la bañera, no, “qué va”. Encima me cortaron el fono fijo, hace diez días que no tengo un centavo –ya lo dije – a la tarjeta la tengo hasta las tusas y no puedo muchas cosas que quiero.
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Insisto. No sé bien por qué, pero estoy a pleno, felíz. No tengo ganas de odiar a nadie, he olvidado a los hombres infames por un momento, las miserias cotidianas, y cierto rencor hacia el mundo. ¿He decidido no amargarme? No queridos, eso no se decide, eso te pasa. Es algo raro lo que se siente cuando no has programado sentirlo. No sé. La vida es la misma, nada ha cambiado. Pero repito, estoy a pleno, tengo un deseo terrible de estrujar la vida al máximo y dejar que “chorrie”. Escuché 24 horas sin parar a Antonio Carlos Jobim. Pero si cambio a “y tú te vas” de Chayanne, todo bien. Puedo pasar de la exquisitez a la “música choripán” debajo del puente que bordea al Feliciano Gambarte, sin ponerme colorado. Las cucarachas están en Francis Mallman y en “el barloa”. ¿La diferencia? Algunos las muestran, otros las esconden; pero están y eso es lo que vale. Solo hay que saberlo para evitar sorpresas.

Solo miro el piedemonte por el ventanal de mi casa, parado, con un mate compañero, solo. Lo miro y me enciendo de sol de madrugada. Me quedo, minutos largos, oteando el pájaro solitario en ese chañar gigante que vigila mi casa, noche y día. El pájaro es por demás bello. Tiene el pecho amarillo, un copetito punk y el lomo veteado de naranja y marrón. Rarezas de una encantadora fauna en extinción. El guacho canta, canta sin parar. Qué hijo de puta. Cómo canta ese pájaro. Cómo afina, cómo entona. Más quisiera yo. Y no son covers, no; son todas canciones de su cuño. Y las despilfarra hacia la nada iracunda, para que escuchen los que quieran oírlas. Gratis. Lanza: efímeros, fugaces y briosos gorjeos para encantar la sequedad del monte de fuego. Y canta y canta hasta morir. Y quiero grabarlo, pero no puedo. No quieren los pájaros registrar absolutamente nada de su paso por este mundo.

Asique, imagínenlo, por favor, no todo puede fotografiarse, ni filmarse. A veces, hacerlo, es dispararles para que disparen. En bandadas anónimas, van y vienen, dejando una estela centinela, regalando presencia. Y yo los miro, los estudio, los contemplo y admiro. Y ahí es cuando me doy cuenta que, por sentirme feliz o algo parecido, puedo sintonizar al pájaro. Porque ellos siempre están, en el campo y en la ciudad. Están. ¿Están? Y nosotros también. ¿Y nosotros también? Ser feliz y ser triste. Dos condiciones para seguir viviendo. En el medio, por momentos, está la muerte. Y de ahí, se sale sólo a las trompadas.

MDZ Online, 01 – 11 – 09

La Quinta Pata

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