Alberto Atienza
“Tía, no puedo contarle la fiesta”
Desde el cuento más antiguo del mundo hasta la novela más reciente, pasando por la comedia musical, ópera y cualquier obra de teatro, lo básico, es la historia. Si no aparece la historia el hecho artístico no existe. Es un friso de actuaciones escénicas, un relato, un pasacalle, lo que se quiera.
Un antiguo participante de muchas vendimias lo sintetiza mejor: “Si se acabó el acto central, te vas a tu casa y la tía René te pregunta cómo fue la fiesta y vos no podés contar una historia, lo que has visto es un bodrio”
Este es precisamente el caso de la última, un zarzo completito.
Nadie lo dijo. Los medios, totalmente adictos al dinero que el acontecimiento despliega, llegaron a afirmar que se trataba de la mejor fiesta de todos los tiempos ¡Dios!
El libro no fue tal. La intención, el tema, que no llegó a cuajar, era un homenaje a los hacedores de la fiesta vendimial, cuando lo verdaderamente importante es la vendimia y no quienes trabajan en la fiesta que se le hace a ella. Lo relevante son nuestra tradiciones. De dónde venimos. Hacia dónde queremos ir. Nuestra bella música. Es como si mañana inauguramos un monumento a San Martín con la efigie del escultor que lo hizo y dedicadas las manos al fundidor de la estatua y al picapedrero que dio forma a la base. Son todos ellos, como en nuestra vendimia, electricistas, bailarines, actores, figurantes, traspuntes, apéndices, muy valiosos, algunos imprescindibles. Pero lo primordial se llama Mendoza, lo que la fiesta significa para sus habitantes, la obligación de ofrecerles a los turistas una historia que se entienda y no un cúmulo de desvaríos. Y que esa proeza artística, lo es, nos refleje como pueblo.
Leer todo el artículoTanto la libretista como el director del acto central no entendieron que la vendimia, desde hace rato, es un género propio. Se utilizan elementos del teatro, del cine, de la comedia musical y hasta del circo. Pero ninguno es el prevaleciente, el dominante. Por ende es un género único. Toda estructura artística tiene elementos que la definen, que la tornan distinta. Así es como la comedia musical reúne, tema, danza y canto. El teatro, el conflicto, su desarrollo y conclusión. La ópera, la sinfonía, el libro en tono lírico y el lujo de la puesta.
La vendimia, la fiesta, debe contener elementos que la gente espera, que el público aplaude, que conmueven por lo tanto también al turista. Poner de taquito, en un portante mínimo a una diminuta virgen de la Carrodilla, con el tema clásico sonando casi en sordina fue una equivocación mayúscula. Todo director de vendimia maneja (o debe manejar, en este caso no se hizo) los climas. De un cuadro festivo, con música rápida no se puede pasar a otro cuadro festivo con música rápida, si no la gente se cansa. Hay un balance que debe diferenciar claramente a uno de esos espacios del que lo sucede. Contar con un cuadro de tono místico como el de la Virgen, se logra con un apagón inicial, canto coral, procesión de antorchas, lo que uno quiera, elementos escénicos simples. En esa parte siempre flota un tono devocional en el público, el recogimiento ante el despliegue cantado de una oración. Eso es un regalo del cielo para cualquier director y algo también destinado a la gente. En esta edición se desestimó ese valor. Se presentó una verdadera chastrinada.
Otra. Al público mendocino le encanta esa suerte de himno de la vendimia que es “Póngale por las hileras”, la gente lo canta, goza. Bueno, no sonó. Por momentos parecía por esas ausencias o minimizaciones, más una fiesta montada por nativos del planeta Marte que por artistas locales.
No supo el director Neira resolver uno de los problemas que presenta el enorme escenario vendimial, uno de los de más amplia boca en América. Claro, hay que sacar de escena decenas de bailarines y lograr que ingresen otros sin que la fiesta caiga en un pozo de inactividad o con danzarines corriendo cual manada de ciervos en busca de la salida, con el escenario en penumbras. Pero se logra ¿cómo? Apagón, voz en off con interesante propuesta y acción abierta en los cerros, se lleva el interés de la gente a otro plano que no es el central. Cuando concluye esto último ya han ingresado los que actúan en el nuevo cuadro, anticipado por su música. La impericia aplicada en este caso consistió en dejar a los mismos bailarines cuadro tras cuadro y les cambiaban la música, siempre folclórica, por supuesto. Un plomo absoluto.
Los cerros no fueron utilizados.Todo antiguo, todo a la italiana, con el agregado “moderno” de figuras chapoteando en el agua, en un remedo de esas estupideces televisivas tinellinescas.
La historia no existió. Por ahí se escuchaba que el relator hablaba de las costureras, que seguramente no dieron el mal paso. En esta ocasión, la metida de pata la compartieron por partes iguales libro y dirección.
“Tía, no puedo contarle la fiesta”.La Quinta Pata, 20 – 03 – 11
La Quinta Pata
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