M. H. Lagarde
Entre una lista de más de 200 candidatos entre los que se encontraba la Asociación Civil argentina Abuelas de Plaza de Mayo o el presidente boliviano Evo Morales, entre otros, el Comité Nobel, que sesiona en Oslo, ha preferido entregarle el Nobel de la Paz al disidente chino, actualmente encarcelado, Liu Xiaobo.
Según quienes otorgan el premio, Liu Xiaobo se hizo merecedor del mismo “por su larga y no violenta lucha por los derechos fundamentales” en su país.
El curriculum vitae de Liu Xiaobo, por cierto, no se diferencia para nada del tipo de “disidente” que Estados Unidos lleva décadas diseñando para usar, con mayor o menor éxito, como quintas columnas en aquellos países que no resultan de su agrado por el simple hecho de disentir de su hegemonía.
En el caso de Liu Xiaobo las coincidencias son significativas. Presidente del PEN club de escritores independiente de China, categoría esta que lo dignifica como intelectual – recuérdese a los “periodistas” al servicio de EEUU liberados en Cuba recientemente – Xiaobo fue condenado en su país por suscribir la llamada Carta O8, inspirada en la Carta de los 77, redactada por los artistas y escritores checos en 1968.
El otro disidente premiado ha sido el escritor peruano, nacionalizado español, Mario Vargas Llosa, uno de los grandes autores de la literatura latinoamericana quien, desde mi punto de vista, debió recibir el galardón muchos años antes, cuando el autor de Confesión en la Catedral era mucho más escritor que político.
De ese modo, se habría evitado que el propio Vargas Llosa dijera, al ser entrevistado por la prensa tras recibir la noticia, que “esperaba que el premio no se le haya otorgado por sus posiciones políticas”.
Exactamente lo mismo pienso yo, porque el Nobel, en ese caso, en vez de hacerle justicia como literato a uno de los grandes del boom latinoamericano, sería un espaldarazo a uno de los ideólogos más reaccionarios de la época.
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