domingo, 20 de marzo de 2011

Pequeño círculo de ex lectores de Mario Vargas Llosa

Hugo De Marinis

Mario Vargas Llosa. Nada de Vargas a secas, ni de Varguitas como lo conjuraba la tía Julia, ni de “La feria de Vargas” ni “Largas a Vargas” ni de “Zamba de Vargas” ni “Aquel Vargas”, notas muy curiosas y sesudas por cierto – aparecidas en el inteligente Página 12, las pasadas semanas – pero cuyas elisiones del “otro apellido” en los ocurrentes titulajes deslizan ese elemento de ninguneo innecesario y típico del respondón caliente que rezuma un desinterés (disimulado) hacia el contrincante y que termina en no rendir justicia al contenido de las muy atinadas respuestas.

Mario Vargas Llosa. Así le llamamos los del círculo de sus ex lectores, a pesar de la inquina que nos producen sus posiciones políticas y de la patada al hígado que significó que le otorgaran el Nobel de literatura el año pasado.

Los del círculo entendimos hace ya bastante – como el resto de la humanidad – que la madre de todos los premios poco y nada tiene que ver con los méritos de validez universal que se supone, distinguen tal o cual actividad innovadora. El pintor y diseñador gráfico Rodolfo Ramos – ilustrador de La Quinta Pata – por ejemplo, cuando sale el tema ni se molesta en discutir. Solo tira un par de dudosos y galardonados nombres, permanece tranquilo en su menosprecio y de inmediato quiere pasar al asunto de la invasión de Libia y a las otras rebeliones árabes, y enfrascarse así en discusiones picantes con el sabio Abderrahman Beggar – otro colaborador infrecuente de La Pata, además de doctorado profesor de estudios arábes y mediterráneos, y con buen conocimiento de la literatura latinoamericana.

Pero hay uno de nosotros – Luis Cañas, el que contesta los e-mails, a veces se escribe una que otra “Quintaesencia” y decide en la sección “Historia” – en que la animadversión hacia Vargas Llosa es poco menos que inefable. Cuando nos juntamos para un café basta que alguno lo nombre para que le salga humo, se levante de la mesa y nos deje plantados. Por días. De haber sido conversador y un puñado de entusiasmo en sus años mozos, Cañas padece de un persistente mal humor que lleva a pensar a sus interlocutores que es un gruñón incurable e incapaz de cualquier discusión edificante. Los que lo conocemos sabemos que no es del todo así. Como a Horacio Oliveira y a Mafalda, le duele el mundo actual. No por cierto por razones filantrópicas o progresistas biempensantes, sino por las enormidades en contra a que ha sido sometido su pensamiento (de izquierda) en las tres últimas décadas.
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El Negro Ábalo, que no lo conoce bien, opinaría que es de esos compañeros deprimidos, de los que se quedaron al costado del camino cuando la implosión de la Unión Soviética. Para mí es un melancólico incurable que no va a aceptar jamás el advenimiento de los nuevos tiempos. Que no le nombren la disipación del sujeto revolucionario, el anacronismo de la lucha de clases, ni siquiera que al imperialismo se le llame “imperio” o a las otrora guerras de liberación nacional, conflictos emancipatorios.

Cuando quiero fastidiarlo le digo que me recuerda a Galileo Gal, el personaje anarquista de La guerra del fin del mundo (1981). Esa precisamente fue la última novela que leyó de Vargas Llosa, y ya con ciertas reservas. Los otros fuimos más lejos. Yo llegué hasta Elogio de la madrastra (1988) y reconozco que antes La historia de Mayta (1984) y El hablador (1987) no me parecieron mal. Después los prejuicios no me permitieron más.

