Eduardo Blaustein
Con la ayuda de republicanos tan notorios como el ex presidente Carlos Menem y Juan Carlos Romero, el comportamiento impiadoso del “rejunte opositor” amenaza con generar un escenario peligroso para el país.
Hipótesis, sólo hipótesis. Si en su discurso de apertura de las ordinarias, o hace tres meses, o hace un año o dos, el Gobierno hubiera invitado a un diálogo abierto a la oposición con un puñado de temas fundamentales, ¿el país estaría mejor de lo que está en términos de eso que se llama buen gobierno?
Otra pregunta condiciona eventuales desvaríos: si hubiese existido esa distinguida (necesaria) invitación, ¿la oposición habría respondido con un mínimo nivel de generosidad política? Quién sabe. Es posible conjeturar que pudo suceder hace un año, hace dos, cuando el Gobierno estaba más fuerte e igualmente imperativo y la oposición menos resentida –a veces con razones atendibles– e impiadosa. Es posible conjeturar también que en estas últimas semanas y días el Ejecutivo pudo haber intentado obtener el suficiente respaldo político, o el mínimo necesario, como para no intentar imponer el Fondo del Bicentenario y su recreación posterior, sin medir fuerzas previamente. Acaso pudo ser acordando con el senador Carlos Verna si es que es cierto que existieron conversaciones avanzadas en torno de un proyecto de ley. Miguel Ángel Pichetto respondió a esa hipótesis, desde el programa Código político, que el oficialismo sabía que ningún proyecto de ley iba a pasar en Diputados.
La crítica a las dificultades del oficialismo para construir una mejor política –tanto para su propia consolidación como para su relación con el conjunto de la sociedad– es un clásico que trasciende la hipocresía de las derechas. Con enorme prudencia o por lo bajo esa crítica fue formulada por actores kirchneristas y filoká: desde referentes legislativos que fueron puntales cuando se obtuvieron consensos en votaciones clave al abanico de transversales y movimientos sociales, periodistas que miran con simpatía al oficialismo, intelectuales de Carta Abierta o no. Es cierto que a menudo se compensó esa carencia merced a la impetuosidad. Pero también es cierto que a la hora de impulsar iniciativas que parecen correctas, como la del uso de reservas para pagar deuda contraída por gobiernos anteriores, se está pagando caro por lo que no se supo o pudo construir.
Carapintadas Leer todo el artículo Si los párrafos anteriores se mueven en el terreno de las hipótesis, lo que es seguro es que el actual escenario recuerda demasiado aquellas batallas de trincheras de la Primera Guerra Mundial, cuando cada ejército se desangraba ganando diez metros de territorio enemigo que perdía al día siguiente. La judicialización de los conflictos es sólo una muestra cotidiana de esa lenta guerra de posiciones y el modo brutal en que la oposición impuso mayorías, cambió la composición previamente acordada de comisiones del Senado o reclama la remoción de Mercedes Marcó del Pont es un reflejo de ferocidad. A esta altura es fatigoso tener que anotar que la cadena nacional de medios privados no usa la misma vara que empleó con el oficialismo cuando este imponía sus números ni se hizo un festín hablando de canje, cooptación o favores ilícitos cuando nada menos que Carlos Menem fue premiado con cargos en el Senado al negociar su voto no positivo.
Nada menos que Carlos Saúl. Hay un aspecto particularmente triste en lo sucedido en estos días y es el hecho de que para rejuntar los 37 votos del Senado la oposición haya pivoteado en el eje conformado por la Asociación de Caudillos Republicanos Menem Romero Rodríguez Saá. Ninguno de ellos va a pesar en el futuro político a largo plazo; los presidenciables, flojitos o no, seguirán siendo otros. Aun respetando el voto popular que los ungió como senadores, los tres parecen más bien despojos de la historia, no tienen nada nuevo que decir. Sin embargo, tan precario y tan de bajo vuelo es el dispositivo opositor, que el trío resultó absolutamente funcional a la venganza opositora. El operativo Carlitos Vuelve desnuda entonces hasta dónde los santos institucionalistas, a la hora de la verdad, se rinden a esa picardía criolla de tan mala prensa, al menos cuando se trata de kirchnerismo.
Nada menos que Carlos Saúl. En la redacción de Miradas tuvimos un cierto debate cuando pensamos en revisar o recordar la historia política de algunos de los personajes que se oponen al pago de la deuda al grito de República. Es cierto que el periodismo de tipo prontuarial no suele contribuir a una mejor convivencia política ni a la discusión de ideas. Pero hay biografías tan expresivas, paridoras de demasiados dolores, que no sólo implican en sí mismas discusión de ideas sino que hablan de experiencias sobre modelos político-económicos a recordar y comparar, de desempeños al frente de la administración pública que fueron deletéreos, de amoralidades inmensas.
