Sebastián Moro
Pruebas irrefutables del generoso cambio que Néstor Kirchner produjo en y por el país son el dolor, el aguante y la casi exigencia de profundización hechas por miles de argentinos al pie de su féretro, a los ojos de su mujer. Tras demasiado tiempo de quiebre colectivo y desasosiego total sobre pasado, presente y futuro de la Argentina humillada y sin salida, apareció movilizado el poderoso pero olvidado “nosotros pueblo” como marca del nuevo tiempo que no se cierra por duelo, más bien todo lo contrario: Se abre hacia dentro, profundizando justicia social y pluralidad, y hacia fuera, asumiendo aún mayor protagonismo en esta Latinoamérica que no cesa de aprender ni crecer, consciente de su mejor presente histórico.
Apenas un puñado de años bastó para que la emergencia del proyecto nacional y popular, impulsado por Cristina y Néstor, plasmara sobre la realidad social supuestos imposibles, pesadillas de neoliberales, como la recuperación de la militancia y la política, el crecimiento sostenido y soberano de la economía nacional y el salto cultural que implica tanto la valentía para decir ¡no, un carajo! a poderes que nos avasallan; como el aprendizaje de que para construir es primordial, más allá de la fuerza de ese hombre y esa mujer, la voluntad del pueblo, incluido y participando. Porque fue del pueblo una vez más esta tragedia, pueblo que a su vez la resignifica como oportunidad y asunción cabal de su rol. Y de frente, como enseñó Néstor Kirchner, a los siempre favorecidos por Otro oscuro día de justicia, sectores retardatarios de las clases medias y acomodadas, tarados ideológica y socialmente, que niegan la intensidad, el fervor y el compromiso de lucha de esta sociedad tan distinta y ajena a las cadenas que ellos inútilmente sueldan a título y extorsión de estrujadores que son momias vivientes. En evidencia también ellos hoy, pero por culpabilidad en el genocidio por parte del Estado, primero, y el asesinato de ese Estado después. De la guerra contra la esperanza, quizás hoy también.
El testimonio fue simbólico, el juramento peronista, por el peso de la pérdida y la sensación de orfandad, pero mucho antes ya se manifestaba incipiente una voluntad, un laburo colectivo, en calles, tierras y barriadas, por los ahora visibles que agradecen, discuten, sueñan y proponen desde el barro, que ya no es el vacío, caminos para todos. Aunque ya no los abra ni transite torpe Néstor, el que mostró a toda la joven generación (de pibes AUH a viejos militantes) por qué sí y cómo ir de frente trascendiendo el miedo y el odio, como otro legado suyo incluso de reeducación sentimental. No por nada grito ¡gracias, gracias compañero!
Río de Palabras 33, Edición Homenaje, 04 – 11 – 10
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