Julio Rudman
El marco era el soñado. El Cordón del Plata nevado, el sol entibiando la mañana, el mate a punto, como un interlocutor más.
- Vos sabés que siempre pensé..., comenzaba a decir Alejandro, cuando ella lo interrumpió.
- Siempre no, en la cama se te van los libros. Pícara, sus ojitos achinados le daban ese aspecto entre asiático e indígena que tanto lo enternecían.
- Dale, Eugenia. Hablo en serio. Siempre pensé que Perón había sido facho al principio y al final de su vida y que en el medio, disimuló. Pero que el peronismo fue y es el fenómeno de masas más revolucionario de América, en el siglo que pasó y en lo que llevamos de este. A su vez, dije también que el pejota era un tumor maligno de la política nacional. Algo así como la trinidad argentina. Y tengo argumentos para sostener las tres cosas. Fijate. El tipo se formó encandilado con Mussolini y miró con cierto aprecio el ascenso del nazismo. Durante su primer gobierno, mataron a Ingalinella y persiguieron a los bolches. Al final, cuando estaba más cerca del arpa que de la guitarra, les pegó una patada en el orto a los montos y se hizo el sota con la triple a. Si es que no la inspiró.
-Pasame otro mate, que se me seca el garguero.
De la fuerza revolucionaria del movimiento no hace falta que te argumente demasiado. Todas las luchas por reivindicaciones populares, en la segunda mitad del siglo veinte, tienen el sello del peronismo, no exclusivamente, pero nadie puede negar su impronta.
Y que el pejota es maligno es más claro que un río de montaña. Aún hoy lo padecemos.
- Pero..., la misma picardía - Como si Eugenia lo fuera siguiendo en su discurso interior.
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