. Luego de modo simpático, cuenta “se dice que en tiempos remotos las compañías ambulantes de actores eran obligadas a acampar fuera de las murallas de la ciudad. Los artistas observaban los modos y las costumbres de los nativos y las representaban de forma satírica, poniéndolos frente a un espejo distorsionado que les devolvía una imagen ridícula, grotesca”.
Deja en claro Ghiretti que si las burlas de esos actores trashumantes iban dirigidas a los poderosos se originaba una cuestión de Estado y las autoridades consideraban a los actores una presencia perturbadora, casi subversiva. Luego recuerda a los bufones, principalmente enanos, que hacían chistes para divertir a los reyes y cortesanos. De hecho, destaca el columnista que esos seres, devenidos en actores solo por ser diminutos, no tenían margen (no por enanos) para hacer crítica política.
Sabe de lo que escribe Ghiretti, especialmente cuando sostiene que el arte tiene muchas potencialidades. Ahí acierta. Luego desmerece a un poeta que con sus obras intenta esclarecer algo de lo político. Rescata los “exquisitos versos militantes de Miguel Hernández” (no dice cuáles) “a los que se debe distinguir de las torpezas panfletarias de Neruda”. Menciona al cine” con sus pocos filmes con tesis política”. Preocupado más adelante por la “adhesión y militancia que prestan numerosos artistas al gobierno nacional”.
Se equivoca de lleno el columnista, cuando minimiza la transfiguración que verdaderos artistas, músicos y actores, asumen en el momento de la interpretación, verdadero estado sublime. No como él lo define, desde esa lejanía en la que se sitúa.
“Pueden meterse los actores en la piel de los representados o identificarse pero nunca serán ellos mismos. Un actor debe interpretar a Juan Moreira en determinadas condiciones, no convertirse en él” .
August Strindberg, uno de los grandes dramaturgos de fama mundial
Y agrega de su cosecha: “Este hábito de representación artística hace que la atención del intérprete se centre en lo aparente, en lo que perciben los sentidos. Juzga más y mejor las apariencias que las profundidades y desarrollan una mayor sensibilidad en este sentido”.
No sabe el columnista que Moreira fue uno y cien. Uno y mil. Desconoce que cada ignoto actor en un grupo que recorría andurriales vivió durante la concisa vida escénica, toda la furia, la desazón y la muerte que le llegó por la espalda al gaucho perseguido. Lo mismo ocurrió con elencos oficiales en las principales ciudades y con el radioteatro.
La escena no está armada por fórmulas: “…por su parte los actores y músicos populares confunden permanentemente superficialidad con apariencia” (más o menos lo mismo, diría una vecina de la Sexta.) “Eso sucede en razón de la forma específica de su expresión artística. Actores y cantantes están acostumbrados a re-presentar personajes que no son ellos mismos. Deben negar su identidad para meterse en la piel de otro. Replican gestos, ponen en exhibición acciones, actitudes y caracteres que no son propios que no les pertenecen”.
Craso error, columnista. Cuando Alfredo Alcón, allá por los 70, interpretó a Hamlet, en la TV argentina, vestido con una malla negra, fue –y no de modo epitelial – el príncipe de Dinamarca animado por la pasión tremenda de la venganza. Esa puesta, diseñada para la pantalla chica, se transformó en un éxito memorable. En ningún momento Alcón se perdió entre la “superficialidad” y la “apariencia”.
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Hubo un instante teatral, en que Walter Santa Ana, gran actor argentino, está punto de “morir” en rol de militar todopoderoso en salud y casi obsecuente durante las enfermedades que lo aquejaban. Nadie pensó que Walter fingía ese deceso en una de las salas principales del Teatro San Martín, allá por los 80. Y yo, crítico de teatro de la Revista Gente, no veía a un actor y sí a un personaje muy convincentemente caracterizado. El “cuñado” del militar, un mendocino, Aldo Braga, otro talentoso histrión, formula la pregunta que arroja sobre el escenario un epílogo sorprendente: “¿Cuáles fueron sus últimas palabras?” Y Alicia Berdaxagar, la “esposa” del militar las pronunció de nuevo, por primera vez para el público, ya que el protagonista las dijo al oído de su “mujer” No las voy a escribir porque es uno de los finales más perfectos del teatro de todos los tiempos. La obra se llama “Danza Macabra” de August Strindberg.
Ghiretti, que al parecer nunca se emocionó con una escena como la mencionada, anota, con mirada oblicua, a través del prisma distorsionado con el que enfoca al teatro:
“Toda esa superficialidad, esa epiteliedad de los actores y cantantes, los lleva a que se muestren más cautivados por los discursos políticos, los símbolos, la propaganda y los gestos del poder que por la realidad y las verdaderas transformaciones sociales Por eso mismo les es fácil adoptar actitudes extremistas e ideológicas radicales”.
