Sebastián Moro
Viejitos. Viejitos hijos de puta - no ceja de pensar en el momento justo el sobreviviente. Los ve ahí, al costado de la sala, en el rincón de los reos, sellados los párpados y los labios ante los relatos del dolor y la matanza que ejercieron como mandato divino. Pero la verdad, tras décadas de ocultamiento y manipulación, aflora y se derrama contra el olvido y ellos, torturadores, asesinos, ladrones de la muerte, no la pueden reprimir. Costó tanto. Desarmados y sin uniformes siguen tan culpables como ayer, tanto los que miran sentados en el banquillo como los cobardes que faltan, amparados en el derecho a hacerse pipí encima como les enseñara papá Videla. Sin embargo la víctima no se deja ganar por el odio. Otra pregunta del Tribunal, la posibilidad de justicia, el recuerdo del tormento generacional y de los compañeros desaparecidos lo ayudan a trascender, apostando al país de los hijos que vendrán.
Complicidades políticas y judiciales, entramados del poder, impidieron durante mucho tiempo que verdad y justicia tuvieran expresión en Mendoza. En el camino quedaron los ojos tristes de los compañeros que se fueron en democracia y también milicos que murieron en la impunidad. Pero la hora llegó, gracias a los juicios que se celebran en la ciudad y a las condenas ejemplares que recibieron el año pasado los genocidas en San Rafael. Digo celebrar porque el juzgamiento a los represores repara la desmemoria argentina y porque lo que sale a la luz permite andar un futuro con nunca más y desandar lo que el sistema impuso. Y lo que sale a la luz no es ni más ni menos que, como diría Paco, la pura verdad: la colaboración de funcionarios y jueces con la dictadura, la existencia de grupos “políticos” y de periodistas al servicio de la represión, la comprobación de que el plan de exterminio fue diseñado por el Norte y perfeccionado en nuestro Sur, la constatación de que bajo órbita de Menéndez nadie sobrevivía, la amnesia funcional de curas y canas, la violación sistemática a las secuestradas. Las evidencias no se agotan, como muestra alcanza un botón…o más bien, aquí los botones sobran.
Soy más valiente que nunca, el dolor tan grande que reventó mi vida me empuja a seguir y pelear –piensa la sobreviviente entre las pausas de su testimonio. Sabe además que no está sola, que vivos y muertos, víctimas y familiares, palpitan a su espalda, tras el blindex, sus palabras con el necesario corazón. Y que la mejor parte de la sociedad hoy entiende, quiere entender, precisa de la memoria histórica para volver a respirar. Después de la masacre y el vaciamiento, la conciencia llegó. Toma aire entonces, respira profundo y dice la esperanza.
Río de Palabras 43, 24 – 03 – 11
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