domingo, 7 de febrero de 2010

El golpe blando

Roberto Follari

También desde el Ecuador se conoce la receta: el golpe blando está en marcha en diferentes sitios de América Latina.

En Honduras, se hizo reemplazando al presidente por un vicepresidente que se le oponía; en Venezuela se apuesta a la movilización de masas orientada por la derecha ideológica. Está claro que los golpes son sólo contra gobiernos que han ido contra el statu quo. Por supuesto, no hay ningún peligro de desestabilización contra Alan García en Perú o Uribe en Colombia: los gobiernos aliados de Estados Unidos no reciben golpes de Estado.

Ya no funciona el golpe tradicional, brutal, ultrarrepresivo y con las fuerzas armadas gobernando. Ahora hay que hacer golpes que parezcan institucionales, que simulen no degradar la legalidad democrática. De tal manera, los golpes se hacen ahora en nombre de las virtudes republicanas. Y si bien en parte siempre se lo ha dicho así, ahora se quiere además aparentar continuidad en el funcionamiento de los gobiernos, y presentar el golpe como un pequeño accidente sin mayor importancia.

Así se hizo en Honduras, y el resultado les fue exitoso. Es cierto que el gobierno surgido de elecciones irregulares no tiene mayor respaldo internacional, pero le bastará el de Estados Unidos para sostenerse. En Venezuela, el año 2002 se secuestró al presidente y se intentó poner en su lugar a un civil representante del gran empresariado; es decir, se trató de ocultar que ello fuera un golpe de Estado. Solo la enorme movilización popular impidió que los captores pudieran legalizar su tropelía, y lograran presentarla como una “restauración de las instituciones”.

El golpe blando apela a campañas mediáticas permanentes e incisivas, acompañadas de una interminable prédica contra los gobiernos que sostengan –siquiera en parte– intereses que se opongan a los del imperio y del gran empresariado.

Esa prédica repite inacabablemente que esos gobiernos de base popular serían “autoritarios”, “antidemocráticos”, “hegemonistas”, “conflictivos”, y oponen a ellos una supuesta y jamás demostrada defensa de las instituciones.
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Lo institucional es algo que no paran de propalar, aun cuando lo hagan para liquidar a la institución presidencial. En Ecuador no cuesta advertir que esto es moneda corriente por vía del continuo ataque al presidente Correa, y por cierto que se lo ve también en no pocos sitios del subcontinente.

En Haití se ha inaugurado una nueva estrategia: la ocupación militar legitimada por razones humanitarias. Tan humanitario se muestra Estados Unidos, que no atiende a los heridos y enfermos que llegan a su territorio tras el desgraciado terremoto haitiano, hasta que esté claro que ellos podrán pagar su tratamiento.

Es decir, que si no pagan podrían morirse. Pero no importa: el apoyo humanitario es el pretexto para ocupar Haití con miles de soldados, forzando además la dirección de las fuerzas multinacionales de paz, que están al mando del Brasil.

En Paraguay, también la fórmula fácil: tratar de echar al presidente para dejar en el cargo a un vicepresidente desleal a su línea de trabajo. Es cierto que Lugo llegó con un “partido prestado” al que responde su vicepresidente; también lo es que ese partido, sin Lugo, difícilmente hubiera ganado las elecciones. En cualquier caso, el ataque a la investidura presidencial es inadmisible.

La idea de dar un golpe disimulado dejando al vicepresidente a cargo se deslizó también en la Argentina de Alfonsín. Un presidente que, como Alfonsín padre, discutiera con la Sociedad Rural, con las Fuerzas Armadas, con los sindicalistas gordos, con la Iglesia, no les resultaba demasiado aceptable. Era un presidente al que se lo tomaba por conflictivo, que se enfrentaba desde el Ejecutivo con otros espacios institucionales.

Para atacarlo, los viejos factores de poder urdieron el apoyo al vicepresidente Víctor Martínez; es algo que se rumoreaba en voz baja, pero que en los círculos políticos todo el mundo conocía muy bien.

Martínez era un político opaco, y afortunadamente la aventura golpista –que buscaba terminar con los juicios por derechos humanos–no prosperó. Curiosamente, en estos días reapareció el olvidado ex vicepresidente, para expresar su apoyo a quien hoy ocupa ese lugar.

Ojalá no sea augurio de golpe blando en Argentina.

Tenemos mejores cosas de qué ocuparnos, y la democracia nos ha costado demasiado como para tirarla por la ventana.

Diario Jornada Mendoza, 07 – 02 – 10

La Quinta Pata

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