Sergio Peralta
*Quien no quiere pensar es un fanático;
quien no puede pensar, es un idiota;
quien no osa pensar es un cobarde.
Francis Bacon
Los que vivimos en una zona sísmica sabemos del temor, la incertidumbre que genera el movimiento de la tierra. Uno desea que termine pronto, que las cosas no se caigan, que el mareo desaparezca. Somos habitantes de un desierto y sentir que el lugar donde estamos parados se mece como un barco, nos genera angustia. La “gente común”, es decir casi todos tienen por verdadero lo que un señor con cara de culo y vestido como un empleado de pompa fúnebre les dice desde el televisor. Si a los dichos de este personaje le sumamos imágenes que manipulan el pensamiento trágico, que de manera natural llevamos adentro, el resultado es catastrófico.
A lo terrible de la manipulación, debemos sumar que los desastres y sus víctimas tienen categorías ligadas a su estatus de país del primer mundo o de tercera. Si no, pensemos un momento en Haití. Un pueblo arrasado por la violencia de la tierra y de la miseria de sus gobernantes. Si hasta Papa Doc regresó de su exilio bajo la sombra de la bandera tricolor de Francia a una tierra arrasada por unos de los terremotos más violentos registrados en la historia. Con una infraestructura pobre, sin un sistema de cobertura eficiente que reaccione después de una catástrofe como la que sufrieron, Haití sigue naufragando en su condición de país al margen del primer mundo. De esa manera se cubren sus desgracias, las cadenas de noticias, los grandes medios solo actuaron como un camión atmosférico: sacando la mierda, mientras esta se podía vender; después el silencio, la invisibilidad noticiosa. Su tragedia ya no es rentable. Su reconstrucción ya fue repartida entre un grupo de empresa carroñeras que se alimentan de los restos de esa sociedad. Distinta realidad vivió la sociedad japonesa. Abastecida por una tecnología que los haitianos solo sueñan, con alertas tempranas y una gran organización han demostrado ser una sociedad preparada para responder al caos. De todas maneras ni la mejor organización del mundo puede hacer frente a los miserables tras la información. Por dar solo un ejemplo en noticieros de una canal de aire (Canal 13) y otro canal de noticias (TN), los dos pertenecientes al mismo monopolio informativo (Clarín) de Argentina, han bombardeado a la sociedad televidente con el libro del Apocalipsis. Precisamente y gracias a una medición de IBOPE, la empresa MINDSHARE Argentina determinó un incremento del 30% del rating durante todo el día para Canal13. No se puede creer la improvisación, el mal gusto, el regodeo con el morbo, que se utiliza. Sin rubor, contradicen “noticias oficiales” que minutos antes han difundido. Este sismo ha servido, si es que una desgracia así puede tener una utilidad, para demostrar cómo actúan los grandes medios informativos. Preocupados por la facturación, por las mediciones de audiencia, que obviamente, redundan en lo primero, han dejado de lado lo básico, responder solidariamente a los miles (muchos) que sufren por esta calamidad.
Es importante poner en debate qué se debería hacer frente a situaciones como las descriptas; qué “sanción” le puede caber a un profesional que bastardea la actividad, sin caer en la censura. Seguramente se puede aducir a la falta de libertad de expresión. Pero y la ¿legitimidad de información?, ¿quién la protege?, ¿quién protege a los ciudadanos que son víctimas de mercenarios de la noticia? Alguna vez dije que se debería adaptar el dicho sobre la culpa del chancho. Los periodistas que falsean la información, son tan culpables como los dueños de los medios que ensucian la noticia. “La culpa es del chancho y el que le da de comer es cómplice”
*Los Barriales
La Quinta Pata, 20 – 03 – 11
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