Fernando Rule
Uno de los más grandes avances en la lucha contra la tortura ha sido la Ley de Defensa Nacional, que circunscribe el rol de la Fuerzas Armadas a la defensa de la soberanía frente a amenazas de otros países, única actividad y fin de cualquier ejército nacional. Esto ha permitido, hasta ahora, la expresa prohibición de los militares de meterse en cuestiones internas, propias del poder político.
El otro gran progreso fue la prohibición impuesta a la policía, de tomar declaración a un detenido. La importancia de esto radica en que era justamente en el momento en que la policía se dedicaba a tomar declaración, no podían sustraerse a la tentación de torturar al detenido. Es así que, desde hace ya muchas décadas, la tortura se había hecho costumbre.
Pero la tortura se sigue aplicando en la Argentina. Y en Mendoza. En cada comisaría se tortura a los detenidos. En la cárcel se tortura a los presos. Falta un paso. Quizás el más importante.
Los policías y carceleros no son militares
Esto parecería una verdad de Perogrullo, pero si conversamos con cualquier policía o carcelero, advertiremos que se sienten militares. Y si profundizamos, veremos que hasta tienen un cierto complejo de inferioridad frente a “los verdes”. Algo así como si fueran militares de segunda clase.
Observemos si no la simbología, el folclore, de los policías y carceleros. Usan la misma ropa, aunque de diferente color. Ropa diseñada para librar combates en el campo, desierto o montaña, llena de bolsillos que solo les sirven a los soldados que deberán pasar largas y duras campañas con toda la impedimenta encima. Que los policías y carceleros usan para llevar el celular y los cigarrillos.
Se dividen en grados militares, se saludan como tales, hacen corridas y ejercicios de niños jugando a la guerra que llaman “orden cerrado”. Nada de eso les sirve, ni a los policías para combatir el delito, ni a los carceleros para cuidar de los presos.
Y, lo que es más grave, practican una disciplina deshumanizante de obediencia debida que obliga al superior a humillar constantemente al subordinado.
Si a nuestros militares, desde Roca a la fecha, les inculcaron que el enemigo es el pueblo, pensemos cuál puede ser el resultado de tal idea en los policías y carceleros. Torturar al “enemigo” se convierte en cosa cotidiana.
Para eliminar la tortura en nuestro país debemos eliminar toda forma de educación militar en la educación de los policías y los carceleros.
Río de Palabras 43, 27 – 03 – 11
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