Guillermo Almeyra
Los bombardeos imperialistas contra Libia plantean diversos problemas. Se mezclan entre estos los relacionados con la legalidad internacional con los que se refieren a la obligación ética de prestar ayuda humanitaria a poblaciones cuyos gobiernos son incapaces de brindarla o, peor aún, ejercen un poder dictatorial y pueden cometer un genocidio.
Por ejemplo, como recuerda Gilbert Achcar, ¿no habría sido necesario intervenir preventivamente en Ruanda y Burundi para impedir la matanza de más de medio millón de hutus y tutsis que todos veían venir desde hace rato? ¿Tal intervención humanitaria, preventiva, no habría tenido un costo infinitamente menor que el del genocidio que se produjo y que se habría podido evitar? ¿Una fuerza extranjera de interposición, sobre todo si pertenece a países que nunca fueron colonialistas y que son de la misma región, acaso no puede crear las condiciones de pacificación necesarias para que el pueblo del país donde la rebelión popular mal armada se enfrenta a una dictadura asesina pueda encontrar una solución política –una asamblea constituyente, por ejemplo– y ejerza así su soberanía, porque esta debe estar en sus manos y no en la de los gobiernos?
El principio mismo de la intervención humanitaria no puede ser discutido, porque es una obligación semejante a la que tiene toda persona civilizada cuya intervención puede evitar que una bestia humana maltrate a una mujer o a un niño o impedir un crimen.
Pero entonces surge la pregunta: ¿quién tiene la legitimidad necesaria para decidir si en un país determinado existe o no una dictadura y si hay o no peligro de genocidio? Seguramente no las potencias imperialistas y las ex potencias colonialistas, y menos aún, ensangrentadas por las guerras de agresión y de conquista del pasado y por su participación en la brutal ocupación de Afganistán e Irak, y violadoras, como Estados Unidos, de la legislación internacional con su criminal bloqueo a Cuba.
Los países que sostienen dictadores desde hace décadas, que apañan la criminal acción colonialista y genocida de Israel en Palestina, que son socios de Arabia Saudita y de los reyezuelos árabes, como se asociaron hasta ayer con Muammar Khadafi, no pueden hablar de ayuda humanitaria cuando lo que los mueve es el deseo de aplastar y controlar la rebelión de los pueblos árabes, que ha desestabilizado todo el dispositivo imperialista en la región, la lucha por la distribución del poder geopolítico en la zona y el ansia de sacar una tajada mayor de la riqueza petrolera libia, y no la preocupación –que no tienen ni nunca tuvieron– por la suerte del pueblo libio.
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