Ramón Ábalo
Al parecer, la memoria es uno de los atributos que determina la calidad humana en cuanto es la capacidad de guardar –o resguardar – en los recovecos de las neuronas lo que no se quiere o no se debe olvidar. O sí.
Las víctimas del genocidio cometido por la dictadura cívico-militar del ' 76 dan testimonio ante el tribunal que juzga a algunos de los responsables por los crímenes cometidos. En ese marco son contundentes las pruebas que determinan su culpabilidad. Como lo es también la contundencia de que esa culpabilidad deviene del ejercicio y práctica de acciones aberrantes: torturas, violaciones, asesinatos, desapariciones forzosas de personas, humillaciones físicas y morales.
Así, esos hombres y mujeres – las víctimas – exponen lo que la memoria ha atesorado de una porción de la barbarie que les costó padecer, señalándola para que sea condenada y como una reivindicación ética de la condición humana: nunca más para asesinar los anhelos de libertad, paz y trabajo. Porque los genocidas son la barbarie, un estadio antes de la imposición de la cultura ofídica de la muerte. Para peor, en la obediencia debida, pero no tanto a sus superiores inmediatos, sino como lacayos institucionales y entorchados - también con olor a incienso – de las metrópolis del primer mundo. Pero es aquella memoria del renacer la que, como un valor de alto nivel ético, la que condena, la que da las señales de una dignidad humana en plenitud.
Por el contrario, en este juego es el olvido la carta de la ignominia. No recordar lo que se hizo contra natura, es decir, contra la vida. Pero al lado de los verdugos – los lacayos – inscriben su perfidia los que fueron sus aliados, sus cómplices desde los paraísos académicos donde el saber se vulgariza y el lado oscuro de la humanidad se eleva a categorías alienantes para que las sociedades se conviertan en contingentes masivos y consumistas de las bondades del capitalismo en esta su versión agónica neoliberal. Las complicidades que se traman desde los púlpitos con monseñores del discurso abstracto de un Dios que, al parecer, se corporiza en el becerro de oro y los oropeles de una liturgia para elegidos. Los arropados con el sayal, no son invitados al sacrificio, ni lo serán. Por eso algunos monseñores – casi todos – como el que fuera segundo en la curia mendocina durante la dictadura, monseñor Rey, no pudo aportar absolutamente nada ante el tribunal que pudiera incriminar a los genocidas, porque no recordaba, no sabia... transpiraba amnesia en su esfuerzo por no recordar, porque de esto se trataba, de un cura que tuvo un alto grado en el arzobispado que le permitía prestar oídos a rumores que, en su caso, no le era difícil comprobarlos como realidad. En la Argentina prevalece la rémora de un estado emparentado firmemente con los intereses de la curia católica mediante, precisamente, alianzas con los grupos del poder real: la economía concentrada, la especulación financiera, la prepotencia imperialista, con las apoyaturas sin retaceos del poder militar y las llamadas fuerzas de seguridad. Difícilmente monseñor Rey no supiera lo que pasaba en los cuarteles de la calle Boulogne Sur Mer, adonde concurría periódicamente - un par de veces a la semana – como vice capellán, una tarea que le acercaba a los diálogos con los militares, especialmente de alto rango. Pero monseñor Rey no recuerda ni siquiera el nombre de algunos de esos militares a los que por tanto tiempo les llevó la bendición y el aliento para que ganaran la salvación eterna. No se le ocurrió preguntar o indagar de alguna forma, lo que a diario decenas de familiares de presos, secuestrados y asesinados concurrían a la sede del obispado –Catamarca y San Juan - que les llevaban a él y a su superior, monseñor Maresma, el obispo, el clamor para que intercediera ante los poderes militares para que dieran alguna razón de lo que les sucedía a sus familiares. Ya en 1973/74 era claro que el terror que se expandía en la sociedad argentina devenía de los cuarteles, el D2 policíaco, las comisarías. Un terror que obnubilaba las conciencias, paralizaba la acción y las mentes. No se negaba, se sabía y los monseñores más que nadie, sin embargo el no me acuerdo, no sabia… fue el sonsonete de monseñor Rey durante todas esas horas que estuvo ante el tribunal. ¿Síndrome? ¿Cinismo?
La Quinta Pata, 27 – 02 – 11
1 comentario :
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