Sebastián Moro
“Gracias a Dios he olvidado todo”. De manera tan pía clausuraba la memoria Monseñor Rafael Rey en su testimonial de febrero, en el marco de los históricos juicios por delitos de lesa humanidad que -a pesar de los colaboracionistas de ayer y hoy; de traje, toga o uniforme – se llevan adelante en Mendoza.
Rey fue el número dos de la Iglesia local durante los años en que el plan de exterminio genocida golpeaba a las puertas del cielo para hacer pasar por el infierno en tierra a la más brillante y solidaria generación que haya florecido en este desierto. Su jefe por entonces, el obispo Maresma, se mantuvo frío, indiferente al dolor de los familiares de las víctimas que acudían al Arzobispado con denuncias desesperadas acerca del destino de asesinados y desaparecidos. Sin cara, manipulando los botones de su sotana, el escurridizo Monseñor lavó con agüita bautismal el oscuro pasado de Maresma y de la cúpula de su credo. “No recuerdo, no recuerdo” repetía en su sermón frente a la justicia, los genocidas y la incredulidad de los que sí penaron, a pura cruz y espada.
La funcionalidad de encumbrados sacerdotes no se redujo a callar en las catedrales: Rey fue capellán auxiliar de la Compañía de Comunicaciones 8ª, donde procesaba paralelamente un centro clandestino de detención y las torturas eran más frecuentes que las misas dominicales. Como empleado del Ejército nacional cobraba un sueldo con grado de capitán. Pero “olvidó” que el genocida Dardo Migno, era su jefe militar. Y enfáticamente negó que desde la Iglesia San Vicente Ferrer se pudieran oír los gritos torturados de los secuestrados en la comisaría de Godoy Cruz.
El silencio cómplice y ciertas ponderaciones “antisubversivas” del Episcopado y la jerarquía eclesiástica argentina, sumadas a directrices vaticanas de los años setenta dan cuenta del papel activo y de la culpa que le caben a la Iglesia católica en la mayor tragedia sufrida por nuestra sociedad. La desmemoria y la nula autocrítica, tres décadas después, divorcian aún más a la fe del pueblo.
El pacto de silencio contra la verdad y la memoria se vio también por estos días, con los amnésicos testimonios de tres policías testigos de la crueldad. Como Monseñor, son una tumba.
Al surgir de esa nada, uno mirará hacia el campo, adonde está el otro con vómito, y el que aún ha de guardar la actitud recogida reactivará su mente con la memoria de cada párrafo del diálogo feroz, y se dirá con energía: -Esas cuestiones para mí no existen. Todo lo que aquí se ha dicho, ni se ha dicho ni se ha oído.
(Antonio Di Benedetto, “Feroces”, Cuentos del exilio, 1983)
Río de Palabras, 24 – 02 – 11
2 comentarios :
no dejes de escribir nunca Sebastián... gracias por tus letras. Ni olvido ni perdón a los genocidas.
Y me negarás tres veces... Gracias Sebastián por la palabra. Es vida y es memoria.
Abrazos siempre
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