domingo, 17 de octubre de 2010

Calamidades del premio Nobel

Alfredo Saavedra

Muy significativa resulta la reproducción de algunos conceptos de una declaración del Departamento de Estado de los Estados Unidos, con motivo de la adjudicación del premio Nobel de la literatura este año y que a la letra dice así de acuerdo con un despacho de la agencia de noticias DPA: “Nos unimos a muchos lectores en el hemisferio occidental y alrededor del mundo en decir que las novelas, cuentos y prosa de no ficción (Sic) del señor Vargas Llosa han sido fuente de gran placer y disfrute por más de medio siglo”.

Agrega la declaración oficial que el señor Vargas Llosa ha sido durante largo tiempo amigo de Estados Unidos, donde su obra literaria ha sido ampliamente apreciada y recuerda que el autor ha recibido honoris causa de varias universidades estadounidenses y enseñado en instituciones académicas como Harvard, Columbia, Georgetown y Princeton, donde ahora se encuentra. “No podemos estar más orgullosos de que el señor Vargas Llosa se enterara de su premio Nobel en Nueva York.” Finaliza el despacho de prensa. A propósito resulta ya un lugar común recordar el nefasto papel de los Estados Unidos para con Latinoamérica, por lo que en cuanto a la amistad con esa potencia basta con formular el simple silogismo que se resuelve así: Los Estados Unidos han sido enemigos de Latinoamérica; los que son amigos de Estados Unidos, son enemigos de Latinoamérica.

En el contexto general del premio Nobel, el de la paz, el año pasado le fue otorgado al presidente Barack Obama, cuando justamente incrementaba el número de tropas en Afganistán, en el sostenimiento de la guerra simultánea con Irak y otra ya en progreso en Pakistán. Con esa grotesca ironía, parece que la academia sueca se propuso perturbar la paz de don Alfredo Nobel, quien se habrá revuelto en su tumba, aunque no fuera esa la primera vez que ocurriera, pues ya en el pasado el premio fue otorgado a otros más siniestros personajes.

“La muestra más flagrante del despropósito fue concederlo a Henry Kissinger en 1974, genocida de guante blanco acusado de crímenes de lesa humanidad y responsable de los bombardeos de los B-52 en Vietnam. Pero cuatro años más tarde, será entregado a Menahen Beguin, un terrorista confeso de múltiples muertes contra ciudadanos palestinos en los años 50 del siglo pasado”, apunta en su ensayo “La corrupción de los premios Nobel”, el escritor Marcos Roitman Rosenmann.
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De Menahen Beguin, probablemente entre los “méritos” que lo hicieron elegible para recibir el premio de la paz, estarían el atentado del 22 de julio de 1946, cuando el grupo terrorista Irgún a su mando, hizo explotar el hotel King David, en Jerusalén, donde murieron 48 árabes, 26 ingleses y 17 judíos, con un saldo también de más de cien heridos. Otro hecho atribuido a Beguin (premio Nobel de la Paz) fue el cometido el 9 de abril de 1948, cuando una banda terrorista instigada por él, asaltó el villorrio palestino Deir Yassin, cercano a Jerusalén, incendiando todas las viviendas y asesinando a sus habitantes. La Cruz Roja reportó haber encontrado 254 cadáveres, entre hombres, mujeres, niños y ancianos.

En su ensayo, Roitman apunta:”Los Nobel pierden su lustre. Se conceden por motivos menos altruistas y rompiendo su filosofía inicial. Así, en el Nobel de fisiología o medicina, las compañías farmacéuticas presionan para que sus investigadores sean los beneficiarios. En 2008, el laboratorio AstraSeneca, la multinacional británica, intervino para que dos jurados, asesores de la compañía, apoyaran la candidatura del médico alemán Harald zur Hausen por sus trabajos sobre el virus del papiloma humano que puede causar el cáncer de útero. Tuvieron éxito. No faltó tiempo para que AstraSeneca desarrollara dos vacunas controlando las patentes, el mercado y el proceso de innovación tecnológico.”

“Algo similar ocurre en el Nobel de economía. Durante la hegemonía del liberalismo económico, sus agraciados han formado parte del grupo de Mont-Pèlerin creado por Hayek y Von Mises en 1946. El propio Hayek lo recibirá en 1974, a continuación lo hará Milton Friedman en 1976, seguidos por George Stigler en 1982, James Buchanan en 1986, Maurice Allias 1988, Ronald Coase en 1991, Gary Becker 1992 y Bob Lucas en 1995. Algo sospechoso si consideramos que provienen de una corriente marginal en la teoría y desarrollo de la economía hasta los años 70 del siglo pasado”, apunta Roitman.

“Las presiones se suman y los intereses creados desdibujan su filosofía inicial. Sobre ellos pende un halo de corrupción donde se cuestiona un año sí y otro también el nombre de los agraciados. Muchos son los posibles y pocos los elegidos. Algunos podrían argumentar que los dos premios más cuestionados, el Nobel de la paz y el de medicina, no los concede la academia sueca, sino su comité en Oslo y el Instituto Karolinska, intentando lavarse las manos. Aduce autonomía en las decisiones. Y podría ser verdad, solo que compromete la transparencia y el buen hacer de la fundación Nobel. Sin embargo, hoy, los jurados que premian los apartados de física, química o literatura también son presa de la desconfianza. Señala en otra parte de su estudio el analista Roitman Rosenmann, de quien se reproduce finalmente este otro muy ilustrativo párrafo:

“Por este motivo, conceder el Nobel de la Paz a Barack Obama no fue un acto de agravio, ni un despropósito, marca una tendencia en la cual han caído los Nobel. No hay nada que destacar del actual ocupante de la Casa Blanca en su lucha por la paz. Pero tampoco se consideró dicha circunstancia cuando en 2002 se concede a James Carter, autor material de la guerra de Afganistán, de apoyar con misiles tierra aire a los Talibán y de favorecer la expansión de las transnacionales estadounidenses en África a costa de aumentar el conflicto en la región. Obama no es distinto, por ello no hay que rasgarse las vestiduras. Su política consiste en aumentar la presencia de sus tropas en Afganistán, apoyar a Israel en su política de exterminio contra el pueblo palestino e instaurar bases militares en Colombia, Perú y México. Asimismo defiende a regímenes como el paquistaní y reniega de soluciones democráticas en Honduras. No favorece la paz ni busca la abolición de los ejércitos o la fraternidad entre las naciones como reza el testamento del creador del premio. Por consiguiente se altera la voluntad de Alfred Nobel y con ello se descompone la credibilidad de sus jurados. Tal vez hay que llegar a una triste conclusión, dejar de pensar en los Nobel como un premio de premios. Hoy forman parte de la sociedad del espectáculo, se degradan y pierden el componente ético asignado por Nobel. Descansen en paz.”


La Quinta Pata, 17 – 10 – 10

La Quinta Pata

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