Menem, Duhalde, Rodríguez Saá o referentes radicales que tuvieron peso en el gobierno de De la Rúa, todos, fueron hace años y de a uno en fila blancos de la crítica de los mismos medios que hoy calla sus pecados añejos o presentes por razones de coyuntura o de intereses ideológicos o económicos. De allí la necesidad de revisar y comparar archivos, incluso cuando más de un kirchnerista ande flojo de papeles.
Tener autoridad
Lo que se pone en juego entonces cuando se comparan experiencias y biografías es un asunto tan sencillo como el de la autoridad política que se tenga a la hora de discutir iniciativas. Y en ese sentido hay una parte elemental del razonamiento oficial que tiene sustento: hermanito, ustedes generaron la deuda, lo hicieron a lo pavo y no sólo que multiplicaron la deuda sino que multiplicaron los dolores sociales, el endeudamiento que generaron apenas si sirvió para hacernos retroceder en la historia de manera pavorosa. Nosotros hicimos la quita, queda esto por pagar y podemos hacerlo con las reservas que nosotros multiplicamos por seis. ¿No la quieren pagar con reservas? Digan cómo sin tocar jubilaciones, asignaciones por hijo, salarios estatales, educación o inversión en infraestructuras públicas.
Sin embargo, al opinable criterio de quien escribe, por odiosamente liberal que suene y aún cuando no pueda confiarse en la generosidad ajena, de cara a la gobernabilidad la Presidente se equivoca cuando sale a atacar a la oposición en el Congreso o a la Justicia. No porque haya que callar críticas o respetar reglas de etiqueta banales sino porque de esa tarea tienen que hacerse cargo otros. Esos “muchos otros” solo parcialmente construidos como efecto de la excesiva centralidad que tienen las figuras de Néstor y Cristina Kirchner. Y porque un aire más amistoso le vendría bien a la Presidenta y a unos cuantos. A la vez, desde el punto de vista de la autoridad política, Cristina Kirchner es un cuadro que en capacidad técnica, intelectual y política supera más que holgadamente a mucho candidato a presidente. De cara al futuro que venga, hasta resulta doloroso comparar sus dotes de oradora y expositora con los oportunismos chiquitos y babosos de Cobos, la nada críptica de Reutemann, la papa en la boca modelo Cardenal Newman de Macri.
El planteo de pago con reservas es sólido y la discusión acerca de cuánto hay de deuda revisable de la dictadura es complementaria, amén de que en ese terreno jamás la oposición va a ponerse de acuerdo. Sí parece oportuno el planteo de Claudio Lozano acerca de la parte de deuda que está en manos de una banca local que tiene plata que no está puesta al servicio de la producción o del trabajo. Pero el escenario urgente y gravoso a destrabar es el de la guerra desatada por la oposición que amenaza con hacer estancar toda iniciativa gubernamental. A partir de las nuevas mayorías parlamentarias, definitivamente deja de ser cierto que el máximo responsable de la confrontación es el maldito gobierno autoritario. Hasta Nelson Castro y la tapa de Noticias ya sugieren un cierto hartazgo del comportamiento opositor.
¿Es cierto lo que afirmó Pichetto, de que un eventual proyecto de ley para usar reservas iba a ser inexorablemente derrotado en el Congreso, por pura mala leche opositora? ¿Es sólo una chicana? ¿Es paranoia? ¿Es que el Gobierno no supo recrear alianzas antes de dar batalla? De nuevo: la ferocidad del embate opositor da para las peores sospechas, incluidas las de funcionarios que creen que más de uno quiere obligar al Gobierno a que se desgaste mediante una política de ajuste y a quedarse con las reservas actuales para disfrutarlas dentro de un par de años. Si son ciertas las versiones surgidas el viernes pasado de que oficialismo y oposición estarían dispuestos a negociar (de nuevo: con el apellido Verna dando vueltas) un proyecto de ley que autorice el uso de reservas, el país entero entrará en un escenario más calmo.
Por ahora, en esas tierras movedizas de las desconfianzas, las sospechas y los egos dañados por los embates presidenciales, quedan, siempre, datos objetivos. El más actual, el de una oposición que defendió a Redrado –cierto: designado por el oficialismo en el ciclo anterior– y que hoy quiere crucificar a un cuadro tan valioso como Mercedes Marcó del Pont. Redrado o Del Pont. Ahí sí que se juegan discusiones de fondo acerca de lo que queremos ser. Entre otras, optar por modelos de pago de la deuda menos destructivos que los que ya conocimos, aquellos que precisamente parece elegir lo peor de la oposición.
Miradas al Sur, 07 – 03 – 10
La Quinta Pata
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