Alberto Atienza
De entre las tantas divisiones en las que se puede situar a los mendocinos hay una que nadie menciona: los que no tienen TV por cable ni nada parecido. Aire para ellos. Pésimo aire. Por ejemplo, un novelón argentino “El elegido” donde se juntan dos actores de madera balsa, por lo inexpresivos: Pablo Echarri y Lito Cruz. El primero, con su inamovible máscara de cromo molibdeno, algo más que madera y el otro, al que no se le entiende cuando habla. El tema, el de siempre, mejor dicho, los aditamentos de siempre: violencia, crímenes, gorreos, despojo de bienes a sus legítimos dueños y, también lo inevitable: la sobreactuación de algunas actrices que insultan como los viejos carreros, en la creencia de que eso las hace más femeninas. Apariciones de mafias que no existen, como si no alcanzaran las que tenemos entre nosotros.
Y si uno quiere escapar de eso cae, casi en el mismo tiempo, no estoy seguro, cualquiera se marea con tanta TV basura, en esa estupidez cuyo nombre lo extraen de una novela de George Orwell llamada 1984. Ese adefesio irrespetuoso del pensamiento argentino nominado “Gran hermano”. Hay justamente un elemento de control en la novela: “El hermano grande”. Es un personaje televisivo que ingresa en todos los hogares de una nación tecnológicamente tiranizada para espiar, dar órdenes y mantener el poder de los gobernantes. GH argentino medio se le parece. Es como si se quisiera idiotizar al público. Reúnen, en un ámbito cerrado, a un número de jóvenes sin horizontes, un tanto vacuos. Estupideces inimaginables hacen para las cámaras los voluntarios. Todo por un monto de 400.000 que solo se llevará uno. Se delatan entre ellos. Se echan por medio de votos. En síntesis, un espectáculo deleznable. Cuando uno cree que descansará de tanto desastre entran otros - culebrones de orígenes venezolanos y colombianos - muy pintorescos, con historias elementales, parecidas a las de nuestro antiguo radioteatro. Al zafar de estos castigos se llega inexorablemente a programas en los que entrevistan a los “personajes” de GH. Uno se descuida y se precipita a las garras de otro encierro, pero esta vez de bailarines. Un “casting” al que se le adosó una suerte de pensión Soto, viven todos juntos, tienen casa, comida… Ensayan, pelean, se descueran.
La calidad actual de la televisión argentina es, sin dudas, acaso la peor de toda su historia. Cada tanto aparece algo lindo, como un programa que concluyó, un teleteatro pero con alma de comedia musical: “Para vestir santos”. Bellísimo. Lástima, se acabó. Hay un espacio que sigue y que llama la atención por la intensidad de sus participantes: “Talento Argentino”. Vale la pena verlo. Los otros, esos engendros nacionales, no existen. Salen al aire. Entran en los aparatos de TV y ahí se quedan, como fantasmas tontos y olvidados, hasta que la gente se duerme atosigada por imbecilidades.
La Quinta Pata, 06 – 03 – 11
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