Marcelo Padilla
En otras épocas, los partidos políticos y las alianzas electorales; los grupos artísticos, la fundaciones sociales y hasta las empresas, se resignificaban a través de lo que se conoció como “declaración de principios”, “manifiestos”,” valores fundantes”. En la vida cotidiana esto también funcionaba, informalmente, “de palabra”. Y aquello era sagrado porque cohesionaba y confraternizaba. Claro que había críticas, nuevas generaciones que pugnaban cambios, proponían nuevos valores. Desde la participación, la oposición y el cambio permanentes. Pura vida.
En la jerga política se les llama internas y, en la mayoría de los casos, oxigenaban los grupos, porque la discusión, la organización para pelear por una conducción, la vocación por el cambio y la transformación se encontraban en el ADN de la sociedad. Era la vida institucional, en el sentido sociológico del término, que latía. Para decirlo de otro modo: se creía en lo que había: en el sindicato, en el centro de estudiantes, en el agrupamiento. Tenía, simplemente, “sentido” transitar así la vida social. Hasta en los momentos más anti institucionales (como la etapa de proscripción del peronismo por 17 años en Argentina) funcionaba la sociedad así, hasta clandestinamente. Era la fuerza de la sociedad que no permitía la soledad patética. Otros tiempos.
Románticos, idealistas, locos. Así fueron quienes irrumpieron en la vida. La democracia en Argentina no nació en el 1983, cabe recordarlo pues, sino en 1945. El mayor punto de inflexión de la historia argentina reciente fue aquel simbólico año. Y fue paradojal el uso del lenguaje como lo es hoy. Estaban quienes se autodenominaban democráticos y formaron la Unión Democrática y quienes priorizaron la justicia social que expresó el aluvión peronista (y radical forjista).
En aquellos tiempos, el lobbista empresario norteamericano, embajador en nuestros pagos, Spruille Braden, fue amigo de los primeros. Un verdadero facilitador de la democracia. Ese era su rol. Pero resulta que quienes se autodenominaban democráticos terminaron por no serlo y conspiraron junto a la Sociedad Rural y la embajada norteamericana, para derrocar al maldito líder, supuestamente, anti democrático. A pesar de los incontables beneficios que la población conquistó en aquel periodo (nunca igualados en la historia) la democracia de la Unión Democrática conspiró y conspiró, hasta que logró su cometido, en el 55. Otros tiempos.
Todo presente es un tiempo constituido. Cada coyuntura es el resultado de la historia, nunca lineal y mucho más aleatoria de lo que suponemos. Hoy, es el cúmulo de ayeres. Nada es casualidad, en todo caso, contingencia. No hay destino prefijado, más bien el futuro es hoy y nunca mañana. La historia presente es lo que cuenta. Siempre serán, también estos, otros tiempos.
MDZ Online, 07 – 03 – 10
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