Guillermo Almeyra
El dilema de un analista que tiene a su disposición sólo un artículo semanal de 5 mil espacios consiste en lo que los franceses llaman “l’embarras du choix” (que no significa el embarazo de la anchoa, sino la dificultad para elegir entre temas muy importantes). Hoy, por ejemplo, deberé postergar el intento de sacar algunas conclusiones de los cambios en la sociedad argentina expresadas por la derrota de la guerra de Dios” promovida por los inquisidores de la jerarquía católica y la victoria, en cambio, de las libertades y de una mayor justicia, aunque en esa sociedad se está formando una marea de fondo que no tiene una expresión política que la canalice directamente pero que se manifiesta en la extensión de los derechos a los homosexuales (que dividió a la misma Iglesia, a la oposición y al peronismo entre cavernícolas golpistas y modernizantes más democráticos), al igual que en la ley de protección de los glaciares contra la minería trasnacional, tras grandes manifestaciones y pobladas contra las minas, o en la ley contra el monopolio de los medios de comunicación (léase sobre todo Clarín y La Nación, los grandes organizadores de la derecha en Argentina). Pero “lo primero es lo primero”, dice la filosofía popular. Pero lo que está en juego en Cuba no solo es más importante sino que también está siendo poco y mal analizado, o en parte silenciado, por los amigos de la revolución cubana y, sobre todo, es tergiversado por sus enemigos.
La liberación de 52 presos por el gobierno cubano y su viaje a España quita, sin duda, pretextos para las medidas de bloqueo europeas y estadunidenses y da nueva fuerza y legitimidad a la campaña por la liberación de los cinco cubanos que llevan largos años presos ilegalmente y en condiciones terribles en las cárceles de Estados Unidos, y para la expulsión del campo de concentración en Guantánamo que todavía encierra casi el doble de prisioneros (además no enjuiciados por autoridades civiles) que todos los que jamás hubo en Cuba. Pero ese acto de distensión política plantea diversas cuestiones importantes y levanta una esquina del velo de la desinformación sobre lo que pasa en Cuba y sobre la lucha política en el seno de la isla y en el seno del mismo régimen y del gobierno.
En primer lugar: dos declaraciones. La primera es que Cuba tiene el derecho y el deber de defenderse, apelar al contraespionaje y detener a los agentes enemigos dada la guerra que, con todo su poderío y con todos los medios, económicos, políticos, informativos, de sabotaje e inteligencia militar y, en su momento, mediante atentados e invasiones, libra Estados Unidos desde hace más de 40 años contra la revolución cubana. La segunda es que Cuba no necesita “amigos” que sigan al gobierno adorando su trasero y diciendo a todo que sí, a posteriori, en vez de dar una opinión oportuna y de disentir de lo que a todas luces es peligroso para el proceso cubano. Amigo real es el que a veces, e incluso equivocándose, prefiere aportar ideas a tiempo para sostener, reforzar y regenerar la revolución cubana, que es parte esencial e imprescindible del proceso de liberación en América Latina y en todo el mundo. Quienes tienen el “síndrome del pesero” (porque acatan el cartelito “No molestar a quien conduce”) y nada dijeron en su momento sobre “el socialismo real” del régimen soviético para “no ayudar al imperialismo” o son acríticos y no propositivos ante los gobiernos antiimperialistas o la dirección de movimientos sociales, ayudan involuntariamente al imperialismo que, por supuesto, está bien informado sobre los problemas de sus adversarios, y dejan en cambio en el error a quienes quieren sostener.
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