En la última juntada no pudimos evitar el tema de la invitación a Vargas Llosa a la inauguración de La Feria del Libro de Buenos Aires y la carta de “Carta Abierta” al titular de la Cámara del Libro. Cañas amagó a levantarse y mandarse a mudar pero el sabio Beggar – para demostrarle que como coherentes miembros del círculo de ex lectores no había entre nosotros quien simpatizara con el último Nobel – contó que en los ochentas en París asistió a escuchar una charla del peruano junto a otros hermanos árabes y norteafricanos. Unos connacionales de Vargas Llosa comenzaron a vivarlo con un estruendoso “Mario/Mario/Mario” solo para recibir el apercibimiento del laureado autor con un escueto “esto no es Lima, es París”. Los compañeros árabes y norteafricanos de Beggar abandonaron el auditorio en protesta a la insolencia racista.

- Luis, ni los peruanos lo quieren. Cuando estuve en Lima, los limeños se burlaban y me hablaban pestes de él – continuó Beggar.

Ramos, maliciando también una intempestiva rabieta y partida de Cañas, quiso torcer el tema de nuevo hacia el hipócrita y letal bombardeo francés, británico y yanqui a las baterías antiaéreas que responden a Khadafi y que hasta ayer a la noche ya habían causado más de 48 muertes, pero no tuvo quórum.

- No habría que dejarlo hablar, o por lo menos largarle una lluvia de naranjazos cuando baje por la escalerilla del avión en Ezeiza – intercedí yo.

- No, hermano, no debe ser así – opinó Beggar – La derecha no tiene intelectuales de peso. La izquierda solo debate consigo misma, parecemos una bolsa de gatos. Que venga. Bienvenida la discusión.

- Que no haya debate – dijo Cañas, más triste que enojado – Es un caradura, mentiroso, sin nivel. Si no habla de literatura, y solo hasta cierto punto , quedará expuesto sin cortapisas su vulgar mercenarismo. ¿A quién va a convencer? Hay que dejarlo que se explaye, sin chistar. Ni mú. Mario Vargas Llosa es un buen escritor y también el paradigma del piantavotos.

Cañas me mandó a leer un artículo del director de la carrera de Letras de la UBA, Américo Cristófalo, aparecido en Página 12 el 9 de marzo. A continuación reproduzco un pasaje pertinente al pensamiento de Luis, aunque me aclara que no lo comparte del todo y que le mandará sus reparos a Cristófalo en breve. Reitero, Luis Cañas presume que Mario Vargas Llosa todavía es un buen novelista:

Pasado el suspiro verde-continental del boom, para superar 20 mil ejemplares había que acomodarse al conjunto de normas de la industria editorial[…]movimientos que dieron paso a la moneda universal única de la novela, el mismo relato escrito una y otra vez en Tokio, Londres, Buenos Aires o Lima, con variantes de ingenio, mayor o menor competencia técnica y en lenguas llamadas neutras[…]Es al menos ingenuo pensar que los grandes procesos de monopolización editorial se limitaron a cambiar la forma y fachada del negocio. Tuvieron y tienen una incidencia no del todo entendida, asumida irracional o deliberadamente, sobre las elecciones formales, los procedimientos técnicos y la ideología literaria. El malentendido es fenomenal. Vargas es un escritor de la derecha porque opina lo que opina y porque en correlato habla plácidamente la lengua mitológica, oscura y redundante de las fórmulas salvajes que impuso la industria cultural. Escrituras como las de Viñas o Lamborghini (ver Tartabul, 2006; ver Trento, 2003) persistieron en cambio y a través de la novela sobre tonos dramáticos, satíricos y desmitificadores de la cultura. No está de más agregar al debate que Vargas, su premiado trabajo de novelista, responde al llamado celestial del mercado y que ese llamado es un mandato acerca del buen hacer narrativo: claridad y sucesividad de trama, personajes consistentes, equilibrio, intriga, peripecias ocurrentes, enciclopedismo histórico, psicología, destreza de voces, etc. El conjunto de apreciaciones que domina la correcta literatura con agregados de color existencial, altisonancias culturales, alardes profundos, aburrimiento insípido, frases solemnes y empalagosas. Cartón lleno.



La Quinta Pata, 20 – 03 – 11

La Quinta Pata

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