Ramón Ábalo
Ante sus propios represores, sentados ahí enfrente, en la sala de los juicios en el Juzgado Federal de Mendoza, se está desarrollando – escribiendo también – por las voces altivas, serenas, firmes, de las víctimas – mujeres y hombres – un capítulo actual y menduco de la larga historia universal de la dignidad humana. Como aquello del coraje civil, que también hemos subrayado, este heroísmo cotidiano conmueve, jornada a jornada, a los oyentes de testimonios del horror padecido en las mazmorras de los genocidas.
Es el heroísmo del espíritu, del alma, y también del cuerpo mancillado, ahora ahí auto enaltecido – el heroísmo – por un relato que transita desde la memoria a las profundidades del infierno para resurgir en la exigencia de justicia, sin atisbos de venganza, que sería bastardear la dignidad humana, porque de lo que se trata es del señalamiento, sin dobleces, de ese otro costado de la condición humana: el lado escuro del corazón.
No es el de las mujeres la voz mayor, por encima de las de los varones, pero es una distinción de género que se eleva en esta rememoración dramática de momentos de sus existencias. Lo fue de Silvia Ontiveros, de Rosa Gómez, de Isabel de De Marinis, de Lucy Allegrini, de Luz Faingold y su madre Luz Casanave. Y la semana ante pasada, de Georgina Vucetich.
Sencilla, sin titubeos, Georgina comenzó el relato del asesinato de su esposo, el que fuera entonces dirigente gremial de los obreros vitivinícolas Héctor Brizuela, en simultáneo al asesinato de su compañero Antonio García, secretario general de ese sector obrero. La testigo señalaba paso a paso lo que a partir de ese momento fue su tragedia, sus pedidos, súplicas y exigencias de que se le dieran noticias del paradero de su esposo. Fueron pura evasivas acompañadas de violencia verbal y humillaciones, como la de aquel comisario de Maipú que contestó ante el requerimiento de Georgina: ..."y que querés si era un comunacho". En efecto, tanto Brizuela como García pertenecían al Partido Comunista y se los conocía ampliamente como tales. Pero Georgina no se daba tregua y ni la daba, contando que había estado algo más de 10 veces, con el entonces jefe de Policía de la Provincia, el vice comodoro Santuccione, hasta que se cansó de sus dilaciones y promesas y no le quedó otra que manifestárselo pero con un "vos sos un milico hijo de puta..." Coraje, heroísmo o simplemente las venas abiertas, esas de las que hablan del martirologio de los pueblos americanos desde siempre.
Y lo de Luz Faingold, que hizo su testimonio en sede del Juzgado Federal de Mendoza, la semana pasada lo reiteró ante el Consejo de la Magistratura, en Buenos Aires, para reiterar su denuncia contra el ex-juez Luis Miret. Teniéndolo ahí enfrente esta vez, Luz reiteró los conceptos de la primera versión. El acusado, en principio tuvo actitudes descalificadoras para con Luz, pero esta profundizaba su testimonio con firmeza y paulatinamente lo fue apabullando hasta doblegarlo moralmente, terminando la sesión con Miret como lo que es: una piltrafa humana.
Entre víctimas y victimarios las divisorias son terminantes: no hay olvido ni perdón, tampoco reconciliación, por una parte; la otra naufraga en el fango de la barbarie.
La Quinta Pata, 20 – 02 – 11
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