Para el columnista los actores y cantantes son tontos. Se van de boca ante los espejitos de colores que muestra cualquier político. Usa además Ghiretti esas palabras que tanto emplearon Videla, Massera (extremistas, ideológicas radicales). Se floreaban con sus discursos esos entorchados y, mientras tanto, materializaban la desaparición de miles de personas inocentes.
Cuenta algo el autor de la nota, acerca de la guerra civil española. Se trata de crímenes cometidos en las personas de combatientes republicanos que no estaban de acuerdo con la política del Soviet. Stalin, asesino feroz, mató a millones de seres humanos, incluidos a hombres más revolucionarios e íntegros que él, como Troktsky y Maiacokvsky. Pero a lo que hace alusión Ghiretti no lo encontré. Acaso no supe buscarlo.
Aldo Braga, uno de los grandes actores que dio Mendoza
No estar de acuerdo con la teoría comunista, yo no lo estoy, no debe implicar pararse obnubilado en la vereda de enfrente sin admitir que el teatro, la poesía, la pintura, la música, el arte en definitiva, no se convertirán en servidores mansos y tranquilos de los poderes de turno. Ni de los “ismos” Si de pronto un artista aparece gestionando algo inaceptable, como los poetas Gabriel D’Annunzzio, ligado al fascismo de Mussolini y Ezra Pound al nazismo, eso no significa que el arte completo de aquellos días se entregó a facciones totalitarias. Y en el presente, los artistas, en general, son mayoritariamente independientes de doctrinas. También es cierto que existen periodistas, actores, locutores que comen de la mano de la ama Cristina. Pero, ¿qué gobierno o fuerza de la oposición no captó alguna vez a gente del arte, a médicos, abogados y columnistas? No es para enojarse tanto como usted lo hace, algo que lo lleva a maltratar con términos despectivos, que no reproduciré por respeto, a bellas féminas de la TV argentina. Maltrato. Algo que les llueve también a mujeres periodistas de medios locales que son acosadas laboralmente por colegas devenidos en verdugos. Hay quienes sospechan y mal de los hombres que escarnian al sexo opuesto.
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Para tirar con un obús sobre un número de trabajadores de la escena, no hace falta defenestrar a la esencia del actor. Describir a un teatro animado por seres frívolos e influenciables, proclives a venderse al mejor postor, al gorilaje de izquierda o al gobierno de turno, es no haber leído a Konstantin Stanislavski. Significa ignorar los ensayos, las investigaciones y las piezas de Jean Paul Sartre. También algo así como pasar al galope sobre los trabajos de nuestro recordado Mario Franco. Habla de subsidios para artistas, señor columnista y acaso usted por algún lado cobra por sus notas. Mi caso es distinto. Nadie me paga por esto que hago en la madrugada. Me dolió en el alma su menosprecio por los actores. En calidad de periodista he acompañado a elencos en giras. Sé muy bien quienes son los actores. He percibido el amor que los lleva a abrazar una profesión, para nada gananciosa en la mayoría de los casos. Por otra parte, redacto lo que realmente pienso. No existe para mí mano que me alimente ni voz de mando que me dicte. Le pido como hombre de teatro –siento un enorme orgullo cuando me reconocen como tal– que no ataque a los artistas, a ninguno. Son seres nobles. Viven llenos de luces e ilusiones. Creen en el amor y no se aferran a duros conceptos. Le cuento. Yo escribo y dirijo teatro, experiencias únicas. Le hablo de magia, de elevación, de momentos felices. Si tiene tiempo, si se anima, ingrese en la escena, en cualquiera de sus espacios. Será bien recibido. Le ocurrirán cosas maravillosas, que les pasaron a quienes recuerdo por lecturas, ensayos o funciones: Anton Pavlovich Chejov, Galina Tolmacheva, Aldo Braga, Cristóbal Arnold, Patricia Etchevette, Armando Lucero, Cristóbal Salgado, Augusto Kretschmar, Miguel Guerberoff, Pablito Ponce, Omar Tiberti, Sergio Poves Campos y muchos más, todos, buenas gentes. Señor Ghiretti, existe un elenco que ya lo está esperando. Y al dedicarse a las tablas, las ideas se expanden. Cubren con alegría y color a esa salmodia parda que irradian algunas ideologías.
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atienza06@gmail.comLa Quinta Pata, 06 – 02 – 11
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