domingo, 27 de febrero de 2011

Todas para una

Penélope Moro

A sí como los obreros solo pudieron salvarse a sí mismos, y así como siempre he dicho que solamente los humildes salvarán a los humildes, también pienso que únicamente las mujeres serán la salvación de las mujeres.
Eva Duarte.

Un mundo moldeado a gusto y semejanza de los hombres llevó a que las mujeres de más de un siglo atrás decidieran abandonar el espacio de relegación que la sociedad les destinaba. Unidas en un solo clamor: “igualdad de derechos entre hombres y mujeres”, su lucha superó su propia causa, constituyéndose en parte vital de las transformaciones sociales, políticas y culturales. Mujeres comunes, unidas y encontradas ante un mismo desafío emprendieron la marcha cuesta arriba hacia la completa reivindicación de sus derechos y emancipación.

Proscritas en la historia es reciente la visibilización de sus conquistas. Mujeres que votan, trabajan y participan. Mujeres que construyen, que gritan su verdad y dan pelea al statu quo. Mujeres que sin mínimos desatinos deciden el rumbo de la historia de la Nación. Antes impensadas, prohibidas por los mandatos culturales y religiosos que les otorgan una determinación biológica de incapacidad y debilidad. Logros que han sido producto de esa lucha de unión y perseverancia que atravesó mujeres de distintas épocas, clases e ideas; y no como consecuencia de “heroínas excepcionales”, tal como se empeña en presentar el relato imperante.

Pero la cima no se ha alcanzado y las mujeres permanecen obligadas a continuar aquel trayecto. Las empoderadas de sus derechos tienen en la educación la herramienta por excelencia para luchar contra la violencia ofrecida por la sociedad patriarcal. El drama corresponde a aquellas que tienen el acceso negado hacia tal arma de libertad y dignidad.

La lucha de género es indivisible a la de la justicia social. Aún deben postergar sus decisiones y derechos aquellas que los avatares capitalistas se ensañan en expulsar hacia la marginalidad. Ellas, las más pobres, a quienes ni sus cuerpos ni sus futuros parecen pertenecerles, como alternativa de subsistencia se ven obligadas a hacerle el juego a la sociedad machista que produce y reproduce su situación de vulnerabilidad.

Mientras sólo algunas pueden elegir por sí mismas, las decisiones de las marginadas permanecen en manos ajenas. Iglesia y Estado siguen tallando destinos arbitrarios. Y si alguna transgrede sus mandatos, debe pagar con el propio cuerpo la osadía de intentar honrar su historia.

Si solo unas pocas logran convertirse en dueñas de su propia vida reina la injusticia social. Hasta que los derechos de las mujeres no sean distribuidos equitativamente la marcha no cesará. Una vez más el rumbo de la historia le da la razón a la trascendental Eva y demuestra que la lucha de género, signada por la unión y la solidaridad, no contempla privilegios.

Río de Palabras 41, 24 – 02 – 11

La Quinta Pata

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