Byron Barrera
Los falsos profetas son como los lobos. Lobos rapaces, dice la Biblia. Vienen a nosotros con inocencia, con cierta piedad, mansos, cubriendo su falsedad con un traje de elocuencia. Nos seducen por la forma en que hablan, cómo cantan, cómo predican, cómo enseñan y hasta la forma cómo nos tratan. Todo esto pudiera ser parte de su ropaje, advirtió Jesús.
Pat Robertson es uno de estos lobos con piel de oveja. Hace unos días, este predicador estadunidense dijo que Haití es un país maldito que hizo pacto con el diablo y, por eso, Dios le mandó el terremoto que ha dejado más de cien mil muertos, en una especie de castigo divino. Robertson, un multimillonario que ha hecho de la fe un próspero negocio, se ha atrevido a decir semejante barbaridad mientras los haitianos yacen aun bajo los escombros y los sobrevivientes claman por pan, agua, techo y medicinas.
Su opinión no pasaría de ser más que la opinión de un pobre diablo, de no ser porque gracias a las ofrendas de miles de personas de Estados Unidos y de otros países, este falso samaritano ha construido un imperio mediático con millones de oyentes y teleoyentes. Así es como, ante sus fieles, se ha atrevido a describir al partido Demócrata como una plaga más benigna que el comunismo, pero siempre insidiosa, que ha infectado a las familias norteamericanas.
Cada vez que vocifera, el dueño del Club 700 difunde odio. Hace algún tiempo, el evangelista del mal dijo que Estados Unidos no debería gastar tanto dinero en invadir Venezuela, sino que bastaba con mandar a matar al presidente Hugo Chávez. Lo mismo dijo de Saddan Hussein. Como que el quinto mandamiento, no matarás, lo borró de la Biblia este predicador de la muerte.
El evangelista, quien se presenta en su página de Internet como “hombre de negocios”, ha construido un gigantesco imperio mediático de más de mil 200 millones de dólares, gracias al dinero de sus patrocinadores y las ofrendas que recibe por sus sermones. Justamente en estos días, se dispone a comprar la United Press International, la UPI, que hace años fue símbolo del periodismo objetivo.
Las arcas siguen rebosando dinero, que le entra a montones, pues ya se sabe que la industria de la fe, allá y aquí, hace milagros.
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