domingo, 30 de mayo de 2010

Dos siglos

Rodrigo Farías

200 años. Aún hoy se habla de “negros”. Aún hoy se discrimina a las mujeres. Se explota a los trabajadores. Se denigra a los desempleados. Aun hoy existen argentinos que suspiran pensando que “con los militares estábamos mejor”. Aun hoy existen traidores que están dispuestos a vender al padre, al hijo, a las madres, por un fajo de billetes, a la tierra y el futuro. Los 200 años no solo le deben al presente un interrogante, al futuro una promesa, sino también necesariamente se deben a sí mismos su memoria, su duelo, su reconciliación.

Porque cada víctima actual evoca en su protesta, en su dramático silencio, a miles del pasado. Cada tortura o saqueo pretérito rasguña hasta el sangrado los vacíos de la actualidad. El futuro es una potencialidad desasosegadora, no conoce límites, sus promesas heroicas compiten con una moral que no se encuentra en ellas. Nuestra historia no es amable, su presencia incomoda, hiere, su ausencia atomiza, descompone. El futuro solo puede ser retrospectivo inevitablemente.

Las entrañas de nuestra tierra nos escupen huesos que reclaman sepultura, rito, reflexión. En las arterias de este gran país se expande, abrasadora, la sangre de los sin tierra. Los bellísimos rostros oscuros latinoamericanos herederos de todas las razas y culturas conforman un continente y un contenido. La sangre siempre es roja, en el mestizaje de todos nuestros cuerpos y emblemas debe ser resguardada toda identidad. Salir en busca de la genealogía de estos 200 años seguramente nos mostrará nuestras coincidencias, pero también revelará quiénes han derrapado un camino exterior y antagónico al de las mayorías hermanas.

Ellos, minoritarios, exteriores, han sabido filtrarse en todas las épocas. Han hecho suyas las máquinas y los símbolos, el lenguaje, la cultura. Han ocupado en función de su propio interés a los emblemas. Se han llenado la jeta y embadurnado la piel con democracia, con libertad, volviendo banales tales valores. Aún lo hacen y lo continuarán haciendo. En estos cien años el país, salvo la tragedia de Malvinas, sabiamente, no ha mantenido guerras internacionales. Su mayor enemigo se hallaba dentro conspirando, negociando remesas con las potencias coloniales, conquistando cuadros, golpeando cuarteles. Gestando mitologías profanas apologéticas de su violenta condición.

No mantengamos las estructuras que nos allanan, persuaden y alienan. No nos dejemos expropiar nuestra identidad. A 200 años nos encontramos en un presente que dramáticamente está superando brutales trivialidades pasadas y se encuentra al borde de una ley de comunicaciones que puede abrir el umbral a un futuro coherente con sus raíces históricas. Luchemos intensamente por él. Por nuestros hijos, por nuestros muertos.

Río de Palabras, 20 – 05 – 10

La Quinta Pata

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