domingo, 27 de febrero de 2011

Sobre “El club de los melancólicos” de Delfina Acosta

Osvaldo González Real

El creador del sicoanálisis, Sigmund Freud, había dicho que la melancolía era un duelo por la pérdida del ser amado. Esto produciría una depresión (una especie de “enfermedad del alma”) que llevaría a la persona afectada hacia la ensoñación, a una tristeza – que según los escritores románticos – favorece la creatividad. De allí que algunos grandes poetas y novelistas hayan sido atacados por esa “dulce y voluptuosa” enfermedad. Como ejemplos notables tenemos a Poe y Baudelaire cuya obra ilustra lo afirmado anteriormente.

En el caso de los cuentos de Delfina encontramos varios de los síntomas característicos de la melancolía en muchos de sus personajes y en la atmósfera de pesadilla en que viven: alguna obra de Beethoven (para Elisa) ejecutada en el piano inglés de tres pedales, el pájaro solitario que canta, de pronto, en una rama, una mariposa llevada por un ejército de hormigas, el viento que arrastra hojas de otoño, son elementos que caracterizan su estilo. Justamente, el titulado como el libro en cuestión, es un verdadero “club” de desesperados que se reúnen para consolarse mutuamente y paliar su soledad mientras escuchan embelesados A mi manera de Frank Sinatra. Para ser miembro de esta extraña asociación hay que obedecer ciertas reglas como la de “concebir la vida como un disgusto, un desaire, un pensamiento triste que despeina”, en fin, intercambiar suspiros con los asmáticos y evitar a los felices. No se puede encarar el mundo en base a aspirinas y Alprazolán, expresa con voz cansada uno de los socios. La llovizna otoñal siempre acompaña la lectura de versos como “Veinte poemas de amor…” de Neruda, etc. Pero la melancolía es “una caja de Pandora” donde hay de todo, inclusive el amor. Y así se disgrega esta rara institución cuando una de las parejas decide casarse. Por otra parte, la heroína del “El contrato” lee Madame Bovary y especula con el suicidio de la mujer engañada. Otra aparece en una conferencia, seduce a un joven y luego desaparece como un fantasma. ¿Era un fantasma? ¿O, simplemente la elucubración de una escritora que no sabe cómo terminar un cuento?

En fin, en la obra de Delfina Acosta podemos encontrar – como en su excelente poesía– un don especial para la introspección sicológica, un manejo del tiempo narrativo y la creación de situaciones límite, que crean suspenso, como en el cuento policial “Orquídeas para Clara”.

La Quinta Pata, 27 – 02 – 11

La Quinta Pata

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