domingo, 19 de diciembre de 2010

Los pibes

Carlos Almenara

se pone joven el tiempo
y acepta del tiempo el reto
qué suerte que el tiempo joven
le falte al tiempo el respeto

Mario Benedetti - Cielito de los muchachos

Yo no estoy de acuerdo con eso de que todo tiempo pasado fue mejor. El futuro es mejor.
Luis Alberto Spinetta

El domingo 28 de noviembre se coronó campeón del TC (Turismo Carretera) Agustín Canapino, un chico de 20 años. Dirimió el campeonato con Mariano Werner, de 21. Es el campeón más joven por lejos que ha tenido la categoría en toda su historia. Los fierreros lo saben bien, el TC es la categoría máxima del automovilismo en el país.

Hace un mes, durante las exequias de Néstor Kirchner se puso de manifiesto algo de lo que ya antes había muchos indicadores: la presencia activa y militante de la juventud.

Confieso que no me había dado cuenta que allí había algo específico para ver.

Porque, ¿qué tiene la juventud de específico?

Esta es una discusión que se actualiza permanentemente cuando las juventudes políticas definen su quehacer o cuando las áreas gubernamentales de juventud diseñan su programa.

¿Qué es la juventud para una chica de 16 embarazada, o con un hijo?

¿Qué es para un albañil de 18 que tiene que trabajar todo el día y atender su mujer y sus hijos el resto del tiempo?
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¿Qué es para un desocupado, sin secundario completo, que no ve un horizonte de progreso y que no tiene a nadie que lo entusiasme por el futuro? Que en realidad no ve razones para entusiasmarse por el futuro.

¿Qué es para un descendiente de pobladores nativos pobres cuando todos los estereotipos de éxito socialmente construidos corresponden a otras razas y otras gentes? Cuando el futuro solo ofrece sumisión y derrota. ¿Qué es para él la juventud sino un período de alienación radical?

Existe profusa bibliografía de estudios sociológicos sobre la situación de las poblaciones por rangos etarios y en particular de los jóvenes, como situación laboral, escolarización, etc. Menos abundante es la reflexión sobre lo específico de la juventud.

Hablamos de un código que no se explica por los datos demográficos. Por ejemplo, la irrupción del rock and roll en los años ’50, la cultura hippie de los ’60, el compromiso político de los ’70 constituyen marcas de época que inundaron la cultura y explicaron y dieron sentido y proyecto a generaciones que se incorporaban a la vida adulta.

Lo generacional es siempre problemático porque los recortes cometen injusticias. Y la dimensión cultural también es compleja en tanto es parte de una industria inserta en los mecanismos del mercado, máxime ante épocas como algunas de las mencionadas en que la censura era habitual. La promoción de la porquería también era habitual. Como ahora, pero antes a los tiros. Es decir, la distancia de manifestaciones artísticas de búsqueda en los inicios del rock nacional a la “valiente muchachada de la armada” de Palito Ortega refleja también una industria cultural que pone en problemas la aparición de proyectos generacionales.

Entonces, puede que haya momentos en que no haya nada para mirar ahí. Ninguna especificidad. Lo que de alguna manera es decir ningún proyecto más o menos abarcativo.

Si definiéramos que hay un proyecto o códigos generacionales, una cuestión a mirar es la relación con los mayores y el pasado.

Puede, como ha ocurrido en muchos (¿todos?) países en guerra que sea dable ver cómo los adultos exterminan una generación mandándola a la muerte en el frente de batalla.

Puede que la nueva generación defina su identidad como reacción o rebeldía en relación a la generación de sus padres. Un caso de mucha pregnancia ha sido la generación de los ’60, que ha quedado en buena medida como modelo de constitución de una cultura juvenil.

Pero estos no parecen ser los casos.

No estamos ante jóvenes que se rebelan a sus padres.

No estamos ante jóvenes sacrificados por la sociedad, aunque sí hay una preocupante persistencia de la estigmatización de los jóvenes pobres.

Todo esto es absolutamente especulativo, provisorio y sujeto a los avatares imprevisibles del futuro, pero probablemente nos encontramos ante jóvenes distintos a estos modelos. Estos jóvenes parecen valorar y reconocer a sus mayores. Por supuesto no a todos sus mayores, pero sí se sienten parte de un devenir histórico, con una historia que valoran, incluso veneran. Son laboriosos, esforzados, disciplinados; en abierta contradicción con los estereotipos difundidos.

De algún modo parecen jóvenes que tienden una mano a anómicos y desechos mayores recordándoles cómo construir un proyecto.

Todo está por definirse pero de tres cosas quiero advertir a estos jóvenes que hacen bien en construirse como un colectivo: de los cínicos, de los reventados y de la liturgia engañosa.

El cinismo es el gran enemigo de los proyectos, en particular de los proyectos políticos. El cinismo es la mentira, el descreimiento radical de que algo puede cambiar. “Acá siempre afanaron, afaná vos, no seas gil”, “los que mandan siempre van a mandar, tienen la sartén por el mango”, infinidad de relatos en clave de la imposibilidad de cambiar o de la ingenuidad del intento. En distintas variantes, desde los medios a las estructuras partidarias sin excluir las organizaciones sociales son atravesados por discursos cínicos. El proyecto tiene utopía o no es proyecto colectivo. La praxis es una trabajosa lucha en el lodo de lo real pero sin utopía es solo barro. Los aparatos que impelen al pragmatismo ven con ojos deseantes un colectivo juvenil que, piensan, a su servicio sería una delicia.

El reviente es una variante del cinismo, es el que está de vuelta. El reventado no cuestiona el proyecto por el lado de la conveniencia, lo cuestiona por el lado de la inutilidad, del inevitable fracaso a que está condenado. Es una variante del cinismo porque no aparece del mismo modo sino que se presenta como alguien que “ya estuvo allí”. Pues bien, no le crean. Nadie estuvo allí, simplemente porque ese allí es inevitablemente nuevo.

El cinismo y el reviente ocultan matices y diferencias. La “defensa de la clase política” y los “políticos son todos atorrantes” son expresiones que manifiestan ambos riesgos y que de un lado dan por bueno un paquete por decir poco, problemático; y del otro construyen un nihilismo que puede transformarse en profecía autocumplida.

El problema de la liturgia engañosa refiere a la idea del retorno al origen. El desafío del proyecto es volver a un pasado idílico. Por definición un proyecto relatado en estos términos se convierte en reaccionario y retrógrado.

La irrupción del colectivo juvenil pone en escena una posibilidad fascinante, nueva, a construir. Los indicios que aparecen son más que prometedores.

No esperen los jóvenes que les hagan el camino orégano porque van a tener que pelear. Todavía no han constituido un colectivo con identidad pero por primera vez en mucho tiempo existe la posibilidad que lo hagan. ¡Adelante!

La Quinta Pata, 19 – 12 – 10

La Quinta Pata

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