Eduardo Galeano
1914
Torreón
En el vagón rojo, que luce su nombre en grandes letras doradas, el general Pancho Villa recibe a John Reed. Lo recibe en calzoncillos, lo convida con café y lo estudia un largo rato. Cuando decide que este gringo merece la verdad, empieza a hablar.
- Los políticos de chocolate quieren triunfar sin ensuciarse las manos. Estos perfumados…
Luego lo lleva a visitar un hospital de campaña, un tren con quirófano y médicos para curar a propios y ajenos; y le muestra los vagones que llevan a los frentes de guerra el maíz, el azúcar, el café y el tabaco. También le muestra el andén donde se fusila a los traidores.
Los ferrocarriles habían sido obra de Porfirio Díaz, clave de paz y orden, llave maestra del progreso de un país sin ríos ni caminos: no habían nacido para transportar pueblo armado, sino materias primas baratas, obreros dóciles y verdugos de rebeliones. Pero el general Villa hace la guerra en tren. Desde Camargo lanzó una locomotora a toda velocidad y reventó un ferrocarril repleto de soldados. A Ciudad Juárez entraron los hombres de Villa agazapados en inocentes vagones de carbón, y la ocuparon al cabo de unos pocos balazos disparados más por júbilo que por necesidad. En tren marchan las tropas villistas hacia las avanzadas de la guerra. Jadea la locomotora trepando a duras penas los desollados lomeríos del norte, y tras el penacho de humo negro vienen crujiendo con mucho meneo los vagones llenos de soldados y caballos. Se ven los techos del tren cubiertos de fusiles y sombrerotes y fogones. Allí arriba, entre los soldados que cantan mañanitas y tirotean el aire, los niños berrean y las mujeres cocinan: las mujeres, las soldaderas, luciendo vestidos de novia y zapatos de seda del último saqueo.
Memoria del fuego III. El Siglo del viento, México: Siglo XXI, 1987
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